Este pichón de escritor nació gracias a la motivación e inspiración de Ana en Brokeback, a quien no dejaré de agradecer el haber descubierto una faceta que desconocía de mi. Dedicado a ella va esta versión que se extiende unas líneas más de la que originalmente publicó en su blog en algún momento de 2006.
El camino interminable se abría paso por entre llanos salpicados de ganado. Un cielo increíblemente azul matizado por algunas nubes, sembradíos y flores a ambos lados de la ruta, y una brisa tibia lo acompañaron en todo el recorrido. Las palabras de su madre aún no habían perdido su fuerza y como un eco se le repetían una y otra vez. La imagen de las dos palabras garabateadas por Ennis en la tarjeta postal lo hacían sonreir a cada momento y lo obligaban a pisar un poco más el pedal del acelerador. Se le antojó pensar en alguna suerte de complicidad universal que había precipitado todo y lo encontraba conduciendo en dirección a Riverton.
Cuando el letrero indicó que quedaban seis millas para llegar, sintió el pecho a punto de estallar. Redujo la velocidad y dirigió su camioneta al costado del camino. Su corazón latía con fuerza, su respiración se entrecortaba. Bebió unos cuantos sorbos cortos de whisky, comprobó su aspecto en el espejo retrovisor. Sus ojos se quedaron allí, absortos. Cuánto maldito tiempo había dejado pasar. Serio, dirigió su mirada hacia la ruta que, invitadora, reflejaba cada rayo de sol.
Sonrió ampliamente, con un gesto de aprobación.
Los neumáticos lanzaron polvo y piedras cuando aullando de alegría aceleró y retomó el camino.
El mundo de Jack se había reducido a poco más que lo que sus ojos no podían dejar de mirar. La imagen de Ennis en el espejo retrovisor que se alejaba de a poco. Cada metro recorrido en la camioneta abría aún más la herida que pudo sentir recién en el momento de la separación. La redondez del espejo con la silueta de Ennis recortada contra el cordón montañoso simbolizaban ese mundo a la perfección. O el que anhelaba más que cualquier otra cosa al menos. Por un instante pensó en girar violentamente el volante y dar la vuelta. No tendría sentido, para qué? Se maldijo por lo bajo... Creer que todo cambiaría... Había sido tan libre, tan él, que dejar la montaña antes de tiempo no lo había preocupado. De hecho, lo había aceptado de buena gana, tomándolo como una señal. Frente al trailer de Aguirre el rostro de Ennis se había vuelto aún más sombrío que antes de la pelea en el campamento. Al estrecharse las manos buscó algo en los ojos de él que le insinuara al menos que pronto volverían a estar juntos. Cualquier débil señal hubiese disparado todo lo que tenía pensado decirle. Pero sólo había podido decir unas cuantas palabras formales, ajenas. Las otras se habían atorado, paralizadas por el miedo. Había guardado silencio luego, ansioso por encontrar en los otros ojos, en los otros labios un indicio, por mínimo que fuera, que le demostrara que no había soñado en vano. La mirada esquiva y avergonzada de Ennis le anunciaron que el mundo construído durante esos días compartidos poco tenía que ver con la realidad y se derrumbaba en frente suyo. Cómo deseaba que supiera cuánto necesitaba que lo que habían vivido continuara, que su corazón tenía una huella marcada a fuego, que ya no podría ser el que había sido... Ya no, nunca más.
Al subir a la camioneta, taciturno, había comenzado a preguntarse qué tenía que sentir, luego de todo lo vivido. Cómo mirar hacia otro lado a partir de ahora? Cómo vivir de acuerdo a lo que le habían enseñado? Cómo arrancar de sí ese jirón de montaña que llevaba y pesaba como tal?
Había girado la llave y encendido el motor mientras un dolor punzante parecía estrujar su pecho y carcomer sus entrañas. El vacío había comenzado a dominar por completo su ser. Pero, y si todo había existido realmente allá arriba y no había sido sólo su deseo, dónde había quedado? La montaña, mezquina, habría decidido conservar para sí ese delicioso encantamiento que los unió, como una suerte de burla de la naturaleza? O, implacable, había decidido castigarlos por pecadores? O, vengativa, por no obedecer sus fuerzas inexorables? Resolvió echar a un lado esas ideas absurdas y olvidar todo, porque al fin y al cabo había sido algo de ese momento y no podría durar, jamás.
Tragando saliva y reprimiendo el temblor de sus labios volvió a mirar a través del parabrisas. Las nubes violetas se oscurecían aún más y el viento que inesperadamente había comenzado a sacudir la camioneta lo obligó a sostener el volante con firmeza.
El torrente de recuerdos lo inundó. Vagos algunos, otros tan intensos que llegaban a estremecerlo. El clima parecía acompañar el ritmo de sus emociones.
Sus ojos volvieron a posarse en el espejo. La silueta de Ennis ya no estaba, una Signal en miniatura se recortaba contra el fondo de montañas azules. Las nubes aún no las cubrían por completo, algunos rayos de sol acentuaban el blanco de sus cimas y el verde de sus árboles. Cuando ya todo estaba por desaparecer de su vista una ráfaga violenta, fría, golpeó su cara y le trajo una mezcla de aromas que reconoció de inmediato. Hierba, arroyo, fango y hoguera. Valle y manantial, colinas de verde interminable y cielo inmenso. Por una milésima de segundo se sintió correr, soplar como el viento, vibrar. Lleno todo su ser de ese sentido nuevo, que le había dado por fin sentido a su existencia, había descubierto quién quería ser y qué anhelaba. Eso le había permitido aceptar el final, allí. Ahora esos olores que no olvidaría se le aparecían a modo de despedida cruel, burlona.
Caseríos y pueblos pequeños se extendían a los costados del camino, prematuros copos de nieve se arremolinaban evaporándose. Una angustia desgarradora se mezclaba con las imágenes de lo que habían vivido, y sin aviso, lágrimas asomaron a sus ojos. Sus párpados se tocaron, liberando lágrimas ansiosas por deslizarse por sus mejillas. Dirigió la camioneta a un costado de la ruta, y sin poder controlar nada de lo que le sucedía, frenó con furia y aferrado al volante rompió a llorar. Gritó Ennis varias veces, Dios también. Permaneció así hasta que el bramido de un trueno a lo lejos lo hizo incorporarse. Una lluvia copiosa golpeaba la carrocería. El viento había cesado. No recordaría ese momento sino hasta muchos meses después.
El primer año fue un conteo constante de días y semanas transcurridos. Los recuerdos eran demasiado fuertes, los despertares colmados de angustia tras noches de vigilia o de sueños perturbadores. Siempre había sabido esperar, los deseos y algunas fantasías habían sido los bálsamos en los que se refugiaba en esos tiempos que parecían no tener final. Pero esta vez no era como las anteriores. Ingenuamente había pensado que la distancia resolvería todo, que si eso que sentía había comenzado en Brokeback, allí debía quedarse, y allí debía morir. Siempre había sentido el peso de la soledad, y lo había considerado parte natural de su vida, pero ahora ésta le había enseñado otro aspecto de sí mismo, que no quería olvidar ni ocultar.
Había decidido volver a trabajar para Aguirre, sólo para volver a ver a Ennis y terminar con esa tortura. En el silencio más absoluto, esperó, alternando entre el deseo y la desazón. Lo único que conseguía atenuar su estado era ese retazo de Ennis que había traído consigo, y cuya contemplación se convirtió en un ritual diario, allí en su habitación en casa de sus padres en Lightning Flat.
El tiempo cobró una dimensión distinta en su vida, las horas y los días parecían no tener fin.
Por ese entonces se le ocurrió que las agujas del reloj marchan a un ritmo cruel siempre. Dicha o dolor, daba igual. En la montaña, secretamente, había rezado porque los días se detuvieran y que el mundo exterior se redujera sólo a lo que los rodeaba. Si había algo que Jack no perdería jamás, eso eran su fé y la perseverancia necesaria para mantenerla intacta.
El año llegó, el condenado Aguirre sabía todo lo que había ocurrido entre ellos y Ennis jamás acudió a la cita. Arrastrando su pesar, pasos dominados por el agobio y la incertidumbre lo llevaron de vuelta a los rodeos.
Conoció a Lureen un tiempo después, su chispa y arrojo lo entusiasmaron otra vez. Consiguió distraerse, y antes de que pudiera darse cuenta, tenía conformada una familia.
Después del nacimiento de Bobby su necesidad de Ennis se hizo presente con más fuerza que nunca. Le fue imposible apartar sus pensamientos de él, y se convenció de que por volver a verlo estaba dispuesto a mucho más de lo que se creía capaz. Aunque los días se fueran sólo en intentar concretar algo junto a él, se propuso probar si era posible torcer el curso de los acontecimientos todavía.
Su madre se encontraba sola cuando Jack llegó. Su padre estaba trabajando en un rancho a unas cuantas millas al norte. Le contó de la llegada del bebé, ella sonrió, acarició su cara, pero como era su costumbre, no dijo mucho. Jack subió a su habitación, se envolvió en recuerdos y aromas, y se sentó en la cama con la vista fija en la ventana. La sra. Twist lo observaba en silencio desde el pasillo, sabía de los tiempos que Jack pasaba en su cuarto después de aquel verano de 1963 en que volvió de pastar ovejas, con el dolor impreso en la mirada. Se acercó a él, y suavemente apoyó su mano en el hombro. Jack se estremeció levemente, y sin quitar la vista de la ventana, dijo:
- Mamá… -dudó. Respiró hondo y tragó saliva. Con voz quebrada volvió a dirigirse a su madre.
- Puede que no sea lo que quieres para tu vida… lo que se supone que está bien para todo el mundo?... – y con tristeza inmensa agregó - …Cómo saberlo?
La sra. Twist soltó un leve suspiro antes de hablar.
-Hijo, la experiencia suele mostrarnos que nuestros sentimientos pueden estar muy lejos de lo que la gente cree y muy cerca de aquello que condena…
Su mirada estaba más húmeda que de costumbre. Se sentó a su lado y con voz pausada continuó hablando. Jack la miraba con una mezcla de extrañeza y fascinación, dispuesto a escuchar cada palabra que su madre le dedicara. Supo enseguida que esta vez no se referiría al Pentecostés.
- Hubo una vez en que un anciano monje y su joven discípulo hacían el largo camino de regreso al monasterio. Ambos pertenecían a una congregación de principios muy estrictos. Al llegar al río encontraron una mujer que lloraba desconsoladamente. Les suplicó que la ayudaran a cruzarlo porque la corriente era demasiado fuerte para ella. Debían hacerlo cuanto antes porque su madre muy enferma la esperaba del otro lado. El monje joven se disculpó explicándole que no podrían hacerlo ya que sus votos de castidad les prohibían todo contacto con mujeres. El monje viejo se arrodilló y le pidió a la mujer que montara encima de él. Cruzó el caudaloso río con mucha dificultad, seguido de cerca por el monje joven. Ya en la orilla, ella se inclinó, llena de gratitud, y corrió a encontrar a su madre. Los monjes continuaron su camino al monasterio, les quedaban aún diez horas de caminata.
La sra. Twist aclaró su garganta, miró a Jack de una forma inusualmente tranquilizadora y asintiendo, prosiguió.
- Poco antes de llegar el monje joven le pregunta al anciano; por qué, sabiendo mejor que él de los votos de abstinencia había cargado a la mujer todo el ancho del río. A lo que el viejo monje contestó; sí he cargado a la mujer a través del río y la he depositado en la otra orilla. Y acto seguido le preguntó: pero qué pasa contigo que todavía la cargas sobre los hombros?
Hizo ahora un profundo suspiro, y sonriendo levemente, acarició a Jack en la mejilla mientras pronunciaba delicadamente cada palabra.
- No haces bien en dejar cosas por la mitad, hijo mío.
Al subir a la camioneta, taciturno, había comenzado a preguntarse qué tenía que sentir, luego de todo lo vivido. Cómo mirar hacia otro lado a partir de ahora? Cómo vivir de acuerdo a lo que le habían enseñado? Cómo arrancar de sí ese jirón de montaña que llevaba y pesaba como tal?
Había girado la llave y encendido el motor mientras un dolor punzante parecía estrujar su pecho y carcomer sus entrañas. El vacío había comenzado a dominar por completo su ser. Pero, y si todo había existido realmente allá arriba y no había sido sólo su deseo, dónde había quedado? La montaña, mezquina, habría decidido conservar para sí ese delicioso encantamiento que los unió, como una suerte de burla de la naturaleza? O, implacable, había decidido castigarlos por pecadores? O, vengativa, por no obedecer sus fuerzas inexorables? Resolvió echar a un lado esas ideas absurdas y olvidar todo, porque al fin y al cabo había sido algo de ese momento y no podría durar, jamás.
Tragando saliva y reprimiendo el temblor de sus labios volvió a mirar a través del parabrisas. Las nubes violetas se oscurecían aún más y el viento que inesperadamente había comenzado a sacudir la camioneta lo obligó a sostener el volante con firmeza.
El torrente de recuerdos lo inundó. Vagos algunos, otros tan intensos que llegaban a estremecerlo. El clima parecía acompañar el ritmo de sus emociones.
Sus ojos volvieron a posarse en el espejo. La silueta de Ennis ya no estaba, una Signal en miniatura se recortaba contra el fondo de montañas azules. Las nubes aún no las cubrían por completo, algunos rayos de sol acentuaban el blanco de sus cimas y el verde de sus árboles. Cuando ya todo estaba por desaparecer de su vista una ráfaga violenta, fría, golpeó su cara y le trajo una mezcla de aromas que reconoció de inmediato. Hierba, arroyo, fango y hoguera. Valle y manantial, colinas de verde interminable y cielo inmenso. Por una milésima de segundo se sintió correr, soplar como el viento, vibrar. Lleno todo su ser de ese sentido nuevo, que le había dado por fin sentido a su existencia, había descubierto quién quería ser y qué anhelaba. Eso le había permitido aceptar el final, allí. Ahora esos olores que no olvidaría se le aparecían a modo de despedida cruel, burlona.
Caseríos y pueblos pequeños se extendían a los costados del camino, prematuros copos de nieve se arremolinaban evaporándose. Una angustia desgarradora se mezclaba con las imágenes de lo que habían vivido, y sin aviso, lágrimas asomaron a sus ojos. Sus párpados se tocaron, liberando lágrimas ansiosas por deslizarse por sus mejillas. Dirigió la camioneta a un costado de la ruta, y sin poder controlar nada de lo que le sucedía, frenó con furia y aferrado al volante rompió a llorar. Gritó Ennis varias veces, Dios también. Permaneció así hasta que el bramido de un trueno a lo lejos lo hizo incorporarse. Una lluvia copiosa golpeaba la carrocería. El viento había cesado. No recordaría ese momento sino hasta muchos meses después.
El primer año fue un conteo constante de días y semanas transcurridos. Los recuerdos eran demasiado fuertes, los despertares colmados de angustia tras noches de vigilia o de sueños perturbadores. Siempre había sabido esperar, los deseos y algunas fantasías habían sido los bálsamos en los que se refugiaba en esos tiempos que parecían no tener final. Pero esta vez no era como las anteriores. Ingenuamente había pensado que la distancia resolvería todo, que si eso que sentía había comenzado en Brokeback, allí debía quedarse, y allí debía morir. Siempre había sentido el peso de la soledad, y lo había considerado parte natural de su vida, pero ahora ésta le había enseñado otro aspecto de sí mismo, que no quería olvidar ni ocultar.
Había decidido volver a trabajar para Aguirre, sólo para volver a ver a Ennis y terminar con esa tortura. En el silencio más absoluto, esperó, alternando entre el deseo y la desazón. Lo único que conseguía atenuar su estado era ese retazo de Ennis que había traído consigo, y cuya contemplación se convirtió en un ritual diario, allí en su habitación en casa de sus padres en Lightning Flat.
El tiempo cobró una dimensión distinta en su vida, las horas y los días parecían no tener fin.
Por ese entonces se le ocurrió que las agujas del reloj marchan a un ritmo cruel siempre. Dicha o dolor, daba igual. En la montaña, secretamente, había rezado porque los días se detuvieran y que el mundo exterior se redujera sólo a lo que los rodeaba. Si había algo que Jack no perdería jamás, eso eran su fé y la perseverancia necesaria para mantenerla intacta.
El año llegó, el condenado Aguirre sabía todo lo que había ocurrido entre ellos y Ennis jamás acudió a la cita. Arrastrando su pesar, pasos dominados por el agobio y la incertidumbre lo llevaron de vuelta a los rodeos.
Conoció a Lureen un tiempo después, su chispa y arrojo lo entusiasmaron otra vez. Consiguió distraerse, y antes de que pudiera darse cuenta, tenía conformada una familia.
Después del nacimiento de Bobby su necesidad de Ennis se hizo presente con más fuerza que nunca. Le fue imposible apartar sus pensamientos de él, y se convenció de que por volver a verlo estaba dispuesto a mucho más de lo que se creía capaz. Aunque los días se fueran sólo en intentar concretar algo junto a él, se propuso probar si era posible torcer el curso de los acontecimientos todavía.
Su madre se encontraba sola cuando Jack llegó. Su padre estaba trabajando en un rancho a unas cuantas millas al norte. Le contó de la llegada del bebé, ella sonrió, acarició su cara, pero como era su costumbre, no dijo mucho. Jack subió a su habitación, se envolvió en recuerdos y aromas, y se sentó en la cama con la vista fija en la ventana. La sra. Twist lo observaba en silencio desde el pasillo, sabía de los tiempos que Jack pasaba en su cuarto después de aquel verano de 1963 en que volvió de pastar ovejas, con el dolor impreso en la mirada. Se acercó a él, y suavemente apoyó su mano en el hombro. Jack se estremeció levemente, y sin quitar la vista de la ventana, dijo:
- Mamá… -dudó. Respiró hondo y tragó saliva. Con voz quebrada volvió a dirigirse a su madre.
- Puede que no sea lo que quieres para tu vida… lo que se supone que está bien para todo el mundo?... – y con tristeza inmensa agregó - …Cómo saberlo?
La sra. Twist soltó un leve suspiro antes de hablar.
-Hijo, la experiencia suele mostrarnos que nuestros sentimientos pueden estar muy lejos de lo que la gente cree y muy cerca de aquello que condena…
Su mirada estaba más húmeda que de costumbre. Se sentó a su lado y con voz pausada continuó hablando. Jack la miraba con una mezcla de extrañeza y fascinación, dispuesto a escuchar cada palabra que su madre le dedicara. Supo enseguida que esta vez no se referiría al Pentecostés.
- Hubo una vez en que un anciano monje y su joven discípulo hacían el largo camino de regreso al monasterio. Ambos pertenecían a una congregación de principios muy estrictos. Al llegar al río encontraron una mujer que lloraba desconsoladamente. Les suplicó que la ayudaran a cruzarlo porque la corriente era demasiado fuerte para ella. Debían hacerlo cuanto antes porque su madre muy enferma la esperaba del otro lado. El monje joven se disculpó explicándole que no podrían hacerlo ya que sus votos de castidad les prohibían todo contacto con mujeres. El monje viejo se arrodilló y le pidió a la mujer que montara encima de él. Cruzó el caudaloso río con mucha dificultad, seguido de cerca por el monje joven. Ya en la orilla, ella se inclinó, llena de gratitud, y corrió a encontrar a su madre. Los monjes continuaron su camino al monasterio, les quedaban aún diez horas de caminata.
La sra. Twist aclaró su garganta, miró a Jack de una forma inusualmente tranquilizadora y asintiendo, prosiguió.
- Poco antes de llegar el monje joven le pregunta al anciano; por qué, sabiendo mejor que él de los votos de abstinencia había cargado a la mujer todo el ancho del río. A lo que el viejo monje contestó; sí he cargado a la mujer a través del río y la he depositado en la otra orilla. Y acto seguido le preguntó: pero qué pasa contigo que todavía la cargas sobre los hombros?
Hizo ahora un profundo suspiro, y sonriendo levemente, acarició a Jack en la mejilla mientras pronunciaba delicadamente cada palabra.
- No haces bien en dejar cosas por la mitad, hijo mío.
El camino interminable se abría paso por entre llanos salpicados de ganado. Un cielo increíblemente azul matizado por algunas nubes, sembradíos y flores a ambos lados de la ruta, y una brisa tibia lo acompañaron en todo el recorrido. Las palabras de su madre aún no habían perdido su fuerza y como un eco se le repetían una y otra vez. La imagen de las dos palabras garabateadas por Ennis en la tarjeta postal lo hacían sonreir a cada momento y lo obligaban a pisar un poco más el pedal del acelerador. Se le antojó pensar en alguna suerte de complicidad universal que había precipitado todo y lo encontraba conduciendo en dirección a Riverton.
Cuando el letrero indicó que quedaban seis millas para llegar, sintió el pecho a punto de estallar. Redujo la velocidad y dirigió su camioneta al costado del camino. Su corazón latía con fuerza, su respiración se entrecortaba. Bebió unos cuantos sorbos cortos de whisky, comprobó su aspecto en el espejo retrovisor. Sus ojos se quedaron allí, absortos. Cuánto maldito tiempo había dejado pasar. Serio, dirigió su mirada hacia la ruta que, invitadora, reflejaba cada rayo de sol.
Sonrió ampliamente, con un gesto de aprobación.
Los neumáticos lanzaron polvo y piedras cuando aullando de alegría aceleró y retomó el camino.
5 comentarios:
Oh Dios, qué emoción!!!!!!!!!!!!!!
Bueno... la impresora está sacando humo, imprimo todo y te leo y... estoy segura de que me va a encantar pues tiene la impronta de un vaquero, de un ser cálido, de mi Amigo, el que BBM me trajo de la mano de unas alas transandinas...
FELICITACIONES por anticipado y volveré a dejarte mis leños para ésta, tu hoguera...
Besotes...
Ay madre que me da algo de ver lo bonita que es tu casa.
Si es que esto tenía que terminar así pichón, tú escribiendo y yo disfrutando con la lectura de tus palabras.
Te felicito de corazón amigo. Nadie como tú para diseñar estampados para el corazón.
Un beso enorme dentro de ese sueño que te lleva de acá para allá.
(Mañana sigo que hoy voy a ver a los Reyes Magos...)
Hola hermano! Estupendo trabajo el tuyo;no dudes que me pasaré por aquí siempre que pueda.Con estas historias da gusto.
Un abrazo de Jusepetwist.
hey vaquero que lindo tu relato.eres genial.
pero jack sufrio mucho cuando tuvo que abandonar esa hermosa montaña.
besos para todos.
Saudades!
Vi tu blog y me encanto! besos, estoy por imprimir todo y anillarlo, me mandas algún dia un autografo online! ?
jajakajja broma
felicitaciones!
Vas a mis favoritos (te lo ganaste)
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