domingo, 31 de diciembre de 2006

No quiero decir Adiós




Este es un final después del final que imaginé para Ennis y Jack.
Dedicado a Mi Vaquero, a Milady mi incondicional compañera de ruta y a Ana de Palabras al Sur del Mundo por inspirarme y alentarme en mi incipiente camino por la escritura.

Su mano, tensa, continuaba posada sobre el teléfono. Los sollozos se habían convertido en pequeñas convulsiones que luchaba por dominar. Sus labios se apartaron y profirió un gemido sordo. Comenzó a respirar agitadamente mientras tenía la sensación de que todo alrededor suyo giraba a la manera de un carrusel. Cuando pestañeó por fin, liberó el torrente que se había estancado entre sus párpados. Sus ojos giraron nerviosos, se posaron sobre el cieloraso, sus puños se cerraron. Tragó, intentando liberar lo que obstruía su garganta. Una mezcla de furia y profunda angustia la obligó a descargar con fuerza un puñetazo sobre el apoyabrazos del sofá. El llanto contenido se volvió estremecimientos continuos, gemidos agudos que fueron aumentando.
Desvió la mirada hacia la ventana. La luz que atravesaba los cortinados se reflejó en las lágrimas que profusamente se deslizaban por sus mejillas rosadas. Permaneció inmóvil, absorta en la sucesión de imágenes que vertiginosamente fueron fluyendo desde algún rincón remoto de su consciencia. Algo dentro suyo intentaba unirlas, armar un imprevisto rompecabezas lleno de piezas faltantes, piezas que sabía jamás hallaría.
Repentinamente decidió que no necesitaba entender nada, ni siquiera hacer esfuerzo alguno por adivinar. Al fin y al cabo, la vida estaba llena de historias injustas, y la de Jack era sólo una más entre millones. En un gesto automático tomó el espejito que había dejado junto al teléfono cuando la campanilla la había hecho sobresaltarse.
- Maldita sea! - exclamó al ver el estado de su maquillaje.
Bobby Twist estaba parado a corta distancia, con ojos preocupados escrutaba ansiosamente el reflejo de su madre en la ventana del comedor. Se limitó a contemplarla, desde donde él estaba situado ella no podía verlo. Sus pensamientos también recorrían tiempo y kilómetros, su respiración se había acelerado. No necesitó más para resolver lo que de a poco se había ido gestando en su mente.
- Será pronto, se dijo.


La lluvia era incesante. Faltaban aún algunas horas para que atardeciera, pero el gris plomizo que lo cubría todo daba la sensación de que el día estaba ya por terminar. Odiaba las tormentas. Por lo inesperadas, por haberlo arrancado del único lugar en el que había sido feliz, antes de tiempo.
Los primeros acordes hicieron que subiera el volumen de la radio. Alguien cantaba que no quería decir adiós. La suave voz obró como un imán que lo obligó a escuchar. Sus ojos brillaron, tragó saliva, se estremeció. Sus labios se unieron en una comprimida semisonrisa. El repiqueteo de las gotas contra la carrocería se hizo más fuerte. Con los ojos entrecerrados para distinguir mejor intentó concentrarse en el camino.

...I don’t want to say goodbye... Let the stars shine through...
I don’t want to say goodbye... All I want to do is live with you

Las palabras de la canción no se lo permitieron, y, en cambio, lo inundaron de pensamientos.
La noche anterior Jack se había aparecido en sus sueños otra vez. Se le veía con la descarada juventud de aquellos diecinueve años, le había sonreido y dicho algo que no había alcanzado a entender. Estaba en Brokeback, pero detrás de él podía distinguir un trailer, que parecía ser el de Aguirre y más atrás se veía el rancho blanco de los Twist. En una mano tenía una carta, o una caja, y con la otra señalaba hacia algún lugar. Había flores esparcidas en montículos, y el sol brillaba furiosamente. También había un arroyo serpenteante que nacía de un manantial y ovejas que pastaban mansamente. La escena se le había presentado como una suerte de película 8 mm, desprolija y borrosa. Se había esforzado por entender qué le podía haber dicho Jack pero no conseguía recordarlo. Sí tenía grabada su cara sonriente, sus ojos que despedían destellos. Después el sueño se había transformado en un remolino de imágenes confusas, donde el sr. Twist gesticulaba en su habitual disgusto y la sra. Twist, indiferente, sacaba del horno lo que parecía ser un pastel y lo apoyaba en la mesa del comedor. Enseguida lo había envuelto en una bolsa de papel madera y, sonriendo triunfante, caminaba a través de un jardín poblado de flores blancas, mientras su esposo gritaba enrojecido.
Cada vez que Jack aparecía en sus sueños el día se le presentaba radiante, esperanzador. Abandonaba su paso cansino, su mirada taciturna, y adoptaba un andar decidido, firme. Pero eso no ocurría siempre.
Sin que él lo supiera, esos sueños que tanto anhelaba cada noche, como bálsamo sanador habían hecho desaparecer la imagen que lo asaltaba a cada momento y que lo había sumido en una desesperación y una impotencia paralizantes, aquella de Jack tumbado a un costado del camino ahogándose en su propia sangre. Tampoco se preguntaba ya cuántas veces lo habría nombrado Jack en ese maldito momento, tan lejos de todo y de todos.

...On a place where the sun always shines, don’t you know that’s where our hearts both belong?

El atesorar recuerdos se había vuelto un hábito nuevo, que practicaba a menudo. Al atardecer, sentado fuera o dentro de su remolque, café o whisky en mano desafiaba a su memoria a ir lo más atrás en el tiempo posible y elegía al azar algún momento compartido. Entonces, se esforzaba por recordar detalles, sensaciones, qué se habían dicho, cuánto habían reído juntos. Se sorprendía de cuánto era capaz de recordar, con qué intensidad. La idea de volver a la montaña se le aparecía constantemente, aunque sólo fuese para contemplar silenciosamente aquellos sitios cómplices. Por el momento con los sueños y su memoria le bastaba para sentirse acompañado, así intentaba convencerse.
El sol y las estrellas habían brillado siempre, allí donde él y Jack habían pertenecido durante esos años robados. Y si no hubiesen brillado todo el tiempo, qué poco habría importado. Allí o en cualquier otro lugar, mientras estuviesen juntos. Cuánto había insistido Jack. Y no había sido suficiente. Se maldecía a diario por no haberle obedecido, pero le había jurado y esto no lo olvidaba. La furia por no poder torcer su destino había devenido en resignación a pesar de que resignar le costaba cada vez más ahora. Una capa oscura, pesada, de añoranza y melancolía teñía cada uno de sus días. Jack se había llevado consigo la parte suya que le pertenecía, la que sólo él hizo nacer.
De haber permanecido sólo un mes más en la montaña, aquel verano de 1963, quizás todo lo que ocurrió después hubiese sido diferente. Fantaseaba a menudo imaginando qué hubiese sucedido, dónde se encontraría ahora. Se detenía justo allí, antes de que la imagen del rancho que hubiesen podido montar juntos lo asaltara y lo sumergiera nuevamente en el océano de lágrimas reprimidas que presidía su vida. Dejar Brokeback había sido difícil, duro. Qué furioso lo había puesto el ánimo despreocupado e ingenuo de Jack ese lejano día. Cómo podía verse así, si él mismo, acostumbrado a aguantar hasta el límite humano, y más, apenas conseguía dominar lo que carcomía a dentelladas sus entrañas? Pero ese era Jack, cavilaba sonriendo, y siempre había sido.
Su ausencia lo había envuelto en un estado difícil de describir, le había hecho ver ciertas palabras, situaciones, personas y cosas de otra forma. Bien se habían suavizado, o se sentían más lejanas que antes, mientras otras habían perdido todo sentido y lo hundían en la soledad más desgarrante.
Un abrazo de Jack, qué no daría por volver a sentirlo. Cuántas cosas le diría, cómo le hablaría del sentido que sólo él le había dado a su vida. En la mayoría de esas jornadas tediosas, rutinarias, se odiaba. En su indecisión, en su imperdonable duda. Había negado lo que ocupaba sus pensamientos y sus emociones, había rechazado la calma que le brindaba la mirada azul de Jack, el inmenso mar de sensaciones de sus pieles juntas, explorándose con frenesí o infinita ternura, el roce de sus labios de niño, la suave voz que acariciaba sus oídos cuando le contaba historias que siempre terminaban en sonora risa.
Al igual que sus padres que no habían advertido la curva en la que se accidentaron, tampoco él había sabido ver que su propio camino no estaba por completo en sus manos. Jamás tendría paz suficiente, jamás podría reconciliarse con aquel que no logró tener el coraje de concretar sus deseos más profundos. Ahogó un sollozo que irrumpió sin previo aviso.

...Together, our two hearts are strong...



Había visitado a los Twist meses atrás nuevamente, habían sido varias ya desde la muerte de Jack. Al principio había recurrido a excusas como Acción de Gracias o Navidad como motivo de sus apariciones. Pero el tiempo que le llevaba esperar esas ocasiones era demasiado. Convencido de que había comenzado a añorar sus encuentros con la señora Twist, de que los necesitaba de verdad, inventaba que estaba trabajando cerca y que de pronto había recordado lo exquisitos que eran los pasteles que ella siempre tenía preparados. Poco después, simplemente saludaba sin dar lugar a explicación alguna de su llegada.
En oportunidad de su última visita, antes de llegar a la casa había detenido la camioneta justo frente al cementerio que estaba a la izquierda del camino que conduce al rancho. Hasta ese momento no había tenido el valor. De reojo había mirado en dirección a las lápidas. Una de sus manos había empuñado la palanca de la puerta y la otra buscó las flores blancas que yacían en el asiento a su lado. Respiró hondo y justo cuando se había decidido a bajar, sintió un estallido en el pecho y mordió su labio inferior, no quería llorar. Permaneció largo rato con su cara hundida en sus manos, y recién cuando se hubo calmado encendió el motor y enfiló hacia la casa. No podía aceptar el destino del pobre Jack. Una vez más le había dado el ramo de flores blancas a la sra Twist, ésta le había agradecido otra vez con una amplia sonrisa pero hubo algo en sus ojos que lo turbó.
Compartieron una taza de café, y un pedazo de pastel de cerezas. La sra. Twist, como él mismo, no hablaba mucho, pero cuando lo hacía era suave y pausada y le provocaba una gran calma. Se había excusado por la ausencia del sr Twist, no se encontraba bien de salud, debía guardar cama, le había dicho, y Ennis lo había agradecido secretamente. La mirada del padre de Jack lo intimidaba, lo hacía sentir como un niño que había hecho algo malo. Lo obligaba a tragar y carraspear varias veces antes de poder hablar. Tartamudeaba y dudaba hasta que el señor Twist se levantaba de su silla y se dirigía al granero o al corral, apenas unos minutos después de su llegada. Le gustaba contarle a la sra. Twist de sus hijas, también conversaban del tiempo, las tareas del campo y se reservaban el fin de la visita para referirse a Jack.
Era entonces cuando ella advertía la luz que invadía el rostro de Ennis. Sus ojos despedían luz, sus labios perdían la rigidez acostumbrada. Se volvía ajeno a todo lo que le rodeaba cuando narraba los días compartidos junto a Jack, abundaba en ademanes y reía como un chiquilín orgulloso de sus andanzas. Ella, en silencio, agradecía al Señor las visitas de él, y le imploraba porque continuasen.
Ennis encarnaba la prueba de que su hijo había querido bien y que había sido correspondido. Nunca a su debido tiempo, pero ese había sido el calvario de Jack, como el de muchos de los soñadores de este mundo. Ennis poseía un modo de considerar el tiempo ajeno, discrecional para él, rayano en lo descortés para otros. Podía poner abrupto final a una conversación sin aviso previo, con una semisonrisa de disculpa. En ocasiones, antes de partir, subía al cuarto de Jack y permanecía allí durante unos minutos. Así había sido durante esa última visita. Sonriendo tímidamente y tomando su sombrero se había puesto de pie aprovechando el corto silencio que se había producido.
-Ennis…
El escuchar su nombre de labios de la mamá de Jack lo estremeció. Era la primera vez que la señora Twist se dirigía a él por su nombre de pila. Nunca antes había escuchado siquiera un “señor del Mar” para dirigirse a él. No había sido necesario, en realidad.
El verde húmedo de sus iris se había vuelto más diáfano, más tranquilizador y cálido.
- Pensé que las flores se verían más bonitas donde descansa Jack. Si usted se detiene junto al cementerio me evitaría el camino de ida hasta allí... si no le molesta, claro está.
Dudó un instante, ella, satisfecha, sentía que podía ver a través de él sin esfuerzo.
-Cómo no, será un placer, señora.
Detuvo la camioneta ubicándola a un lado del polvoriento camino, tiró de la palanca del freno pero no apagó el motor. La mano de la señora Twist se apoyó suavemente sobre la suya, que aún empuñaba el freno de mano.
-Puede usted acompañarme, si quiere… Lo miraba sonriente, muy fijamente.
Caminaron juntos hasta la sepultura. Desde el borde del camino pudo divisar ya el reflejo de la luz sobre las flores plásticas de color chillón que tanto detestaba y le daban un tono burlón a algunas tumbas. El cementerio era una pequeña porción de terreno rodeado por una cerca alambrada. La parcela familiar estaba delimitada por una segunda cerca de madera agrisada por el paso del tiempo. Ella se adelantó y agachándose depositó las flores al pie de una modesta cruz, pasó su mano suavemente por la pequeña placa donde se leía Jack Twist y las fechas de su nacimiento y muerte. Ennis tenía la vista fija en el horizonte, que había comenzado a cubrirse de pálidos reflejos rojos y púrpuras anunciando una prematura y asombrosamente calma puesta de sol. La ayudó a incorporarse y al inclinarse sus ojos advirtieron involuntariamente el nombre de Jack sobre la placa. La reacción fue como la de un rayo impactando violentamente contra el suelo. Cayó pesadamente sobre sus rodillas, sus manos cubriendo el rostro, su sombrero rodó entre el pastizal amarillo verdoso. Lloró ahogadamente con sus manos aferradas a la cruz blanca mientras ella acariciaba su hombro. Silenciosas lágrimas surcaban las mejillas sonrosadas de ella.
Esa noche la señora Twist rezó sus plegarias en paz por primera vez en mucho tiempo.


Los limpiaparabrisas parecían batirse a duelo con la avalancha de pesadas gotas que aún seguían cayendo. Buscó nerviosamente un pañuelo de papel de los muchos que acostumbraba a llevar consigo todo el tiempo. Enjugó sus lágrimas y limpió su nariz. Apagó la radio y condujo en silencio el resto del trayecto. La melodía, obstinada, seguía retumbando en su interior.
Para cuando alcanzó el serpenteante camino que conduce a su trailer el aguacero se había reducido a gotas que caían dudosas. El cielo había adquirido una luminosidad intensa a lo lejos, que más acá lograba colarse por entre los densos nubarrones gris violáceo, dando un clima irreal al escenario que le esperaba adelante. Reflejos blanco níveo y plata salpicaban todo el suelo. Cuando bordeaba la curva que rodeaba el terreno contiguo al suyo divisó la camioneta estacionada, unos metros a un lado del trailer. El marrón metalizado y la banda central crema de la carrocería hizo dar un respingo a su corazón, un sudor frío recorrió su espalda. Una mirada queda y estupefacta se posó sobre la silueta que fumaba apoyada contra la pared de su remolque. Si bien el contraluz no le permitía distinguir con claridad, dedujo que sería un muchacho de alrededor de veinte años, que pareció sobresaltarse con el sonido del motor de la pick up de Ennis. El sombrero de fieltro negro del joven aventuró a su mente a tejer un sinfín de explicaciones posibles frente a lo que le esperaba. Aturdido, frenó, y apagó el motor sin llevar la caja de velocidades a neutro, por lo que la vieja camioneta corcoveó violentamente hacia adelante. El pecho de Ennis golpeó el volante, se sonrojó por su torpeza y finalmente se apeó. Gruñendo, cerró la puerta con fuerza, fastidiado por la vergüenza que comenzaba a asomar y dominar por completo su ánimo. El pensar que el extraño estaba pendiente de cada uno de sus movimientos sólo consiguió alterarlo más.
Pretendiendo indiferencia giró para bajar sus cosas de la caja.
- Señor del Mar? - el muchacho lo abordó en una fracción de segundo.
Los ojos de Ennis se encontraron con el azul verdoso de una mirada franca, luminosa, que, aunque inquisidora, le inspiró confianza inmediata.
No esperó respuesta de su parte, con su mano extendida exclamó sonora y cordialmente; - Soy Bobby Twist, señor.
La boca de Ennis se entreabrió. No se había equivocado. Aún así, fue asaltado por el asombro y el recuerdo de una imagen similar que databa de más de veinte años atrás. Evitó los ojos del muchacho, con mirada perdida trataba de escudriñar algo que lo entretuviera mientras pensaba qué diablos decirle. Luego de lo que le pareció una eternidad, carraspeó. Su voz, frágil, esbozó algo así como lo que intentó ser un saludo natural.
- Bobby, ... Se sacó el sombrero inclinando su cabeza, mientras sentía el firme y afectuoso apretón en su mano. Tragó y se odió.
Se produjo otro silencio en el que ambos titubearon. Una ráfaga trajo algunas gotas perdidas.
- No fue fácil encontrarlo, se lo aseguro... Después de un viaje tan largo, vaya si me alegro de estar aquí! - Como buen texano, arrastraba ciertas vocales al hablar, y tartamudeaba en algunas palabras. Reconoció el mismo espíritu fresco, la misma espontánea calidez.
Ennis asintió, obligó a sus temblorosos labios a sonreir. Se sentía fuera de lugar y extrañamente feliz al mismo tiempo.
No tenía el valor de imaginar siquiera el motivo de la visita del hijo de Jack.
- Quieres pasar?... - lo invitó. Hace algo de frío ahora. - No sabía qué decir.
- Ya lo creo! Después de usted, señor.
Agradeció la insistencia de Alma porque adquiriera el hábito de hacer un poco de orden cada mañana. Milagrosamente, en esta oportunidad hasta había limpiado un poco. Aún flotaba un débil aroma a lavandas en el interior del trailer. Rogaba porque hubiese suficiente café para los dos. Sin consultarle, puso agua a calentar y buscó los dos únicos jarros de metal descascarado.
Bobby se sentó y echó una mirada en derredor. El hombre llevaba mucho tiempo viviendo solo, sin duda. Todo se veía prolijo, pero librado al abandono. Lo conmovió el ligero temblor en sus manos, producto de la emoción indisimulable que le había producido su visita, la postura levemente encorvada, los hombros vencidos, la mirada lúgubre.
- El tiempo aquí suele tenernos a mal traer en esta época del año, sabes... - Le hablaba dándole la espalda. No conseguía apartar la sensación de lo irreal que se le antojaba toda la situación. El hijo del mismísimo Jack en su propio remolque, después de todo ese tiempo.
Bobby asintió. El largo trayecto le había permitido ensayar mentalmente la conversación que quería sostener con el amigo de su padre.
- Señor del Mar, ... La voz sonó frágil. Carraspeó. - Estoy aquí hoy en primer lugar porque papá me hablaba con mucha frecuencia de usted... - Logró decirlo de corrido.
Ennis tragó tan ruidosamente que estaba seguro lo habrían escuchado desde el trailer vecino. Jack le había hablado a su hijo, de El? Se mordió el labio inferior nerviosamente.
- ... y cuando lo hacía, nunca disimulaba el cariño que le tenía. -prosiguió, sonriente. - Mi abuela también me habló muy bien de usted.
Ennis lo miró frunciendo ligeramente el ceño, ruborizado.
- Pasé por Lightning Flat antes de venir aquí. – Su periplo había sido una especie de rompecabezas al que le faltaba sólo una pieza ahora, quizás la más importante.
Miró a través de la ventana, con ojos entreabiertos por el resplandor. Demoró un breve instante para elegir las palabras de lo que iba a decir.
- Sabe... pensé en hacer este viaje poco después de que papá falleciera, y me tomó todo este tiempo arreglar ciertas cosas para poder llevarlo a cabo... Obtener la maldita licencia de conducir y convencer a su madre, las más arduas, caviló.
Su rostro había adquirido un tono levemente sombrío. Pasó su mano por el cabello que le caía en mechones sobre la frente.
- En realidad, me convencí de que debía venir a conocerlo el día en que usted telefoneó a mamá. Y luego me convencí también de que no podía venir hasta aquí con las manos vacías...
Una sensación de desconfianza asaltó a Ennis. Ahora lo contempló fijamente.
- ... Si es que vamos a cumplir el último deseo de papá juntos... tartamudeando pudo terminar la frase -...usted y yo.
Bobby se puso de pie de un salto, entusiasmado.
- Me acompaña? - dijo, abriendo ya la puerta del remolque. Ennis lo siguió titubeando, afuera soplaba una ligera brisa fresca y limpia, que en vano intentaba llevarse la luz espectral que resaltaba el amarillo blanquecino de los reflejos que el agua había dejado. El muchacho estaba inclinado con el torso dentro del lado derecho de su camioneta, abriendo algo. Se hizo a un lado para que Ennis pudiera ver. Dentro de una caja de cartón, descansando sobre paños de color marfil había otra caja de madera clara de base rectangular, lustrosa a pesar de notorios signos de deterioro. Una pequeña placa en metal opaco rezaba el nombre de Jack. Miró al muchacho con ojos asustados, y antes de que pudiera preguntar nada, Bobby explicó.
- Mamá ignoraba lo que usted y papá vivieron en la montaña Brokeback hasta que llamó. Yo no, y se lo dije. Se sorprendió de saber que papá pasaba mucho tiempo contándome cuánto se habían divertido pescando, montando a caballo, bebiendo y riendo en esas noches junto al fuego. No puede imaginar cómo me gustaba escucharlo hablar de esos tiempos, era tan feliz recordando esos momentos que pasaban juntos... – Y conmovido, subrayó - Siempre me insistía que debía tener al menos un buen amigo, y cuidarlo... - sacudiendo la cabeza agregó - ...una de las pocas cosas por las que valía la pena estar vivo, me repetía.
El rostro del joven se había iluminado. Los ojos de Ennis se habían instalado en la caja, y ya podía sentir el nudo en el estómago, el corazón latiendo desaforado, la sensación de ahogo.
- A su manera, mamá quería mucho a papá... El accidente la devastó, lo sé, más que a mi…estoy seguro. – continuó - …llegó a escribirles a sus padres para saber del paradero de la mitad de sus cenizas tiempo después, sabe?... Cuando la señora Twi..., mi abuela, contestó la carta, supe que el último deseo de papá no iba a ser llevado a cabo, entonces decidí cumplirlo yo mismo... - Lanzó un suspiro, contemplando a Ennis.
La voz de éste sonó gutural, profunda, al balbucear: - Tu madre, ella sabe esto?...
- No estaría aquí con... - tragó saliva, mirando la caja - ...si no contase con su permiso, se lo aseguro, señor del Mar.
Las marcas bajo sus ojos se habían oscurecido, la luz de las nubes de tormenta alejándose en lento torbellino acentuaron las incipientes arrugas en su cara. Sin embargo, toda su expresión transmitía una serena calma, y sobre todo un profundo alivio. Acarició la caja apenas rozándola con las yemas de sus dedos, que siguieron el contorno de las letras grabadas en el metal. Sonrió, y sus párpados actuaron como un dique que sin poder contenerse liberó ansiosas lágrimas que fluyeron cual arroyos de deshielo.
- Jodido Jack Twist. Ni aún así dejas de salirte con la tuya...
Y para sí mismo agregó: Cariñito, cariñito...


En Signal poco y nada había cambiado en todos esos años. El letargo y la monotonía característicos de cada uno de los días sólo se vieron interrumpidos por un hecho singular, que sirvió para tener a los locales alejados de los habituales temas de chismorreo.
Joe Aguirre, el veterano capataz de trabajo rural había sido encontrado por unos pastores en una planicie montaña arriba. Estaba atado de pies y manos a un árbol con signos de lo que a simple vista parecía ser una fuerte golpiza, pero resultó no ser más que fango y tizne lo que cubría su rostro enmudecido y furioso. Los dos sudamericanos que habían sido contratados para el pastoreo de esa temporada desaparecieron sin dejar rastros junto a sus caballos, perros y el rebaño de ovejas que estaba a su cuidado. Más no fue tanto esto lo que mantuvo a la comunidad cavilando maliciosamente durante semanas, sino un detalle en particular. Cuando fue desatado, Aguirre se incorporó con furia y extrajo de dentro de las asentaderas de sus pantalones un par de binoculares con los cristales destrozados, un reloj y una lata de judías.
El capataz jamás habló ni explicó nada de lo sucedido y tampoco volvió a encargarse de contratar a nadie otra vez. De hecho, abandonó el pueblo al poco tiempo y se estableció lejos de allí.
Quizás fue a causa de ese acontecimiento, quizás también el precoz invierno que apremió a permanecer puertas adentro. Lo cierto es que nadie reparó en el fugaz paso de los dos forasteros a bordo de la camioneta ocre metalizado con acoplado semanas después, en quienes el intenso trayecto se había encargado de construir todo un entramado de invisibles pero muy sólidos puentes.
Sólo abetos, pinos, rocas, cielo y montaña fueron testigos de su significativa presencia.
Montados en sendos caballos llegaron al claro junto al arroyo. Cumplieron con su propósito en silencio, inmersos en tácita complicidad, sólo interrumpido por alguna ráfaga del viento tenaz que intentaba barrer con todo o el aleteo de un águila curiosa.
Para Ennis del Mar por fin no fue necesario explicar. Tampoco aclarar, justificar ni aducir nada. Hizo lo que sentía, y ya. Escogió el árbol que los había protegido de los húmedos vientos del Pacífico en tantas noches heladas en aquella raída tienda de campaña. Decidió que esa parte de Jack que le pertenecía secretamente descansaría feliz allí.
Para Bobby Twist una cuenta estaba saldada. El pedido de su padre había sido cumplido y con eso pudo acompañar las profusas lágrimas de Ennis del Mar con las suyas que también fluían con avidez. El cielo era diáfano, de un azul líquido surcado por jirones de nubes que se extendían pareciendo buscar algo más allá del cordón de escarpados picos.
El albor de la noche los pilló en su ceremonia y no fue necesario poner en palabras lo que deseaban, con una mirada bastó para adivinarse. Comieron y bebieron al calor de una improvisada hoguera, bajo el inmenso abedul. Un ansioso Bobby escuchó con placer a Ennis hablar de su padre, y, aunque el pensamiento lo asaltó, finalmente se detuvo de preguntarle por qué jamás lo había visitado en Childress. Algunas relaciones de viejos amigos funcionaban de maneras no tan comprensibles ante otros ojos, y no estaba mal después de todo. Durmieron sueños parecidos, de los que despertaron complacidos y en paz.
Antes de marcharse, Ennis, el que no había sido de jurar, echó una última mirada hacia el pequeño montículo de flores blancas a los pies del árbol. Tallado en el ancho tronco, se leía;

Jack - Ennis
1963 - Por Siempre

Satisfecho, sus ojos iluminados y húmedos una vez más con un tirón de las riendas hizo girar su caballo. Bobby lo siguió con la mirada para comprobar que todo estuviera bien. Le devolvió el gesto con un guiño y una tenue pero significativa sonrisa. Montando uno junto al otro, con paso lento y pausado emprendieron el camino de regreso.
Para el veterano peón de campo Ennis del Mar algo concluía y algo comenzaba también. No tenía certezas de qué, pero no le importaba, porque ya no tenía dudas de que sería algo mejor.

Con orígenes tan improbables como diversos, herederas del espíritu de aquella leyenda en un árbol en la montaña Brokeback, historias y relatos de vaqueros rurales tímidamente comenzaron a ver la luz, celebrando y honrando el delicado lazo que mantiene unidas a las incontenibles fuerzas de la naturaleza con los sentimientos humanos más sublimes.

Los Cuatro Años

Este pichón de escritor nació gracias a la motivación e inspiración de Ana en Brokeback, a quien no dejaré de agradecer el haber descubierto una faceta que desconocía de mi. Dedicado a ella va esta versión que se extiende unas líneas más de la que originalmente publicó en su blog en algún momento de 2006.





El mundo de Jack se había reducido a poco más que lo que sus ojos no podían dejar de mirar. La imagen de Ennis en el espejo retrovisor que se alejaba de a poco. Cada metro recorrido en la camioneta abría aún más la herida que pudo sentir recién en el momento de la separación. La redondez del espejo con la silueta de Ennis recortada contra el cordón montañoso simbolizaban ese mundo a la perfección. O el que anhelaba más que cualquier otra cosa al menos. Por un instante pensó en girar violentamente el volante y dar la vuelta. No tendría sentido, para qué? Se maldijo por lo bajo... Creer que todo cambiaría... Había sido tan libre, tan él, que dejar la montaña antes de tiempo no lo había preocupado. De hecho, lo había aceptado de buena gana, tomándolo como una señal. Frente al trailer de Aguirre el rostro de Ennis se había vuelto aún más sombrío que antes de la pelea en el campamento. Al estrecharse las manos buscó algo en los ojos de él que le insinuara al menos que pronto volverían a estar juntos. Cualquier débil señal hubiese disparado todo lo que tenía pensado decirle. Pero sólo había podido decir unas cuantas palabras formales, ajenas. Las otras se habían atorado, paralizadas por el miedo. Había guardado silencio luego, ansioso por encontrar en los otros ojos, en los otros labios un indicio, por mínimo que fuera, que le demostrara que no había soñado en vano. La mirada esquiva y avergonzada de Ennis le anunciaron que el mundo construído durante esos días compartidos poco tenía que ver con la realidad y se derrumbaba en frente suyo. Cómo deseaba que supiera cuánto necesitaba que lo que habían vivido continuara, que su corazón tenía una huella marcada a fuego, que ya no podría ser el que había sido... Ya no, nunca más.
Al subir a la camioneta, taciturno, había comenzado a preguntarse qué tenía que sentir, luego de todo lo vivido. Cómo mirar hacia otro lado a partir de ahora? Cómo vivir de acuerdo a lo que le habían enseñado? Cómo arrancar de sí ese jirón de montaña que llevaba y pesaba como tal?
Había girado la llave y encendido el motor mientras un dolor punzante parecía estrujar su pecho y carcomer sus entrañas. El vacío había comenzado a dominar por completo su ser. Pero, y si todo había existido realmente allá arriba y no había sido sólo su deseo, dónde había quedado? La montaña, mezquina, habría decidido conservar para sí ese delicioso encantamiento que los unió, como una suerte de burla de la naturaleza? O, implacable, había decidido castigarlos por pecadores? O, vengativa, por no obedecer sus fuerzas inexorables? Resolvió echar a un lado esas ideas absurdas y olvidar todo, porque al fin y al cabo había sido algo de ese momento y no podría durar, jamás.
Tragando saliva y reprimiendo el temblor de sus labios volvió a mirar a través del parabrisas. Las nubes violetas se oscurecían aún más y el viento que inesperadamente había comenzado a sacudir la camioneta lo obligó a sostener el volante con firmeza.
El torrente de recuerdos lo inundó. Vagos algunos, otros tan intensos que llegaban a estremecerlo. El clima parecía acompañar el ritmo de sus emociones.
Sus ojos volvieron a posarse en el espejo. La silueta de Ennis ya no estaba, una Signal en miniatura se recortaba contra el fondo de montañas azules. Las nubes aún no las cubrían por completo, algunos rayos de sol acentuaban el blanco de sus cimas y el verde de sus árboles. Cuando ya todo estaba por desaparecer de su vista una ráfaga violenta, fría, golpeó su cara y le trajo una mezcla de aromas que reconoció de inmediato. Hierba, arroyo, fango y hoguera. Valle y manantial, colinas de verde interminable y cielo inmenso. Por una milésima de segundo se sintió correr, soplar como el viento, vibrar. Lleno todo su ser de ese sentido nuevo, que le había dado por fin sentido a su existencia, había descubierto quién quería ser y qué anhelaba. Eso le había permitido aceptar el final, allí. Ahora esos olores que no olvidaría se le aparecían a modo de despedida cruel, burlona.
Caseríos y pueblos pequeños se extendían a los costados del camino, prematuros copos de nieve se arremolinaban evaporándose. Una angustia desgarradora se mezclaba con las imágenes de lo que habían vivido, y sin aviso, lágrimas asomaron a sus ojos. Sus párpados se tocaron, liberando lágrimas ansiosas por deslizarse por sus mejillas. Dirigió la camioneta a un costado de la ruta, y sin poder controlar nada de lo que le sucedía, frenó con furia y aferrado al volante rompió a llorar. Gritó Ennis varias veces, Dios también. Permaneció así hasta que el bramido de un trueno a lo lejos lo hizo incorporarse. Una lluvia copiosa golpeaba la carrocería. El viento había cesado. No recordaría ese momento sino hasta muchos meses después.

El primer año fue un conteo constante de días y semanas transcurridos. Los recuerdos eran demasiado fuertes, los despertares colmados de angustia tras noches de vigilia o de sueños perturbadores. Siempre había sabido esperar, los deseos y algunas fantasías habían sido los bálsamos en los que se refugiaba en esos tiempos que parecían no tener final. Pero esta vez no era como las anteriores. Ingenuamente había pensado que la distancia resolvería todo, que si eso que sentía había comenzado en Brokeback, allí debía quedarse, y allí debía morir. Siempre había sentido el peso de la soledad, y lo había considerado parte natural de su vida, pero ahora ésta le había enseñado otro aspecto de sí mismo, que no quería olvidar ni ocultar.
Había decidido volver a trabajar para Aguirre, sólo para volver a ver a Ennis y terminar con esa tortura. En el silencio más absoluto, esperó, alternando entre el deseo y la desazón. Lo único que conseguía atenuar su estado era ese retazo de Ennis que había traído consigo, y cuya contemplación se convirtió en un ritual diario, allí en su habitación en casa de sus padres en Lightning Flat.
El tiempo cobró una dimensión distinta en su vida, las horas y los días parecían no tener fin.
Por ese entonces se le ocurrió que las agujas del reloj marchan a un ritmo cruel siempre. Dicha o dolor, daba igual. En la montaña, secretamente, había rezado porque los días se detuvieran y que el mundo exterior se redujera sólo a lo que los rodeaba. Si había algo que Jack no perdería jamás, eso eran su fé y la perseverancia necesaria para mantenerla intacta.
El año llegó, el condenado Aguirre sabía todo lo que había ocurrido entre ellos y Ennis jamás acudió a la cita. Arrastrando su pesar, pasos dominados por el agobio y la incertidumbre lo llevaron de vuelta a los rodeos.
Conoció a Lureen un tiempo después, su chispa y arrojo lo entusiasmaron otra vez. Consiguió distraerse, y antes de que pudiera darse cuenta, tenía conformada una familia.
Después del nacimiento de Bobby su necesidad de Ennis se hizo presente con más fuerza que nunca. Le fue imposible apartar sus pensamientos de él, y se convenció de que por volver a verlo estaba dispuesto a mucho más de lo que se creía capaz. Aunque los días se fueran sólo en intentar concretar algo junto a él, se propuso probar si era posible torcer el curso de los acontecimientos todavía.

Su madre se encontraba sola cuando Jack llegó. Su padre estaba trabajando en un rancho a unas cuantas millas al norte. Le contó de la llegada del bebé, ella sonrió, acarició su cara, pero como era su costumbre, no dijo mucho. Jack subió a su habitación, se envolvió en recuerdos y aromas, y se sentó en la cama con la vista fija en la ventana. La sra. Twist lo observaba en silencio desde el pasillo, sabía de los tiempos que Jack pasaba en su cuarto después de aquel verano de 1963 en que volvió de pastar ovejas, con el dolor impreso en la mirada. Se acercó a él, y suavemente apoyó su mano en el hombro. Jack se estremeció levemente, y sin quitar la vista de la ventana, dijo:
- Mamá… -dudó. Respiró hondo y tragó saliva. Con voz quebrada volvió a dirigirse a su madre.
- Puede que no sea lo que quieres para tu vida… lo que se supone que está bien para todo el mundo?... – y con tristeza inmensa agregó - …Cómo saberlo?
La sra. Twist soltó un leve suspiro antes de hablar.
-Hijo, la experiencia suele mostrarnos que nuestros sentimientos pueden estar muy lejos de lo que la gente cree y muy cerca de aquello que condena…
Su mirada estaba más húmeda que de costumbre. Se sentó a su lado y con voz pausada continuó hablando. Jack la miraba con una mezcla de extrañeza y fascinación, dispuesto a escuchar cada palabra que su madre le dedicara. Supo enseguida que esta vez no se referiría al Pentecostés.
- Hubo una vez en que un anciano monje y su joven discípulo hacían el largo camino de regreso al monasterio. Ambos pertenecían a una congregación de principios muy estrictos. Al llegar al río encontraron una mujer que lloraba desconsoladamente. Les suplicó que la ayudaran a cruzarlo porque la corriente era demasiado fuerte para ella. Debían hacerlo cuanto antes porque su madre muy enferma la esperaba del otro lado. El monje joven se disculpó explicándole que no podrían hacerlo ya que sus votos de castidad les prohibían todo contacto con mujeres. El monje viejo se arrodilló y le pidió a la mujer que montara encima de él. Cruzó el caudaloso río con mucha dificultad, seguido de cerca por el monje joven. Ya en la orilla, ella se inclinó, llena de gratitud, y corrió a encontrar a su madre. Los monjes continuaron su camino al monasterio, les quedaban aún diez horas de caminata.
La sra. Twist aclaró su garganta, miró a Jack de una forma inusualmente tranquilizadora y asintiendo, prosiguió.
- Poco antes de llegar el monje joven le pregunta al anciano; por qué, sabiendo mejor que él de los votos de abstinencia había cargado a la mujer todo el ancho del río. A lo que el viejo monje contestó; sí he cargado a la mujer a través del río y la he depositado en la otra orilla. Y acto seguido le preguntó: pero qué pasa contigo que todavía la cargas sobre los hombros?
Hizo ahora un profundo suspiro, y sonriendo levemente, acarició a Jack en la mejilla mientras pronunciaba delicadamente cada palabra.
- No haces bien en dejar cosas por la mitad, hijo mío.


El camino interminable se abría paso por entre llanos salpicados de ganado. Un cielo increíblemente azul matizado por algunas nubes, sembradíos y flores a ambos lados de la ruta, y una brisa tibia lo acompañaron en todo el recorrido. Las palabras de su madre aún no habían perdido su fuerza y como un eco se le repetían una y otra vez. La imagen de las dos palabras garabateadas por Ennis en la tarjeta postal lo hacían sonreir a cada momento y lo obligaban a pisar un poco más el pedal del acelerador. Se le antojó pensar en alguna suerte de complicidad universal que había precipitado todo y lo encontraba conduciendo en dirección a Riverton.
Cuando el letrero indicó que quedaban seis millas para llegar, sintió el pecho a punto de estallar. Redujo la velocidad y dirigió su camioneta al costado del camino. Su corazón latía con fuerza, su respiración se entrecortaba. Bebió unos cuantos sorbos cortos de whisky, comprobó su aspecto en el espejo retrovisor. Sus ojos se quedaron allí, absortos. Cuánto maldito tiempo había dejado pasar. Serio, dirigió su mirada hacia la ruta que, invitadora, reflejaba cada rayo de sol.
Sonrió ampliamente, con un gesto de aprobación.
Los neumáticos lanzaron polvo y piedras cuando aullando de alegría aceleró y retomó el camino.