Con cada vía explorada, cada palmo del cuerpo adorado, cada orificio colmado, el sexo con otro hombre había dejado de ser un tabú infranqueable para convertirse en la encarnación del encuentro más profundo que, estaba seguro, podría lograr alguna vez con otro ser humano. El enorme, temible castillo que durante tantísimo tiempo yo había ido construyendo con ladrillos hechos de una amalgama de frustraciones, miedos y represiones de todo tipo para allí encerrar mis pasiones más ardientes, se había desmoronado de manera natural, erosionado por el caudal de emociones intactas, contenidas, pacientemente guardadas, que se habían desatado en la celebración más gloriosa que alguna vez hubiese podido imaginar, barriendo con hasta el último de sus cimientos. Nuestros pechos se henchían y relajaban cadenciosamente, mientras yacíamos rendidos, empanados de granitos de arena, bañados en sudor y fluidos corporales, arrebatados por un sopor embriagador que nos mantenía inmóviles y sólidamente unidos aún. Dardo, su mejilla apoyada sobre la unión de mis tetillas, su rostro cubierto por el pelo húmedo y enredado que yo no dejaba de acariciar, emitía al dormitar un ronquido lánguido, muy suave. Absorto, ensimismado, sin perturbar su ensueño, paseé la mirada por la situación idílica pergeñada en derredor mío. El horizonte se hallaba al nivel de mis ojos, y sin embargo, extraña y gratamente a la vez, mis sentidos me tenían elevado muy por encima del cielo. Ahí estaban, el lago, armonioso, resplandeciente, su superficie lisa, como la de un espejo perfecto, su arrullo hipnótico, errático, al romper y retirarse con una tímida, minúscula ola, de la orilla. El siseo de los alerces, cipreses y pinos, al mecerse sus ramas con la brisa tibia. Las paredes verdes, luego amarronadas e inalcanzables, del muro de montañas que nos rodeaban y parecían querer protegernos, mantenernos a salvo de cualquier presencia humana. El cielo, de un azul abrumador, regado por translúcidas nubes en miniatura, como de ilustración de cuento infantil. Sonreí. El mundo real había desaparecido, dejando, en su lugar, un escenario de fantasía, un paraíso de fábula, un regalo de la Creación. La confabulación que había, desde algún remoto lugar del universo, pactado nuestro anhelado encuentro, elegía el sitio ideal, trazando un fantástico paralelo con aquella carpa a orillas del arroyo marrón y sinuoso. Y todo por una simple decisión. Nada más, y nada menos que porque lo había elegido. ¿Podían nuestros deseos haber llegado a tanto? No quería respondérmelo. No, al menos, todavía. Todo, de pronto, se había vuelto tan bello, tan acogedor, tan sublime, que, de demorarme pensándolo un segundo más, temí desaparecería desvaneciéndose en el aire, como un hechizo que llega a su destino fatal.
Lejos de lo que constituye mi vida acostumbrada, el mundo, allí, se aparecía tan distinto, sólo atento a mis deseos y dispuesto a saciarlos, y cuánto más simple, más natural, más claro, más acorde a la vida deseada, la casi perfecta.
- Parecemos los únicos en el mundo, ¿no? - balbuceó un somnoliento Dardo, con sus ojos pegados.
Lo miré un instante antes de hablar.
- Pensaba exactamente en eso... - comenté, lanzando un profundo suspiro.
- ¿Qué te hizo venir, Rodri? - disparó, directo.
Me sorprendió y tardé en reaccionar.
- ¿Cómo, qué me hizo...? Vos, boludo.
Gruñó. - Eso es quién. Yo te estoy preguntando qué.
Suspiré otra vez. Eran tantos y, a la vez, tan pocos los motivos que no sabía de qué manera contestarle.
- ¡Yo qué sé, hincha pelotas! Vine, ¿no te basta eso? - con mis dedos sacudí su pelo.
- Sí y no. - entreabrió los ojos. - ¿Por qué te casaste?
Tragué saliva estrepitosamente. - Porque me enamoré, ¿por qué va a ser?
- ¿Y con cuántas saliste antes de concretar?
- ¿Cuántas?... Qué sé yo, un montón... - mentí.
- ¿Y sos feliz?
- Claro que sí, bolas, tengo una familia...
- Seguro... - Sus dedos juguetearon con mis pezones erectos.- Y decime, en todos estos años, nunca...?
- Ni en todos esos años ni después. - lo interrumpí secamente, adivinando a dónde se dirigía. No comprendí mi tono ridículamente defensivo.
Me escudriñó con una mueca de duda.
- Qué suerte tuviste. - dijo luego, melancólico. Hizo una pausa para girar apenas y acomodar su cabeza sobre mi hombro. -Yo, en cambio... aguanté unos años, como cuatro o cinco, hasta que no dí más, entonces, al carajo los estudios de ingeniería y proa a América central.
-¿Y, qué onda? - inquirí, no muy seguro de querer saber.
- ¡Jah! La peor, de parte de mis viejos... nunca aceptaron que echara por la borda todos esos años de estudio y me fuese a Costa Rica, nunca... y después, allá, de todo un poco... vendí ropa, trabajé como chofer, y, de tanto andar, conocí un tipo, en un bar... lindo, pero que resultó ser mucho más cagón que yo. - rió débilmente. - Salimos, sí, hasta que su miedo eterno, irremediable, insoportable, arruinaba todo lo que emprendíamos, cualquier cosa que intentáramos compartir, ¿qué podía pretender con alguien como él? Así que, para olvidarlo, o para seguir huyendo, no sé bien, me fuí a Perú por otro laburo que pude conseguir, como acompañante turístico, y en Lima conocí a César. Vivimos juntos, no estuvo mal, hasta que descubrí que me engañaba con el mejor amigo que me había hecho yo allá, ¿podés creer? Entonces, listo, se acabó, a la mierda con todo, agarré mis valijas y volví a Buenos Aires.
- Uh, qué de trotes... también, vos, si hubieras elegido una vida más ordenada, más tranquila... - murmuré, disfrazando mis celos con un comentario cargado de estúpida moralina. Inmediatamente me odié con toda el alma. Dardo se plantó con ojos de fuego frente a mí.
- Si hubiera elegido una vida más ordenada... , si hubiera elegido una puta vida más ordenada, ¿qué? - espetó, tan colérico que me asustó. - ¿Qué?, a ver, explicame... Ah, no lo sabés... pues yo sí... de haber llevado esa vida que vos sí elegiste, ¡ni a palos estaríamos acá, en este lugar de ensueño, amándonos, cogiendo como animales, como deberíamos haber hecho todos estos putos veinte años! - Las gotas de su saliva me obligaron a pestañear nerviosamente. - ¿O me vas a decir que viniste hasta el orto del mundo solamente para disculparte por lo que pasó en tu auto, frente al río, y de pronto, no sabés cómo, acá surgió todo? Rodri, ¿Te das cuenta de que tuviste que manejar miles de horas y tragar kilos de tierra para comprobar de que es imposible, im-po-si-ble, desviar una inclinación sexual sólo porque alguien lo dice? Apuesto que hasta anoche estabas tranquilo, orgulloso, de tener un cerebro y una pija tan obedientes a tu estirpe de macho... Pero, fijate vos, eh, cambian las circunstancias, cambia la cabeza. ¿Cuánto llevabas vos haciéndote el distraído, Rodri? ¿cuánto maldito tiempo? - Me escrutó, el ceño fruncido, la boca torcida en un rictus de amargura. No atiné a contestar nada lógico. - Mucho, más de lo que me imagino, ¿cierto? - se incorporó, dándome la espalda. - Yo me la dí de canchero en aquella época... cuando en realidad era un pendejo recagón, que no tuvo los huevos para agarrarte y decirte, caguémonos en el mundo y estemos juntos, aún viéndolo, a gritos, impreso en tus ojos llenos de duda y miedo en la librería del barrio esa puta tarde, aunque Yo lo tuviese marcado a fuego en el corazón... tenía la cabeza demasiado hecha pedazos por toda la basura de mis queridos viejos, de toda la mierda del sistema... ¿Qué me quedaba? Mis viejos me daban la espalda, a vos ya no te tenía... Irme lejos, la única, con toda mi represión a cuestas, al reverendo carajo a ver el mundo, que hasta sonaba bien cuando lo contaba... cuando la verdad es que huí, huí despavorido, del puto en que me iba a convertir, así ni mis viejos, ni mis amigos ni el resto de mi familia me verían... - rió forzadamente. - Toda ese quilombo para descubrir que cuanto más intentaba esconderme, más desenfrenado me volvía, para confirmar que así me fuera al Congo o al Polo, jamás podría escapar de mi homosexualidad, porque eso era lo que yo era. - Lagrimeaba apenas ahora, pero eso no le impedía descargarse con voz firme, cargada de amargura. - Te digo algo, Rodri, por mí este mundo de hijos de puta se puede ir a la reverendísima concha de su madre. Ya tuve bastante de toda su basura, de toda su crueldad, indiferencia e histeria del orto. ¿Por qué te pensás que me vine acá? Sí, me encantan los lagos y las montañas y no están mal algo de aislamiento y soledad... pero más, muchísimo más, me encantaría compartir todo esto con alguien, y que ese alguien... – giró, y con ojos que eran un caleidoscopio de matices, continuó. - ...que ese alguien sea un hombre que me ame como yo soy capaz de amar... o cerca, al menos. Pero, bueno, no lo logré, entonces, como ya tenía el lugar, me conseguí un perro... y armé mi vida, con un laburo decente, naturaleza a montones, paz, muuucha paz, mate, algún vinito de vez en cuando, y también... - Sonrió pícaramente. - ...mucha, pero muuuucha paja. A dos manos.
Yo continuaba en mi mutismo, incapaz de pronunciar algo que sonara adecuado.
- Puede que sea un hincha bolas, porque no está tan mal después de todo... - Dicho esto, la voz se le quebró como si sus cuerdas vocales se hubiesen cortado de repente. - Lo que no te imaginás es el estruendo que se escucha cuando caigo a veces... de verdad, no te lo imaginás, Rodri...
Me conmovió de tal manera, que por un instante perdí la capacidad de reacción. Luego lo rodeé con mi brazo y lo traje más cerca de mí.
- ¿Cómo no lo voy a imaginar, boludo? - lo consolé. Por fin pude hablar.
- ¿Qué hora es? - inquirió, zanjando abruptamente su congoja. Su gesto apenado desapareció tan rápido como se había hecho presente.
- ¿Hora? No sé, supongo que debemos estar cerca del mediodía...
- Vení, saquémonos todo este enchastre, que los tábanos no deben tardar en aparecer.
Corrió hasta la canoa, hurgó entre sus cosas y enseguida extrajo un pan de jabón blanco. El agua en la orilla estaba muy tibia ahora. Me aproximé a él, tomé el jabón de su mano y lo conduje hasta donde el agua cubría nuestras rodillas. Lo ayudé a sentarse sobre el lecho gris y sorprendentemente mullido, y, con la misma delicadeza y amor que cuando Clara y Francisco eran bebés, lo enjaboné entero, quitando, cada tanto, los sobrantes de espuma con suaves chorros de agua limpia, en tanto él, dócil, manso como la superficie del lago, se dejaba llevar por el delicioso recorrido del agua jabonosa, el lento frote de mis manos sobre su piel que reflejaba los rayos de sol. La melodía de la canción Daniel irrumpió en mi mente de forma tan repentina que, cuando reparé en ello, ya estaba tarareándola en un tímido falsete. Dardo se apoyó sobre sus codos, la cabeza volteada hacia atrás, extendiendo largamente sus piernas, sus labios ensanchados en una sonrisa de relajada satisfacción.
- Tu canción... - dijo dulcemente.
Lejos de lo que constituye mi vida acostumbrada, el mundo, allí, se aparecía tan distinto, sólo atento a mis deseos y dispuesto a saciarlos, y cuánto más simple, más natural, más claro, más acorde a la vida deseada, la casi perfecta.
- Parecemos los únicos en el mundo, ¿no? - balbuceó un somnoliento Dardo, con sus ojos pegados.
Lo miré un instante antes de hablar.
- Pensaba exactamente en eso... - comenté, lanzando un profundo suspiro.
- ¿Qué te hizo venir, Rodri? - disparó, directo.
Me sorprendió y tardé en reaccionar.
- ¿Cómo, qué me hizo...? Vos, boludo.
Gruñó. - Eso es quién. Yo te estoy preguntando qué.
Suspiré otra vez. Eran tantos y, a la vez, tan pocos los motivos que no sabía de qué manera contestarle.
- ¡Yo qué sé, hincha pelotas! Vine, ¿no te basta eso? - con mis dedos sacudí su pelo.
- Sí y no. - entreabrió los ojos. - ¿Por qué te casaste?
Tragué saliva estrepitosamente. - Porque me enamoré, ¿por qué va a ser?
- ¿Y con cuántas saliste antes de concretar?
- ¿Cuántas?... Qué sé yo, un montón... - mentí.
- ¿Y sos feliz?
- Claro que sí, bolas, tengo una familia...
- Seguro... - Sus dedos juguetearon con mis pezones erectos.- Y decime, en todos estos años, nunca...?
- Ni en todos esos años ni después. - lo interrumpí secamente, adivinando a dónde se dirigía. No comprendí mi tono ridículamente defensivo.
Me escudriñó con una mueca de duda.
- Qué suerte tuviste. - dijo luego, melancólico. Hizo una pausa para girar apenas y acomodar su cabeza sobre mi hombro. -Yo, en cambio... aguanté unos años, como cuatro o cinco, hasta que no dí más, entonces, al carajo los estudios de ingeniería y proa a América central.
-¿Y, qué onda? - inquirí, no muy seguro de querer saber.
- ¡Jah! La peor, de parte de mis viejos... nunca aceptaron que echara por la borda todos esos años de estudio y me fuese a Costa Rica, nunca... y después, allá, de todo un poco... vendí ropa, trabajé como chofer, y, de tanto andar, conocí un tipo, en un bar... lindo, pero que resultó ser mucho más cagón que yo. - rió débilmente. - Salimos, sí, hasta que su miedo eterno, irremediable, insoportable, arruinaba todo lo que emprendíamos, cualquier cosa que intentáramos compartir, ¿qué podía pretender con alguien como él? Así que, para olvidarlo, o para seguir huyendo, no sé bien, me fuí a Perú por otro laburo que pude conseguir, como acompañante turístico, y en Lima conocí a César. Vivimos juntos, no estuvo mal, hasta que descubrí que me engañaba con el mejor amigo que me había hecho yo allá, ¿podés creer? Entonces, listo, se acabó, a la mierda con todo, agarré mis valijas y volví a Buenos Aires.
- Uh, qué de trotes... también, vos, si hubieras elegido una vida más ordenada, más tranquila... - murmuré, disfrazando mis celos con un comentario cargado de estúpida moralina. Inmediatamente me odié con toda el alma. Dardo se plantó con ojos de fuego frente a mí.
- Si hubiera elegido una vida más ordenada... , si hubiera elegido una puta vida más ordenada, ¿qué? - espetó, tan colérico que me asustó. - ¿Qué?, a ver, explicame... Ah, no lo sabés... pues yo sí... de haber llevado esa vida que vos sí elegiste, ¡ni a palos estaríamos acá, en este lugar de ensueño, amándonos, cogiendo como animales, como deberíamos haber hecho todos estos putos veinte años! - Las gotas de su saliva me obligaron a pestañear nerviosamente. - ¿O me vas a decir que viniste hasta el orto del mundo solamente para disculparte por lo que pasó en tu auto, frente al río, y de pronto, no sabés cómo, acá surgió todo? Rodri, ¿Te das cuenta de que tuviste que manejar miles de horas y tragar kilos de tierra para comprobar de que es imposible, im-po-si-ble, desviar una inclinación sexual sólo porque alguien lo dice? Apuesto que hasta anoche estabas tranquilo, orgulloso, de tener un cerebro y una pija tan obedientes a tu estirpe de macho... Pero, fijate vos, eh, cambian las circunstancias, cambia la cabeza. ¿Cuánto llevabas vos haciéndote el distraído, Rodri? ¿cuánto maldito tiempo? - Me escrutó, el ceño fruncido, la boca torcida en un rictus de amargura. No atiné a contestar nada lógico. - Mucho, más de lo que me imagino, ¿cierto? - se incorporó, dándome la espalda. - Yo me la dí de canchero en aquella época... cuando en realidad era un pendejo recagón, que no tuvo los huevos para agarrarte y decirte, caguémonos en el mundo y estemos juntos, aún viéndolo, a gritos, impreso en tus ojos llenos de duda y miedo en la librería del barrio esa puta tarde, aunque Yo lo tuviese marcado a fuego en el corazón... tenía la cabeza demasiado hecha pedazos por toda la basura de mis queridos viejos, de toda la mierda del sistema... ¿Qué me quedaba? Mis viejos me daban la espalda, a vos ya no te tenía... Irme lejos, la única, con toda mi represión a cuestas, al reverendo carajo a ver el mundo, que hasta sonaba bien cuando lo contaba... cuando la verdad es que huí, huí despavorido, del puto en que me iba a convertir, así ni mis viejos, ni mis amigos ni el resto de mi familia me verían... - rió forzadamente. - Toda ese quilombo para descubrir que cuanto más intentaba esconderme, más desenfrenado me volvía, para confirmar que así me fuera al Congo o al Polo, jamás podría escapar de mi homosexualidad, porque eso era lo que yo era. - Lagrimeaba apenas ahora, pero eso no le impedía descargarse con voz firme, cargada de amargura. - Te digo algo, Rodri, por mí este mundo de hijos de puta se puede ir a la reverendísima concha de su madre. Ya tuve bastante de toda su basura, de toda su crueldad, indiferencia e histeria del orto. ¿Por qué te pensás que me vine acá? Sí, me encantan los lagos y las montañas y no están mal algo de aislamiento y soledad... pero más, muchísimo más, me encantaría compartir todo esto con alguien, y que ese alguien... – giró, y con ojos que eran un caleidoscopio de matices, continuó. - ...que ese alguien sea un hombre que me ame como yo soy capaz de amar... o cerca, al menos. Pero, bueno, no lo logré, entonces, como ya tenía el lugar, me conseguí un perro... y armé mi vida, con un laburo decente, naturaleza a montones, paz, muuucha paz, mate, algún vinito de vez en cuando, y también... - Sonrió pícaramente. - ...mucha, pero muuuucha paja. A dos manos.
Yo continuaba en mi mutismo, incapaz de pronunciar algo que sonara adecuado.
- Puede que sea un hincha bolas, porque no está tan mal después de todo... - Dicho esto, la voz se le quebró como si sus cuerdas vocales se hubiesen cortado de repente. - Lo que no te imaginás es el estruendo que se escucha cuando caigo a veces... de verdad, no te lo imaginás, Rodri...
Me conmovió de tal manera, que por un instante perdí la capacidad de reacción. Luego lo rodeé con mi brazo y lo traje más cerca de mí.
- ¿Cómo no lo voy a imaginar, boludo? - lo consolé. Por fin pude hablar.
- ¿Qué hora es? - inquirió, zanjando abruptamente su congoja. Su gesto apenado desapareció tan rápido como se había hecho presente.
- ¿Hora? No sé, supongo que debemos estar cerca del mediodía...
- Vení, saquémonos todo este enchastre, que los tábanos no deben tardar en aparecer.
Corrió hasta la canoa, hurgó entre sus cosas y enseguida extrajo un pan de jabón blanco. El agua en la orilla estaba muy tibia ahora. Me aproximé a él, tomé el jabón de su mano y lo conduje hasta donde el agua cubría nuestras rodillas. Lo ayudé a sentarse sobre el lecho gris y sorprendentemente mullido, y, con la misma delicadeza y amor que cuando Clara y Francisco eran bebés, lo enjaboné entero, quitando, cada tanto, los sobrantes de espuma con suaves chorros de agua limpia, en tanto él, dócil, manso como la superficie del lago, se dejaba llevar por el delicioso recorrido del agua jabonosa, el lento frote de mis manos sobre su piel que reflejaba los rayos de sol. La melodía de la canción Daniel irrumpió en mi mente de forma tan repentina que, cuando reparé en ello, ya estaba tarareándola en un tímido falsete. Dardo se apoyó sobre sus codos, la cabeza volteada hacia atrás, extendiendo largamente sus piernas, sus labios ensanchados en una sonrisa de relajada satisfacción.
- Tu canción... - dijo dulcemente.
Asentí. Continué un poco más, mientras restregaba su cabello.
- Sabés... - susurré. - ...lo que te dije, de que una cadena de acontecimientos me trajo hasta acá, es totalmente cierto... de alguna manera, ahora que lo pienso, fué todo tan increíble que hasta me hizo creer, te vas a cagar de risa, en una especie de conspiración, un complot cósmico, no sé, como si algo sobrenatural estuviera digitando todo...
Dardo abrió los ojos y por una décima de segundo me miró desencajado, como si hubiese redordado algo. Tragué saliva, arrepentido, no sabía bien, de qué.
Emitió un silbido y acto seguido señaló, irónico: - ¡Ah, bueno! Mirá cómo le llaman ahora a "eran tantas las ganas de coger con vos que me banqué cualquiera".
- Qué pelotudo sos ... - reí muy a pesar mío. - ... te lo digo en serio! Días antes de recibir el mail de Juanjo invitándome a la reunión de egresados, había pensado en vos, y esa misma tarde subo al auto y adiviná qué tema sonaba en la radio?... - No esperé su respuesta. - ¡Daniel! ¡¿No es de locos?! - El rostro de Dardo se iluminó.
- Sí que es increíble... - comentó, abstraído durante unos segundos. Luego propuso, entusiasta:
- Sabés... - susurré. - ...lo que te dije, de que una cadena de acontecimientos me trajo hasta acá, es totalmente cierto... de alguna manera, ahora que lo pienso, fué todo tan increíble que hasta me hizo creer, te vas a cagar de risa, en una especie de conspiración, un complot cósmico, no sé, como si algo sobrenatural estuviera digitando todo...
Dardo abrió los ojos y por una décima de segundo me miró desencajado, como si hubiese redordado algo. Tragué saliva, arrepentido, no sabía bien, de qué.
Emitió un silbido y acto seguido señaló, irónico: - ¡Ah, bueno! Mirá cómo le llaman ahora a "eran tantas las ganas de coger con vos que me banqué cualquiera".
- Qué pelotudo sos ... - reí muy a pesar mío. - ... te lo digo en serio! Días antes de recibir el mail de Juanjo invitándome a la reunión de egresados, había pensado en vos, y esa misma tarde subo al auto y adiviná qué tema sonaba en la radio?... - No esperé su respuesta. - ¡Daniel! ¡¿No es de locos?! - El rostro de Dardo se iluminó.
- Sí que es increíble... - comentó, abstraído durante unos segundos. Luego propuso, entusiasta:
-¿Qué tal si comemos? Estoy muerto de hambre. Dardo había preparado unos enormes sandwichs de carne ahumada y queso y unas manzanas que devoramos mientras hablábamos de nuestras vidas, yendo y volviendo en el tiempo, salteándonos años, sucesos, gente, de manera cómplice cuando riendo a carcajadas evocamos momentos juntos. El se refirió a sus aventuras centroamericanas y peruanas, a particularidades y rarezas de la vida en el bosque y la montaña con honda fascinación, y yo me aboqué a detallar apasionadamente los progresos, travesuras y payasadas de mis hijos, y a esbozar generalidades de mis ocupaciones en Buenos Aires. El contraste de su vida plagada de riesgos con la mía me hizo sentir cuánto había pasado por alto, y con eso, el pesado saldo de lo que había quedado en el camino amagó enturbiar el momento.
Desnudos como estábamos todavía, sentados sobre una enorme roca plana, a la sombra de un frondoso ciprés, sólo nuestros ojos cubiertos con anteojos oscuros, me avergoncé cuando una nueva erección comenzó a asomar al estudiar tras los cristales, una y otra vez, el tentador cuerpo de Dardo. Flexioné una pierna, tomé el termo con agua por su asa, bebí un poco y, distraídamente, cubrí con él mis genitales. La parte metálica, helada, tocó mi miembro, obligándome a saltar y aullar amaneradamente. Dardo estalló en una risotada, lanzando lejos parte del bocado que masticaba.
- Rodri viejo y peludo, no cambies jamás, por favor... - se acercó a mí y me dió un beso tierno. Lo festejé, fascinado con mi asombrosa capacidad de aceptación, con ese nuevo ser que le daba calurosa bienvenida a cada situación nueva. Ibamos a comenzar un nuevo round sexual, pero los anunciados tábanos y otros insectos de aspecto amenzante comenzaron a revolotear, fastidiosos. Dardo sugirió vestirnos y comenzar a andar.
Bordeando la accidentada orilla del lago por una media hora llegamos a un arroyito caudaloso, cuyo curso seguimos, para adentrarnos en el tupido bosque. Anduvimos otro tanto hasta que, poco antes del final del arroyo, nos sorprendió un rumor de agua cayendo, en tanto que bocanadas de aire frio y húmedo refrescaron agradablemente nuestras caras. Sorteamos una curva formada por un gran montículo de piedras donde, tras ellas, se erigía, majestuoso, imperturbable, un manantial, un chorrillo que nacía muchos metros más arriba. Dardo me atisbó con sus ojos de niño azorado, buscando lo mismo en los míos.
- ¿Te animás a subir? - inquirió, pleno de entusiasmo.
- ¡Con vos, a donde sea! - manifesté, la respiración agitada, con una alegría que exudaba sinceridad.
Trepamos, yo con dificultad, por una senda formada por los estrechos espacios que dejaban las rocas apiladas una sobre otra que, más allá, se transformó en un caminito propiamente dicho en zigzag, demarcado por la pared de piedra casi vertical a un costado, y una cerca de alerces y todo tipo de arbustos al otro. El origen del chorrillo se hallaba luego de una abrupta y escarpada cuesta al final del recorrido, cuando yo ya me encontraba al límite de mis fuerzas. Demoré más de la cuenta en treparla y Dardo, como ya era habitual, se me había adelantado hacía rato, y, preparando mate, canturreaba con sus pies inmersos dentro de la fuerte corriente de agua.
Desnudos como estábamos todavía, sentados sobre una enorme roca plana, a la sombra de un frondoso ciprés, sólo nuestros ojos cubiertos con anteojos oscuros, me avergoncé cuando una nueva erección comenzó a asomar al estudiar tras los cristales, una y otra vez, el tentador cuerpo de Dardo. Flexioné una pierna, tomé el termo con agua por su asa, bebí un poco y, distraídamente, cubrí con él mis genitales. La parte metálica, helada, tocó mi miembro, obligándome a saltar y aullar amaneradamente. Dardo estalló en una risotada, lanzando lejos parte del bocado que masticaba.
- Rodri viejo y peludo, no cambies jamás, por favor... - se acercó a mí y me dió un beso tierno. Lo festejé, fascinado con mi asombrosa capacidad de aceptación, con ese nuevo ser que le daba calurosa bienvenida a cada situación nueva. Ibamos a comenzar un nuevo round sexual, pero los anunciados tábanos y otros insectos de aspecto amenzante comenzaron a revolotear, fastidiosos. Dardo sugirió vestirnos y comenzar a andar.
Bordeando la accidentada orilla del lago por una media hora llegamos a un arroyito caudaloso, cuyo curso seguimos, para adentrarnos en el tupido bosque. Anduvimos otro tanto hasta que, poco antes del final del arroyo, nos sorprendió un rumor de agua cayendo, en tanto que bocanadas de aire frio y húmedo refrescaron agradablemente nuestras caras. Sorteamos una curva formada por un gran montículo de piedras donde, tras ellas, se erigía, majestuoso, imperturbable, un manantial, un chorrillo que nacía muchos metros más arriba. Dardo me atisbó con sus ojos de niño azorado, buscando lo mismo en los míos.
- ¿Te animás a subir? - inquirió, pleno de entusiasmo.
- ¡Con vos, a donde sea! - manifesté, la respiración agitada, con una alegría que exudaba sinceridad.
Trepamos, yo con dificultad, por una senda formada por los estrechos espacios que dejaban las rocas apiladas una sobre otra que, más allá, se transformó en un caminito propiamente dicho en zigzag, demarcado por la pared de piedra casi vertical a un costado, y una cerca de alerces y todo tipo de arbustos al otro. El origen del chorrillo se hallaba luego de una abrupta y escarpada cuesta al final del recorrido, cuando yo ya me encontraba al límite de mis fuerzas. Demoré más de la cuenta en treparla y Dardo, como ya era habitual, se me había adelantado hacía rato, y, preparando mate, canturreaba con sus pies inmersos dentro de la fuerte corriente de agua.
- ¡Ya era hora, plomazo! - exclamó.
- Vas a conseguir que me transforme en gato montés después de ésta... - comenté, resoplando.
- ¿Gato montés? ¡Carnero enclenque, dirás! - bromeó, muy risueño.
Una vez más, reímos a coro. Mi vista enfocó el paisaje que se extendía más allá de Dardo. No había reparado en la altura a la que habíamos llegado, que nos permitía contemplar el cordón blanquiazul y brumoso de la cordillera, un valle allende las estribaciones más cercanas y la panorámica del lago más espectacular.
-¡Dios! - chillé. - ¡Qué belleza!
Dardo asintió con la cabeza y palmeó el sitio junto a él, invitándome a sentarme. Mateamos en silencio, fundidos con la majestuosidad de lo que nos rodeaba, mientras mis pies latían bajo el agua helada.
- Uno se siente más cerca de El, aquí arriba... - señalé, luego de un rato.
- Vas a conseguir que me transforme en gato montés después de ésta... - comenté, resoplando.
- ¿Gato montés? ¡Carnero enclenque, dirás! - bromeó, muy risueño.
Una vez más, reímos a coro. Mi vista enfocó el paisaje que se extendía más allá de Dardo. No había reparado en la altura a la que habíamos llegado, que nos permitía contemplar el cordón blanquiazul y brumoso de la cordillera, un valle allende las estribaciones más cercanas y la panorámica del lago más espectacular.
-¡Dios! - chillé. - ¡Qué belleza!
Dardo asintió con la cabeza y palmeó el sitio junto a él, invitándome a sentarme. Mateamos en silencio, fundidos con la majestuosidad de lo que nos rodeaba, mientras mis pies latían bajo el agua helada.
- Uno se siente más cerca de El, aquí arriba... - señalé, luego de un rato.
Frunció el ceño, y, sugestivamente, anunció.
- Puede ser... aunque a mí me basta con sentirme cerca de Vos.
Lo miré con gesto pícaro, ruborizado.
- Lo estás, de eso no tenés que preocuparte... - murmuré. Nuestra maratón sexual tuvo un nuevo episodio, menos enardecido, quizá, en el que nuestras bocas apenas se separaron. Cuando eyaculamos, Dardo estaba sentado sobre mi entrepierna, su mentón enterrado en mi cuello, mis brazos como un candado alrededor de sus hombros. Supongo que nos habremos quedado dormidos, porque lo que recuerdo a continuación fué el estruendo de un trueno que nos heló la sangre, seguido de una ráfaga de viento tan fuerte que casi nos levanta por el aire. Desconcertados, temblorosos, miramos encima de nuestras cabezas para advertir un manto de nubes gris purpúreo que, enroscándose sobre sí mismas, en un inquietante movimiento de espiral, avanzaban temerariamente.
- Mas vale que volemos de acá, Rodri. - Se paró como un rayo, metió todo dentro de su mochila y regresamos, en medio de relámpagos que partían el cielo y truenos cuyo eco multiplicaban las montañas. El aguacero, de una fuerza que pocas veces había visto, nos pilló cuando nos acercábamos a la orilla del lago. Remamos sin cesar, esta vez sin apartarnos demasiado de la costa, para poder guiarnos. Dardo amarró la canoa en el momento que la tormenta arreció con todo su ímpetu, y, aunque estábamos empapados hasta los huesos, corrimos hacia la cabaña todo lo que daban nuestras piernas. Yo, completamente a ciegas, en medio de la cortina de agua, no registré el cambio en el ángulo del suelo, ni el resbaladizo lodazal en que se había convertido el sendero. En la ligera pendiente en bajada antes de la caseta patiné y caí rodando, derribando a Dardo en mi derrotero. Giramos como pelota humana hasta que piedras y un gran charco acabaron con la fuerza de nuestra inercia. Una vez que nuestra carrera en picada se detuvo, nos miramos, ansiosos por comprobar el estado del otro. Estallamos en fuertes e inacabables carcajadas mientras la lluvia cumplía su ciclo, apaciguando, fecundando, aumentando cauces, formando infinitas vertientes y alterando por completo mis planes de retorno.
Continúa.
- Puede ser... aunque a mí me basta con sentirme cerca de Vos.
Lo miré con gesto pícaro, ruborizado.
- Lo estás, de eso no tenés que preocuparte... - murmuré. Nuestra maratón sexual tuvo un nuevo episodio, menos enardecido, quizá, en el que nuestras bocas apenas se separaron. Cuando eyaculamos, Dardo estaba sentado sobre mi entrepierna, su mentón enterrado en mi cuello, mis brazos como un candado alrededor de sus hombros. Supongo que nos habremos quedado dormidos, porque lo que recuerdo a continuación fué el estruendo de un trueno que nos heló la sangre, seguido de una ráfaga de viento tan fuerte que casi nos levanta por el aire. Desconcertados, temblorosos, miramos encima de nuestras cabezas para advertir un manto de nubes gris purpúreo que, enroscándose sobre sí mismas, en un inquietante movimiento de espiral, avanzaban temerariamente.
- Mas vale que volemos de acá, Rodri. - Se paró como un rayo, metió todo dentro de su mochila y regresamos, en medio de relámpagos que partían el cielo y truenos cuyo eco multiplicaban las montañas. El aguacero, de una fuerza que pocas veces había visto, nos pilló cuando nos acercábamos a la orilla del lago. Remamos sin cesar, esta vez sin apartarnos demasiado de la costa, para poder guiarnos. Dardo amarró la canoa en el momento que la tormenta arreció con todo su ímpetu, y, aunque estábamos empapados hasta los huesos, corrimos hacia la cabaña todo lo que daban nuestras piernas. Yo, completamente a ciegas, en medio de la cortina de agua, no registré el cambio en el ángulo del suelo, ni el resbaladizo lodazal en que se había convertido el sendero. En la ligera pendiente en bajada antes de la caseta patiné y caí rodando, derribando a Dardo en mi derrotero. Giramos como pelota humana hasta que piedras y un gran charco acabaron con la fuerza de nuestra inercia. Una vez que nuestra carrera en picada se detuvo, nos miramos, ansiosos por comprobar el estado del otro. Estallamos en fuertes e inacabables carcajadas mientras la lluvia cumplía su ciclo, apaciguando, fecundando, aumentando cauces, formando infinitas vertientes y alterando por completo mis planes de retorno.
Continúa.
13 comentarios:
Ay Rodri cómo se le cayó la venda de los ojos, bien por Dardo. Pero tengo miedo de que tengan que bajar al valle y, bueno,.........ojalá esa tormenta sea eterna y no tengan que regresar.
Jo, tan difícil es que les salga todo bien?.
Sigues teniendo la habilidad de que mi cuerpo traspase la pantalla del ordenador y que me quede en un rinconcito junto a ellos, sólo para absorber cual esponja tanta belleza.
Cuánta amargura deja salir de su interior Dardo, tragando y callando. Pero cuánta valentía al admitir su homosexualidad. ¿Será Rodri capaz de admitirlo de la misma manera?...
Sólo son dos personajes, lo sé, pero no quiero pensar en lo que pueda pasar, no, al menos de momento...
Tu ternura describiendo la historia me conmueve.
Un beso
Estoy tan metido en la historia que me la he impreso para releerla cada vez que publicas un nuevo capítulo.
Me tiene sorprendido como escribes y como es posible transmitir tanto sentimiento.
Un abrazo y mil gracias por compartir esto con nosotros.
Igual, me imprimo este capítulo y lo leo en la solefdad de la noche.
jejejejejej tus trenes van mas rapido que mi disciplina para seguirlos... vine a concluir la lectura del post anterior y me encuentro con que ya estas en uno nuevo!!!!! jejejjejej vaquero, que rápido galopas!!!!!
.... por otro lado, vamos a ver si logramos una metamorfosis... mas de forma que de fondo... pero metamorfosis al fin (gregorio samsa no dejó de sentir como tal, aun en el cuerpo de un escarabajo verdad? )
un abrazo enorme mi vaquero... y la promesa que vendre desde mi lejana galaxia a adelantar el cuaderno
Ver a Dardo y a Rodri tan felices....contagia la felicidad
Ojalá fuera así...
justo así...siempre
Es caprichoso el azar, yo sí creo en esas fuerzas inexplicables que te anuncian que algo va a ocurrir en tú vida. Rodrigo, es por fin Rodrigo sin caretas, sin mentiras. Y Dardo es siempre él; sincero, honesto, fiel a sus sentimientos, alguien que se entrega por completo a quien ama.
No culpo del todo a Rodrigo, los prejuicios que nos meten en la cabeza de niños, son muy difíciles de arrancar y a veces nunca lo conseguimos del todo.
Ahora son felices en ese aislamiento, es fácil ser tú mismo cuando no hay ojos que te condenen, pero que pasara cuando Rodrigo tenga que abandonar ese paraiso y volver, volver a la realidad.
Por lo pronto yo he puesto "Daniel"... Rodrigo la felicidad no toca dos veces a la puerta.
Amigo he aprendido a conocerte y a quererte a través de tus palabras. Porque siempre un escritor desnuda una parte de su corazón.
Un beso mi amigo.
Siento no poder visitarte tanto como quisiera, en serio.
Muchas gracias por tu visita y por tu comentario.
Un saludo.
...supongo que es inevitable verse reflejado a veces en Rodri, a veces en Dardo, según va a avanzando el relato.
Y esa sensación de estar al márgen del mundo, lejos de todo y a la vez de estar en tu lugar, el lugar donde debes estar y de donde no debes marchar. Esa sensación de estar en el lugar correcto en el momento apropiado, haciendo justo lo que debes hacer... me pasan tantas cosas por la cabeza mientras te leo, vaquero soñador...
Como ya han dicho por ahí,yo tambien quisiera que el final fuese feliz, que viviesen juntos y amándose hasta el último momento de sus vidas. Hay tanto final desdichado en este tipo de historias...
¿Nos darás ese gusto?
Un abrazo, amigo mio.
Te leo e invariablemente me pregunto por el final. Te vi hace unos días y sólo atiné a felicitarte personalmente por este magnífico trabajo, minucioso y dedicado... pero no te hablé de la historia, no... eso no lo toco pues es tu magia, es tu pluma... Pero me pregunto si aquí sí una historia condenada puede tener una salida viable... ¿hay tanta magia en tu pluma capaz de hacer posible una historia de amor "para siempre" entre estas dos personas? ¿será posible que el amor sobreviva a tantas contras que hay fuera de la montaña?
Ojalá... por estos corazones que ya les hemos tomado cariño...
Un beso ENORME!
Te quiero mucho!
Tu Hada Vaquera
uf!!!!!!... qué compromiso!
impulsivamente entré para dejarte un comentario, luego de leer los anteriores, y ahora aquí no puedo ir directo al grano...
no sin antes pedirte que "leas en tu cerebro" lo que mi corazón te está diciendo...
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ahora si...
sería genial poder pedirle a un escritor una historia a medida!
tan genial que es ideal..., y honestamente no creo que esta sea la intención del autor...
y muy a mi pesar, porque yo también te pidí el final feliz, debo reconocer que la magia de tu escritura tiene que conducirse por el caudal de "TU" inspiración, ni presionarte, ni influenciarte... sólo "dejarte SER".
....
eso no quita que un don tan brillante como el tuyo no pueda aprovecharse para volcar en el papel (virtual pero efectivo) DOS FINALES!, el que proyectaste desde un comienzo o se fue formando a medida que nos contás la historia... y otro... ideal, como los románticos que te seguimos quisiéramos saborear...
¿qué te parece?
....
y bueno... tomalo como un desafío!
Gracias por TANTO!!!!!!!!
Te quiero mucho
L.
Me está dando miedo el final....
coincido con Mountain...
Esa habilidad unica con la que manejas nuestras emociones.. con la que nos transportas....
esa posibilidad enorme de hacernos sentir en la piel ajena el rigor del placer mortalmente hermoso...
hay por Dios... me sacas a relucir hasta al poeta que cargo!
Un besotototote desde mi lejana galaxia
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