lunes, 24 de noviembre de 2008

Nieve - V


El calor que brotaba a través de las rendijas se mezcló con el aire rancio del granero. Llegó hasta las fosas de Rafael Sheeler con una exhalación del viento que arremolinaba briznas de paja y tierra afuera. Se revolvió con pereza, estiró brazos y piernas con un largo quejido. Creyó escuchar los acordes desafinados de una armónica hasta que dejó de acomodarse y quedó boca abajo. El armazón del camastro no rechinó más, reinó el tórrido silencio nuevamente. La atmósfera viciada de la noche reciente emergió de entre los pliegues de la ropa que no se había sacado antes de desplomarse. Una fuerte presión a la altura de su entrepierna lo obligó a voltear una vez más. Tenía deseos de orinar pero la erección no se lo permitiría. A pesar del ensueño matinal, reparó en el tiempo que llevaba sin tener sexo. No era que hubiese tenido mucho en su vida, a decir verdad. Y cuando lo había conseguido, no había sido por voluntad propia. Ni con la clase de persona que soñaba. Eso ya casi ni lo deseaba. Había venido a parar al rincón menos caliente del planeta ahora. Al más hipócrita, también. Pero así funcionaban las cosas en todos los estados de la confederación. Salvo en uno, alguien le había dicho con un dejo de reprobación. O envidia, quizá. Juntaría dinero suficiente y allí se largaría alguna vez. A California, donde la gente es libre. Cuanto menos allí, si era así realmente, nadie lo miraría de mala gana. Allí no echaría de menos las miradas subrepticias que creía adivinar en muchos. Miradas que infinidad de veces lo habían metido en serios problemas. En California, si la paga al fin del otoño lo permitía, haría lo que le rondaba en la cabeza desde que tenía registro.
Recordó que había llegado a oír el motor de una camioneta cuando el sol se alzaba sobre las vigas que atraviesan el portón, y que había maldecido. También que era domingo, y los domingos tenían mucho de sagrado en esa región del estado de Wyoming. Eso le habían advertido también, como cada vez que intentaba emprender algo. Déjate de estupideces y ponte a trabajar como cualquiera, le decían siempre. Los Flynn habrían acudido al servicio en la iglesia de Signal, amontonados sobre el asiento de la cabina. Los pequeños gritando, Joshua en la caja, resoplando, podía imaginarlo. No habían tenido la delicadeza de anticipárselo, lo suponía nada más. A su regreso la señora Flynn lo miraría con desprecio por dormir hasta cansarse y no cumplir con los mandatos de Dios y a él le daría por el culo. Dios jamás lo ayudaría, por mucho servicio al que asistiera.
Su camisa apestaba, a tabaco y a sudor. Lavaría su ropa, eso haría ese día. Debía hacerlo, además, o no tendría qué ponerse. La semana que comenzaba sería de trabajo muy duro. Eso sí bien se habían encargado de hacérselo saber. También debería procurarse algo de comer. Los domingos no estaban incluidos en el trato. Pero eso sería más tarde, su estómago no se había aliviado todavía. Se preguntó cuándo aflojaría el maldito calor. Le habían insistido hasta el hartazgo que trabajaría en uno de los estados más fríos del país. Aunque ahora que lo pensaba bien, en un aspecto no le habían mentido en absoluto. La erección no aflojaba y moría en deseos de orinar. Trató de pensar en algo desagradable y cayó en la cuenta de que no conseguía quitarse a Joshua Flynn de la cabeza. Aflojó los botones de la bragueta y manoseó su miembro. Aprovecharía la calurosa soledad, no estaría mal una acabada. Repentinamente cambió de idea, se incorporó y miró en derredor. Motas de polvo flotaron enloquecidas a través de los rayos de luz. Dio un rodeo breve por entre las filas de fardos y los muros de las viejas caballerizas. Registró el suelo en busca de pisadas. Las había de todos los tamaños. Marcas de herraduras mezcladas con bosta seca también.
Afuera, junto al barril, lavó profusamente su cara, mojó su cabello. El viento sobre la piel humedecida lo reconfortó. Bien pudo ser el viento también lo que meció uno de los paños de la cortina de la cocina de los Flynn cuando dirigió la vista en esa dirección. Orinó de espaldas a la casa recién cuando se aseguró de que nada más se movía. No pudo ver que la cortina volvió a descorrerse con sigilo, había cerrado sus ojos profundamente aliviado. Mientras juntaba sus cosas, luego, dedujo que las corrientes de aire no suelen sacudir discriminadamente.
Había visto un arroyo desde lejos, cuando vigilaba los movimientos de Conroy y Harlow durante las incursiones de la semana. Decidió que allí pasaría gran parte del día, sino todo. Echó un último vistazo al rancho antes de perderlo tras las estribaciones de las colinas al norte. Una sombra se movía vacilante pero su leve miopía le impidió distinguirla. Montó durante una media hora, hasta un recodo invitador. Algunos árboles registraban ocres prematuros. Otros habían matizado de rojo sólo las hojas ocultas del sol. El rumor del agua silenciaba cualquier otro sonido. Ató su caballo al tronco de un árbol añoso. Descargó el atado con la ropa de trabajo de su montura. No se quitó los calzoncillos, la camiseta ni el sombrero al llegar a la orilla barrosa. Introdujo sus piernas hasta la mitad de sus muslos reprimiendo un temblor. El agua debía tener la temperatura de la nieve de las montañas detrás suyo. Lavó concienzudamente cada una de sus prendas, frotándolas contra las piedras. Para cuando terminó, el arroyo, aún en su caudal incesante, se sentía tibio. Paseó la vista brevemente y se desnudó aprisa, para limpiar la ropa que llevaba encima. Sus genitales lucían encogidos bajo el agua. Debía verse gracioso con su piel lechosa y su miembro del tamaño de un pepinillo bajo el amparo del sombrero negro, pensó. Dispuso las prendas separadamente, sobre las rocas planas que absorbían el sol, sujetas con piedras en los extremos. Iba a tenderse a echar una siesta cuando un crujido de ramas paralizó su corazón. Lo primero a que atinó fue a cubrir sus intimidades con el sombrero. Alguien chilló desde detrás de unos arbustos espinosos, siguió un ruido seco. Sin importarle nada, corrió en la dirección del grito. Joshua, tumbado sobre unas ramas filosas, los pantalones a la altura de las rodillas, lo escudriñaba con los ojos cargados de espanto. Sus manos temblorosas no lograron cubrir la húmeda excitación de sus genitales. Rafael respondió a sus más crudos instintos lanzándosele encima. Cubrió la boca del muchacho con la suya, restregó su pene, que pronto se desentumeció contra el de Joshua. Éste intentó liberarse en vano, mordiéndole los labios, empujándolo con sus puños, tirando de su cabello. Rodaron por el suelo, más ramas se estremecieron, las espinas se clavaron en la espalda de Rafael. Aulló de dolor, giró sobre Joshua, abrió su camisa y hundió sus labios en su cuello. Éste pataleaba y jadeaba como un cordero a punto de ser carneado. Insultaba con palabras que Rafael jamás había escuchado. Sus uñas se hundieron en los costados de Rafael, rasgando la piel herida por las espinas. Los dedos de la mano de aquel se unieron con firmeza y fueron a dar contra la mejilla de Joshua con un estruendo. Los forcejeos del joven se aquietaron. El arroyo con su canto pareció acompañar el encuentro de sus miradas. La de uno, firme, anhelante. La del otro, a punto de romper en llanto que no era de tristeza ni dolor. El aire que a horcajadas emanaba de los pulmones de Joshua llegó a los labios de Rafael con una caricia suave. Dedos sudorosos se deslizaron hasta clavarse con fuerza en sus mejillas enrojecidas. El escupitajo dio justo en el entrecejo de Rafael. Se lo quitó y en lugar de arrojarlo lejos, lo sostuvo en la palma de su mano. Joshua sonrió con sorna, un hilo de sangre caía de sus encías. Rafael salivó con rudeza sobre sus dedos que fueron a dar entre las nalgas del muchacho. Éste gimió y se retorció como un venado en el último soplo de vida. Pataleó cada vez más fuerte, Rafael jamás imaginó que lo hacía para librarse del amarre de sus botas y pantalones. Lo consiguió a medias, no importaba ya. Rafael había logrado inmovilizarlo. Abrió sus piernas, las levantó, cerró sus ojos. Maldito marica, murmuró con resignación. Apretó sus dientes cuando el otro ya suspiraba con clamores que parecían agitar la hierba y todo el bosque. Una llamarada, así la sintió, fue la exacta mezcla de padecimiento y goce. No hubo que imaginar ni otear nada esta vez. Tampoco necesitó de sí mismo para descargarse. No se sintió un cochino ni un demonio, como su madre suele repetir haciendo referencia a las Sagradas Escrituras. Por el contrario, antes de que sus párpados cayeran creyó ver dibujada un ave con sus alas desplegadas en los contornos de una nube pasajera.

Los rayos del sol caían inclinados y tibios cuando Rafael parpadeó y volvió a la vida. Conroy arreaba un par de vacas revoltosas cuando vio a Joshua montar su caballo como flecha a través de la pradera que surge del arroyo. Levantó su mano pero el joven jamás le correspondió. Decidió retrasar un momento el regreso a su puesto en el faldeo movido por su acostumbrada curiosidad. Lo intrigó la prisa que llevaba el hijo de su patrón. Donde fuera que había estado antes, ya era demasiado tarde para llegar al servicio en Signal. Su caballo trajinó hasta trepar un promontorio que forman las rocas apiladas en torno al arroyo. Inclinaba el ala de su sombrero para evitar el resplandor cuando divisó a Sheeler levantando ropa del suelo, vestido sólo con su viejo sombrero negro con una pluma de águila clavada en uno de sus costados.
Continúa.
Fotos: archivo personal

12 comentarios:

El César del Coctel dijo...

Creo ser el primero.... ya me tenías en agonía... ya vuelvo a escribir

El César del Coctel dijo...

JFT me siento muy emocionado... hace mucho que ya era hora de consumir hasta la última gota del nuevo capítulo...

Vaquero, es sencillamente hermoso... todo lleno de emoción... carajo, eres un poeta del erotismo!!!... no tengo palabras para expresar lo mucho que me ha gustado este capítulo... y ni qué decir de la belleza de los fotogramas, ¿son de tu autoría?

Y sí que valió la pena esperar... y no solo por tener la de vuelta la historia, sino por la madurez de tu literatura... tanto así que para mí son magistrales y absolutamente bellos los que siguen:

"El arroyo con su canto pareció acompañar el encuentro de sus miradas"

"Éste gimió y se retorció como un venado en el último soplo de vida"

"Apretó sus dientes cuando el otro ya suspiraba con clamores que parecían agitar la hierba y todo el bosque"

" (...) antes de que sus párpados cayeran creyó ver dibujada un ave con sus alas desplegadas en los contornos de una nube pasajera"

"Los rayos del sol caían inclinados y tibios cuando Rafael parpadeó y volvió a la vida"

" (...) vestido sólo con su viejo sombrero negro con una pluma de águila clavada en uno de sus costados"

Marga dijo...

Por fin volvió a nevar...

Estas nieve otoñales caen en pocas ocasiones, pero cuando lo hacen, tienen el poder no de derretirse, sino de hacer que la que se derrita sea mi alma.

Pero tenía que aparecer Conroy para dejarme el corazón en vilo.

Vaquero, esta noche será mucho más hermoso soñar...

Un beso tierno poeta de la belleza transformada en palabras.

pon dijo...

Ay madre, huele a tormenta de agosto.

Anónimo dijo...

Vaquero de lindos sueños, ¡cómo se recrean los sentidos al leerte! pero,
¿dónde te metes últimamente?

Anónimo dijo...

Hola. Me gustó tu blog. Pasá por el mio.

Marga dijo...

¿Dónde estás???

¿Acaso te pilló Conroy escribiendo?

Esta espera se hace muy larga...

Besitos vaquero

AnCris dijo...

Qué tal si te digo que he leido todo el relato hace un montón y de colgada aún no te dejé comentario????? Dios, mil disculpas!
Pero en definitiva... sólo me cabe una palabra: ADMIRACION... realmente no sé qué caray estuviste haciendo todos estos años con semejante escritor dormido en tu interior...
Un beso grande... y ¡¡¡NOS VEMOS!!! hablemos para coordinar ¿si?

Strawberry Roan dijo...

Pues en las fotos están bastante ligeritos de ropa para la nieve fría del relato...

Un abrazo...

...y a esperar otra vez

Anónimo dijo...

Hola. Ya había pasado por este blog. No me acuerdo en qué fecha, pero lo recuerdo. Tus post son muy largos. Prometo leerlos el finde. Me encantaría seguir hablando con otro blogger, es cierto, somos pocos.

Un abrazo

Arquitecturibe dijo...

Vaquerito...tanto tiempo sin pasar a saludarte....
pero veo que estas un poco alejado de tu casa...
recuerdos desde mi lejana galaxia

El César del Coctel dijo...

JFT, recibe un saludo. Ya hace mucho que no paso por aquí... por supuesto ancioso por más nieve.

El sueño me vence, ya no puedo darme el gusto de releer este capítulo... prometo volver.