Ajetreo infernal. Listas en mi libreta con un tendal de cosas por terminar, otras más flotando en mi mente que enumera lo que no debe quedar pendiente en mi trabajo. Este es mi estado previo a partir de vacaciones, una sensación muy parecida a la que tengo durante Navidad y el Año Nuevo, cuando todo pareciera indicar que el mundo se acaba.
Una vez más, mis andanzas me llevarán a tierras patagónicas. Como un imán potente, ellas hacen que mis últimos viajes no tengan otro destino posible. Y eso me alegra.
Una vez más, mis andanzas me llevarán a tierras patagónicas. Como un imán potente, ellas hacen que mis últimos viajes no tengan otro destino posible. Y eso me alegra.
Una primera etapa me llevará a 1500 kilómetros de Buenos Aires, a una playa en la provincia del Chubut. Emularé aquí al entrañable Jack camino a Riverton para el primer encuentro después de cuatro años porque estaré pisando el acelerador a fondo para llegar a ver a mis sobrinos antes de que partan de regreso al día siguiente a mi llegada.
Chubut, como toda la Patagonia, es tierra de extensiones enormes, estepas desoladas, montañas, valles y costas escarpadas, ríos sinuosos, fauna única, tradiciones que son una mezcla de influencia indígena y colonización Galesa, Española e Italiana. Es tierra que dejó una marca inexorable que este vaquero atesora orgulloso. Marca que es aleación de amor de abuelos, viento indomable, cielos diáfanos e inabarcables, silencio audible, berrido de ovejas y relincho de caballos, mar de azul incomensurable, sol despiadado y melancólico, amistad de niños, perros, conejos y teros, tazones de café con leche y mermelada de damascos, entre tanto más. Esta tierra es parte de mi como pocas otras cosas, y, curiosamente, valoré este aspecto ya de grande...
El segundo tramo de mi viaje me encontrará conduciendo 1300 kilómetros más al sur aún. Dejaré atrás la costa para dirigirme rumbo a los Andes en la provincia de Santa Cruz. Un pueblo muy pequeño a los pies del monumental cerro Fitz Roy me espera, para que ande por sus senderos, montañas, bosques, glaciares y lagos.
Mi Vaquero y un amigo me acompañarán en esta aventura que se viene pergeñando desde hace unas semanas y que comienza este mismo sábado.
Espero que mar y montaña me den el tiempo que la ciudad se empeña en arrebatarme para que pueda seguir expresando en palabras el espíritu heredado y que no se desvanece.
Trataré de alimentar esta hoguera con reportes de este anhelado viaje tan frecuentemente como me sea posible.
Hasta pronto, Vaqueros Amigos.