El clima de competencia de los certámenes se contagiaba al afán por lucir la encarnación de ese espíritu del modo más llamativo y original en cada vivienda, ciertas áreas de la ciudad llegaban a entablar una verdadera contienda por ello. No pocos conflictos y rencores nacían durante esos días, que perduraban, tácitos, en algunos casos, por años.
Las prácticas comenzaron avanzada la tarde, cuando el sol había aflojado un poco en un día de calor que no perdonaba. La arena vivía un clima febril pero de una serenidad dispuesta al goce, animales y vaqueros cruzaban el predio sin cesar, en todas direcciones, en medio de las órdenes de los altoparlantes y los gritos de participantes y entrenadores. Familias enteras deambulaban hipnotizadas por la fascinación de tamaño ajetreo, mientras otras conseguían trepar hasta las tribunas que rodeaban el cuadrilátero y permanecían allí, obnubiladas. Había alegría por doquier junto a una actitud que nadie disimulaba de sentirse más protagonistas que espectadores. Mujeres y chiquillos lucían ya lo que parecían sus mejores atuendos de domingo y los hombres flamantes camisas a cuadros y lustrosos sombreros.
Al se encontraba en el barracón supervisando el estado en el que había llegado su caballo. Prestos peones cepillaban el ya brilloso pelaje, otros acarreaban monturas, estribos y riendas, desconocidos que por el momento no sacaban de sí al vaquero se arremolinaban a prudente distancia en torno al grupo. El aroma a estiércol y pasto seco se mezclaba con el de tabaco y cerveza, produciendo una combinación que animaba a De Laureo. Se apartó para estudiar las monturas que colgaban de la valla y revisaba Lee Morton, su capataz de campo y entrenador. Una mano firme le palmeó el hombro por detrás. Su dueño exclamó:
- Es un gran placer para mi darte la bienvenida a Childress, Storm! - y cuando giró, resignado, se encontró con una sonrisa tan impostada como la voz, dos grandes ojos azul oscuro que brillaban bajo pobladas cejas y una corta pero genuina inclinación de sombrero. - James Botley... Jimbo. - asintió, con gesto resignado, lanzando un rápido vistazo a un lado. - Payaso de rodeo, para servirte!
- Vaya, Jimbo, pues el placer es mío... - exclamó Al, estrechando fuertemente la mano extendida y torciendo levemente la punta de su sombrero. Instantáneamente se preguntó cómo alguien tan atractivo podía dedicarse a algo tan bajo, tan mediocre. El hombre tenía el tipo físico de cowboy, como él. - Dicen que en esta parte del estado están los mejores... - agregó, sin terminar la frase, con su sonrisa más cautivante.
- Si tú lo dices, así debe ser... - Riendo, ruborizado, Jimbo apartó su mano de la de Al, que le resultó extraordinariamente cálida y suave.
- Ya lo creo! - Sus ojos oscuros brillaban, simpáticos. - Bien, pues ... Te veré en las competencias, vaquero!
- Nos veremos, no lo dudes. - Inclinó su sombrero una vez más y se marchó. Un hombre grueso y pequeño lo esperaba en la entrada de la barraca, expectante. Desde allí, giró y saludó sacudiendo su mano. Al meneó su cabeza, satisfecho, y, al dar vuelta, se encontró con el gesto agrio de Lee Morton, quien gruñó y atisbó por encima del hombro de Al, mascullando:
- Ten cuidado con ese tal Jimbo. - Jaló con fuerza de las tiras de la montura, había enrojecido súbitamente.
- Eh? Qué dices? Quién...? El payaso de rodeo? Si acabo de conocerlo...
- Todo lo que quieras. Yo sólo te advierto...
- Vamos, es sólo un maldito payaso de rodeo, Lee!
- Exactamente, un puto payaso de rodeo...
- Qué diablos...? Déjate de vueltas, Lee, y dime de qué carajo hablas!
Lee soltó las tiras con fastidio y acercándosele murmuró; - Cuando se terminaron los rodeos de San Antonio fui a Ciudad Juárez con Stan y Rhett, ya sabes de las putas de allí... - Pasó su lengua por los labios, lo miraba penetrante. - Estábamos bebiendo cerveza cuando oímos los gritos de unos chiquillos... miramos hacia la calle... tu amiguito los había llevado por delante en su prisa hacia el callejón... - Enfatizó cada palabra susurrando gravemente en voz apenas audible - ...el callejón de los maricas.
De Laureo sintió su corazón dar un salto, fingió frotarse la nariz para que Lee no se diera cuenta de que tragaba saliva.
- El jamás nos vio pues estábamos sentados en el balcón de una de esas cantinas... Bien, pues cruzó la callejuela plagada de... de ellos, ya sabes, como un maldito rayo, hasta dar con su chico, y qué bien elegido lo tenía... oh, sí... El tipo lo encontró fácilmente entre los cientos que allí se juntan... Y, Señor, no sabes de qué manera... - Pasó su mano por su boca, tras escupir al piso. - ... no sabes de qué manera se besaron, cagándose en el maldito mundo. Si por mi hubiese sido, con mi rifle hubiera barrido con todos esos afeminados de una maldita vez!
Un leve mareo lo estremeció. La observación no podía ser casual. Pero Lee no podía saber absolutamente nada de él, siempre había sido extremadamente cuidadoso, lo suficientemente meticuloso como para no dejar cabos sueltos... o si? Tragó, luego logró esbozar una risa forzada y le dijo; - Cálmate, hombre, estamos en Texas, no en el puto México, al infierno con todos esos maricones! No tienes de qué preocuparte...
Fue como si hubiese detonado algo que hizo a Lee gritar enrojecido.
- Me preocupo por ti y tu maldita reputación, por si no lo sabes...! - Clavó enérgicamente su dedo índice en el hombro de Al - No olvides eso jamás, Allistair De Laureo. - Lo escrutaba fría y duramente, con ojos que salían de sus órbitas.
Al tragó ruidosamente, esta vez sin alcanzar disimularlo. Su respiración comenzó a agitarse, ahora estaba seguro de que Lee sabía algo. Tomándolo de las solapas de su camisa, lo atrajo hacia sí y con el dedo índice lo apuntó y acaloradamente le espetó, salpicándolo con gotas de saliva:
- He dicho ya que no tienes de qué preocuparte, Lee! Mejor haz bien tu puto trabajo, de acuerdo? - Tragó. - Y bien lejos de mi, entendido?
Morton había empalidecido a la velocidad del rayo y se estremecía agitado. Los fuertes aullidos hicieron que todos abandonaran sus tareas y posaran sus cómplices miradas en ellos. Al se sintió pillado, el corazón quería salirse de su pecho. Intentó desviar la atención haciendo el ademán de golpear el portón de la valla. Se detuvo centímetros antes de que su puño lo tocara.
- Maldita sea! Qué diablos están mirando?... - exclamó a grito pelado. - Esta montura está mal armada... Wayne, mueve tu pesado culo y soluciónalo ahora mismo!
El grupo que lo rodeaba se separó con temor, abriéndole el paso. Gruñendo y quitando la saliva que se había acumulado en la comisura de sus labios se dirigió a su camioneta estacionada detrás de la barraca. Abrió la portezuela, trepó a la caja, cerró estrepitosamente, y allí abrió un estuche metálico del que extrajo una botella mediana. Temblando nerviosamente, se sentó pesadamente llevando el pico a su boca. Tragó un gran sorbo de whisky maldiciendo a Lee, los malditos rodeos y su condenada vida. Lágrimas rebeldes que confundió con sudor asomaron a sus ojos.