martes, 24 de abril de 2007

La Mano Derecha del Diablo - 4a parte


Childress, Texas, julio de 1964

El espíritu de la ciudad renacía con cada certamen de verano. Childress se vestía literalmente de fiesta con los rodeos de comienzos de julio, cuando la invasión de vaqueros de ciudades vecinas y de las más distantes del estado alborotaban el pacífico ritmo de la comunidad, y los vecinos lo celebraban regocijados. La ciudad toda parecía despertar de un prolongado letargo a un entusiasmo y júbilo desacostrumbrados embanderando entradas y galerías de cada edificio público, cada tienda y cada vivienda. Childress adquiría una apariencia de set de filmación, de felicidad comprada, toda vestida de blanco, rojo y azul. Por todas partes, como por arte de alguna magia incomprensible, se instalaban vendedores de hot dogs, helados y espuma de azúcar, y las tiendas poblaban sus escaparates con toda clase de recuerdos y vestimenta de rodeos.
El clima de competencia de los certámenes se contagiaba al afán por lucir la encarnación de ese espíritu del modo más llamativo y original en cada vivienda, ciertas áreas de la ciudad llegaban a entablar una verdadera contienda por ello. No pocos conflictos y rencores nacían durante esos días, que perduraban, tácitos, en algunos casos, por años.
Era también ocasión ésta de la llegada a la ciudad de las celebridades de los rodeos del estado, y esto invadía a todos de un ánimo similar al de las celebraciones nacionales. La recepción a "Storm" De Laureo y Austin O’Keefe, los favoritos, provocó un pequeño caos en la calle principal. Su llegada fue aprovechada para dar origen al acto de inicio del mayor acontecimiento del verano y la feria de artes y oficios de Childress. Unas cargadas palabras de bienvenida a los ilustres visitantes, algunas más que solemnemente destacaban la grandeza y la valentía de los vaqueros participantes, una suelta de globos con los colores alusivos, y las notas del himno nacional interpretadas por la banda local dejaron oficialmente inaugurado el gran evento. La multitud que rodeaba el pequeño palco construido para la recepción estalló en aplausos y gritos agitando banderas con franca alegría.
Junto a otros payasos y vaqueros, a un costado del palco se encontraba Jimbo, desbordado también por el sentimiento de algarabía y orgullo, y sin conseguir sacar sus ojos de encima de uno de sus más admirados cowboys de rodeo.

Las prácticas comenzaron avanzada la tarde, cuando el sol había aflojado un poco en un día de calor que no perdonaba. La arena vivía un clima febril pero de una serenidad dispuesta al goce, animales y vaqueros cruzaban el predio sin cesar, en todas direcciones, en medio de las órdenes de los altoparlantes y los gritos de participantes y entrenadores. Familias enteras deambulaban hipnotizadas por la fascinación de tamaño ajetreo, mientras otras conseguían trepar hasta las tribunas que rodeaban el cuadrilátero y permanecían allí, obnubiladas. Había alegría por doquier junto a una actitud que nadie disimulaba de sentirse más protagonistas que espectadores. Mujeres y chiquillos lucían ya lo que parecían sus mejores atuendos de domingo y los hombres flamantes camisas a cuadros y lustrosos sombreros.


Al se encontraba en el barracón supervisando el estado en el que había llegado su caballo. Prestos peones cepillaban el ya brilloso pelaje, otros acarreaban monturas, estribos y riendas, desconocidos que por el momento no sacaban de sí al vaquero se arremolinaban a prudente distancia en torno al grupo. El aroma a estiércol y pasto seco se mezclaba con el de tabaco y cerveza, produciendo una combinación que animaba a De Laureo. Se apartó para estudiar las monturas que colgaban de la valla y revisaba Lee Morton, su capataz de campo y entrenador. Una mano firme le palmeó el hombro por detrás. Su dueño exclamó:
- Es un gran placer para mi darte la bienvenida a Childress, Storm! - y cuando giró, resignado, se encontró con una sonrisa tan impostada como la voz, dos grandes ojos azul oscuro que brillaban bajo pobladas cejas y una corta pero genuina inclinación de sombrero. - James Botley... Jimbo. - asintió, con gesto resignado, lanzando un rápido vistazo a un lado. - Payaso de rodeo, para servirte!
- Vaya, Jimbo, pues el placer es mío... - exclamó Al, estrechando fuertemente la mano extendida y torciendo levemente la punta de su sombrero. Instantáneamente se preguntó cómo alguien tan atractivo podía dedicarse a algo tan bajo, tan mediocre. El hombre tenía el tipo físico de cowboy, como él. - Dicen que en esta parte del estado están los mejores... - agregó, sin terminar la frase, con su sonrisa más cautivante.
- Si tú lo dices, así debe ser... - Riendo, ruborizado, Jimbo apartó su mano de la de Al, que le resultó extraordinariamente cálida y suave.
- Ya lo creo! - Sus ojos oscuros brillaban, simpáticos. - Bien, pues ... Te veré en las competencias, vaquero!
- Nos veremos, no lo dudes. - Inclinó su sombrero una vez más y se marchó. Un hombre grueso y pequeño lo esperaba en la entrada de la barraca, expectante. Desde allí, giró y saludó sacudiendo su mano. Al meneó su cabeza, satisfecho, y, al dar vuelta, se encontró con el gesto agrio de Lee Morton, quien gruñó y atisbó por encima del hombro de Al, mascullando:
- Ten cuidado con ese tal Jimbo. - Jaló con fuerza de las tiras de la montura, había enrojecido súbitamente.
- Eh? Qué dices? Quién...? El payaso de rodeo? Si acabo de conocerlo...
- Todo lo que quieras. Yo sólo te advierto...
- Vamos, es sólo un maldito payaso de rodeo, Lee!
- Exactamente, un puto payaso de rodeo...
- Qué diablos...? Déjate de vueltas, Lee, y dime de qué carajo hablas!
Lee soltó las tiras con fastidio y acercándosele murmuró; - Cuando se terminaron los rodeos de San Antonio fui a Ciudad Juárez con Stan y Rhett, ya sabes de las putas de allí... - Pasó su lengua por los labios, lo miraba penetrante. - Estábamos bebiendo cerveza cuando oímos los gritos de unos chiquillos... miramos hacia la calle... tu amiguito los había llevado por delante en su prisa hacia el callejón... - Enfatizó cada palabra susurrando gravemente en voz apenas audible - ...el callejón de los maricas.
De Laureo sintió su corazón dar un salto, fingió frotarse la nariz para que Lee no se diera cuenta de que tragaba saliva.
- El jamás nos vio pues estábamos sentados en el balcón de una de esas cantinas... Bien, pues cruzó la callejuela plagada de... de ellos, ya sabes, como un maldito rayo, hasta dar con su chico, y qué bien elegido lo tenía... oh, sí... El tipo lo encontró fácilmente entre los cientos que allí se juntan... Y, Señor, no sabes de qué manera... - Pasó su mano por su boca, tras escupir al piso. - ... no sabes de qué manera se besaron, cagándose en el maldito mundo. Si por mi hubiese sido, con mi rifle hubiera barrido con todos esos afeminados de una maldita vez!
Un leve mareo lo estremeció. La observación no podía ser casual. Pero Lee no podía saber absolutamente nada de él, siempre había sido extremadamente cuidadoso, lo suficientemente meticuloso como para no dejar cabos sueltos... o si? Tragó, luego logró esbozar una risa forzada y le dijo; - Cálmate, hombre, estamos en Texas, no en el puto México, al infierno con todos esos maricones! No tienes de qué preocuparte...
Fue como si hubiese detonado algo que hizo a Lee gritar enrojecido.
- Me preocupo por ti y tu maldita reputación, por si no lo sabes...! - Clavó enérgicamente su dedo índice en el hombro de Al - No olvides eso jamás, Allistair De Laureo. - Lo escrutaba fría y duramente, con ojos que salían de sus órbitas.
Al tragó ruidosamente, esta vez sin alcanzar disimularlo. Su respiración comenzó a agitarse, ahora estaba seguro de que Lee sabía algo. Tomándolo de las solapas de su camisa, lo atrajo hacia sí y con el dedo índice lo apuntó y acaloradamente le espetó, salpicándolo con gotas de saliva:
- He dicho ya que no tienes de qué preocuparte, Lee! Mejor haz bien tu puto trabajo, de acuerdo? - Tragó. - Y bien lejos de mi, entendido?
Morton había empalidecido a la velocidad del rayo y se estremecía agitado. Los fuertes aullidos hicieron que todos abandonaran sus tareas y posaran sus cómplices miradas en ellos. Al se sintió pillado, el corazón quería salirse de su pecho. Intentó desviar la atención haciendo el ademán de golpear el portón de la valla. Se detuvo centímetros antes de que su puño lo tocara.
- Maldita sea! Qué diablos están mirando?... - exclamó a grito pelado. - Esta montura está mal armada... Wayne, mueve tu pesado culo y soluciónalo ahora mismo!
El grupo que lo rodeaba se separó con temor, abriéndole el paso. Gruñendo y quitando la saliva que se había acumulado en la comisura de sus labios se dirigió a su camioneta estacionada detrás de la barraca. Abrió la portezuela, trepó a la caja, cerró estrepitosamente, y allí abrió un estuche metálico del que extrajo una botella mediana. Temblando nerviosamente, se sentó pesadamente llevando el pico a su boca. Tragó un gran sorbo de whisky maldiciendo a Lee, los malditos rodeos y su condenada vida. Lágrimas rebeldes que confundió con sudor asomaron a sus ojos.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Primero comento, luego leo!!!!!!!!!

Seguro que me gustaráaaaaaaaaaaaaaa

Besotes guapetón

Anónimo dijo...

Ya lo decía yo...

Esto se está poniendo muy interesante, al rojo vivo!!!

Genial vaquero

Un beso

Ana dijo...

Empiezo a reconocer personajes, pero lo que reconozco sobretodo es el sentimiento de no poder ser quien uno es y lo duro que resulta.

Me encanta vaquero.
Un besito.

un hombre virtuoso dijo...

Me cautivó la primera y la segunda parte, de manera que me llevo conmigo esta noche las dos siguiente para poder leerte a gusto, vaquero soñador.
Un abrazo

Anónimo dijo...

Cada vez se pone mejor amigo!!!!! quiero mas!, tu sabes que eres un excelente relator?
Besos y te quiero


Ro

hermes dijo...

Vaquero soñador, tus relatos nos dejan enganchados esperando siempre la nueva entrega, eres un excelente escritor.

Vi las fotos de la quedada de Montevideo,estupenda y envidiada experiencia.

Un abrazo

Ana desde el Sur del Mundo dijo...

Lo bajé a mi PC un par de días después que lo publicaste... lo imprimí otros dos días despúes y lo leí finalmente más días luego... Y RECIEN APAREZCO POR AQUI.
Si querés retirarme el saludo, mi querido vaquero... ESTAS EN TODO TU DERECHO... porque vos, un Santo, has venido a mi hoguera siempre... MIL PERDONES...
Luego del "mea culpa", ¡Venga! a lo nuestro...
El relato se recrudece con sensaciones de los personajes, los estamos sintiendo desde la impotencia hasta el descaro "payaso"... pero siempre está la sombra ¿verdad? siempre la infelicidad como telón de fondo...
Me gustaría mucho leer la continuación pero... esta vez no digo ni "pío"... continúe maestro cuando quiera y pueda... su Hada Vaquera se queda calladita sin más...

BESOS ENORMES VAQUERO... Y de verdad, ¡PERDÓN!

TQM

Ana del Sur