Mi intempestiva reacción no modificó el ánimo de Martín ni el de Pía, nuestros diplomáticos anfitriones, y, salvo algún que otro vistazo cargado de intimidante reprobación de parte de un par de invitados varones, la reunión, afortunadamente, siguió su curso como si ninguna interferencia o hecho aislado hubiesen quebrado el espíritu que nos tenía allí congregados. Cecilia no habló del tema al volver a casa ni tampoco al día siguiente, muy por el contrario, pareció haber olvidado todo al respecto, y con ello, conseguí, muy despacio, retornar a la serenidad que me había propuesto y que los hechos, ahora sin duda complotados entre sí, se empecinaban en arrebatarme.
La plataforma del software que estábamos desarrollando presentó algunas fallas que tuve que revisar así que debí cancelar mi regreso a Mendoza hasta el miércoles siguiente por la noche. Ese día volví a casa a media tarde, con tiempo suficiente para preparar las cosas que necesitaría en los diez días que me tendrían fuera de la ciudad. Estaba empacando, obedeciendo el dictado de la lista mental que mi ratio matemática había ya preparado cuando Cecilia entró en el cuarto. Me observó una fracción de segundo y luego se sentó sobre la cama, junto a la pequeña maleta donde iban cayendo los implementos que yo lanzaba a medida que iba abriendo los cajones de mi placard.
- ¿Te ayudo? - preguntó.
- No, gracias, amor, ya casi termino. – repuse.
La imaginé asintiendo a mis espaldas. Luego de un corto silencio dijo suavemente.
- ¿Sabés, Rodri? Me quedé preocupada por lo que pasó en lo de Martín...
Tragué saliva y mis hombros se contrajeron. ¿Cómo podía haber pensado que Cecilia soslayaría un hecho como el que me tocó protagonizar, algo que yo y sólo yo había desencadenado? Mi creciente ingenuidad, afanosa por alcanzar niveles siderales, y yo, en tanto, jactándome de mi ratio matemática. Alguna de las dos se hallaba, indudablemente, en el cuerpo equivocado.
Giré apenas la cabeza en señal de que la estaba escuchando pero no dije nada. Fingí estar concentrado en calcular la cantidad de ropa interior que me haría falta.
- Me extrañó mucho que reaccionaras de esa manera, sobre todo eso, entonces... – continuó. - Entonces me puse a pensar en lo que dijiste, lo que se dijo, y... - titubeó, hizo una pausa, por el rabillo del ojo vi cómo su mirada, ensimismada, se había posado sobre las vetas de la madera del piso. - ... sin saber bien la razón, decidí ir a alquilar la... la película dichosa esa... la que provocó todo lo que pasó... - hablaba lenta y en un hilo de voz. - ...la pido, y cuando la está registrando en el listado de socios, el muchacho del local comenta, como al pasar, cuánto nos debía haber gustado... yo no entendí a qué se refería así que le pregunté por qué lo decía... “porque su esposo la alquiló hace poco tiempo”, me contestó... y pensé... pensé que eso no tendría ninguna importancia si se tratase de cualquier película, ¿no?, pero no, obvio que esa no es cualquier película... es la película que viste cuando los chicos y yo viajamos a Tandil... la misma que negaste a Pía haber visto.
El resplandor que entraba por el ventanal dibujó, nítida, sobre las puertas del placard, la sombra de Cecilia acomodándose, nerviosamente, el cabello con los dedos e irguiendo la cabeza para escudriñarme. Un estremecimiento, como los chispazos que dan algunos enchufes, recorrió, íntegra, mi espina dorsal, erizándome la piel. El escudo con el que había creído proteger mi mundo seguro me mostraba sus incipientes fisuras, fruto de tantos perseverantes y despiadados embates.
- Rodri... Rodrigo, date vuelta por favor.
Giré sobre mis talones con la sensación de encontrarme frente a un pelotón de fusilamiento.
- Vení, acercate. - me indicó, palmeando la cama.
Me senté a su lado. Agaché la cabeza, vencido, confuso y, una vez más, como si un letrero con lucecitas de todos colores anunciara a las claras mis avergonzantes fechorías de los últimos tiempos. Me tomó de la barbilla, y la alzó con inmensa delicadeza, obligándome a dirigirle la mirada. Sus pupilas verdeámbar me estudiaron unos segundos, sus párpados no se movieron. Intenté descifrar lo que me decían sus ojos pero el temor me tenía doblegado e incapaz de inferir nada. Recuerdo, sin embargo, no haber reconocido en ellos algo que evidenciara compasión, condena o comprensión alguna. Simplemente, me estudiaron, con una intensidad tal que jamás podré olvidar del todo, enfocando, precisos, los sitios más recónditos de mi alma, sin osar perturbarlos, más si advertirles, hacerles saber de su presencia. Reprimí a duras penas un segundo escalofrío.
Por fin habló, en un tono desafectado y monocorde, como si su voz llegara, apagada y lejana, a través del extremo de una línea telefónica defectuosa.
- Rodrigo, pase lo que pase, siempre... Siempre... - enfatizó cada letra. - ...serás el papá de Clara y Francisco, y, en última instancia, para mí, mi marido. No lo olvides jamás, sin importar a lo que sea que te lleve la vida.
Asentí sin pensarlo, paralizado por el cariz admonitorio y la enorme intuición que encerraban sus palabras. Acto seguido, en tanto se disipaban las tinieblas del profético mundo al que ella había acudido por un poco de lucidez y equilibrio, su semblante mutó, como si hubiese despertado de un trance hipnótico y volviera ahora la Cecilia acostumbrada, la definitivamente terrenal.
- Te dejo tranquilo, voy a terminar de preparar la cena. – anunció formal, palmeó mi pierna, rozó sus labios con los míos y abandonó la habitación.
Ignoro cuánto tiempo permanecí en la misma posición hasta que recobré la consciencia y mi sentido del deber y terminé de empacar.
La plataforma del software que estábamos desarrollando presentó algunas fallas que tuve que revisar así que debí cancelar mi regreso a Mendoza hasta el miércoles siguiente por la noche. Ese día volví a casa a media tarde, con tiempo suficiente para preparar las cosas que necesitaría en los diez días que me tendrían fuera de la ciudad. Estaba empacando, obedeciendo el dictado de la lista mental que mi ratio matemática había ya preparado cuando Cecilia entró en el cuarto. Me observó una fracción de segundo y luego se sentó sobre la cama, junto a la pequeña maleta donde iban cayendo los implementos que yo lanzaba a medida que iba abriendo los cajones de mi placard.
- ¿Te ayudo? - preguntó.
- No, gracias, amor, ya casi termino. – repuse.
La imaginé asintiendo a mis espaldas. Luego de un corto silencio dijo suavemente.
- ¿Sabés, Rodri? Me quedé preocupada por lo que pasó en lo de Martín...
Tragué saliva y mis hombros se contrajeron. ¿Cómo podía haber pensado que Cecilia soslayaría un hecho como el que me tocó protagonizar, algo que yo y sólo yo había desencadenado? Mi creciente ingenuidad, afanosa por alcanzar niveles siderales, y yo, en tanto, jactándome de mi ratio matemática. Alguna de las dos se hallaba, indudablemente, en el cuerpo equivocado.
Giré apenas la cabeza en señal de que la estaba escuchando pero no dije nada. Fingí estar concentrado en calcular la cantidad de ropa interior que me haría falta.
- Me extrañó mucho que reaccionaras de esa manera, sobre todo eso, entonces... – continuó. - Entonces me puse a pensar en lo que dijiste, lo que se dijo, y... - titubeó, hizo una pausa, por el rabillo del ojo vi cómo su mirada, ensimismada, se había posado sobre las vetas de la madera del piso. - ... sin saber bien la razón, decidí ir a alquilar la... la película dichosa esa... la que provocó todo lo que pasó... - hablaba lenta y en un hilo de voz. - ...la pido, y cuando la está registrando en el listado de socios, el muchacho del local comenta, como al pasar, cuánto nos debía haber gustado... yo no entendí a qué se refería así que le pregunté por qué lo decía... “porque su esposo la alquiló hace poco tiempo”, me contestó... y pensé... pensé que eso no tendría ninguna importancia si se tratase de cualquier película, ¿no?, pero no, obvio que esa no es cualquier película... es la película que viste cuando los chicos y yo viajamos a Tandil... la misma que negaste a Pía haber visto.
El resplandor que entraba por el ventanal dibujó, nítida, sobre las puertas del placard, la sombra de Cecilia acomodándose, nerviosamente, el cabello con los dedos e irguiendo la cabeza para escudriñarme. Un estremecimiento, como los chispazos que dan algunos enchufes, recorrió, íntegra, mi espina dorsal, erizándome la piel. El escudo con el que había creído proteger mi mundo seguro me mostraba sus incipientes fisuras, fruto de tantos perseverantes y despiadados embates.
- Rodri... Rodrigo, date vuelta por favor.
Giré sobre mis talones con la sensación de encontrarme frente a un pelotón de fusilamiento.
- Vení, acercate. - me indicó, palmeando la cama.
Me senté a su lado. Agaché la cabeza, vencido, confuso y, una vez más, como si un letrero con lucecitas de todos colores anunciara a las claras mis avergonzantes fechorías de los últimos tiempos. Me tomó de la barbilla, y la alzó con inmensa delicadeza, obligándome a dirigirle la mirada. Sus pupilas verdeámbar me estudiaron unos segundos, sus párpados no se movieron. Intenté descifrar lo que me decían sus ojos pero el temor me tenía doblegado e incapaz de inferir nada. Recuerdo, sin embargo, no haber reconocido en ellos algo que evidenciara compasión, condena o comprensión alguna. Simplemente, me estudiaron, con una intensidad tal que jamás podré olvidar del todo, enfocando, precisos, los sitios más recónditos de mi alma, sin osar perturbarlos, más si advertirles, hacerles saber de su presencia. Reprimí a duras penas un segundo escalofrío.
Por fin habló, en un tono desafectado y monocorde, como si su voz llegara, apagada y lejana, a través del extremo de una línea telefónica defectuosa.
- Rodrigo, pase lo que pase, siempre... Siempre... - enfatizó cada letra. - ...serás el papá de Clara y Francisco, y, en última instancia, para mí, mi marido. No lo olvides jamás, sin importar a lo que sea que te lleve la vida.
Asentí sin pensarlo, paralizado por el cariz admonitorio y la enorme intuición que encerraban sus palabras. Acto seguido, en tanto se disipaban las tinieblas del profético mundo al que ella había acudido por un poco de lucidez y equilibrio, su semblante mutó, como si hubiese despertado de un trance hipnótico y volviera ahora la Cecilia acostumbrada, la definitivamente terrenal.
- Te dejo tranquilo, voy a terminar de preparar la cena. – anunció formal, palmeó mi pierna, rozó sus labios con los míos y abandonó la habitación.
Ignoro cuánto tiempo permanecí en la misma posición hasta que recobré la consciencia y mi sentido del deber y terminé de empacar.
El fuerte viento sur que sopló el resto de esa semana en Mendoza trajo consigo un denso manto de arremolinadas nubes gris violáceo que presagiaban nevadas en la cercana cordillera de los Andes. Estaba ensimismado contemplándola a través de los grandes ventanales de la moderna oficina en la que me encontraba resolviendo los últimos y, por ende, más complejos procesos del proyecto cuando el timbre de mi teléfono celular me devolvió a tierra. Atendí con tono ausente, sin comprobar de quién era la comunicación.
- Sabía que no ibas a llamarme, así que lo hice yo, guachito lindo... - insinuó una voz sugerente, que reconocí de inmediato.
- ¡Marianita! ¿Cómo andás, linda? - exclamé con alegría sincera.
- Todo bien, dulce, ¿vos?
- En Mendoza, laburando en el proyecto...
- ¡Ay, la puta madre, no me digas, me va a costar una fortuna mi ocurrencia! - me interrumpió. - ¿Otra vez ahí?... ¿Cuándo terminás? Bah, qué me importa, ¿no? En fin, ¿todo bien? no te quiero quitar tiempo, estás ahí porque estás laburando... Escuchame una cosa, papa frita...
Sonreí. Hacía mucho tiempo que no oía a nadie tratar a otro de "papa frita".
- ... por no decirte otra cosa, claro. - rió. - Escuchame bien, eh... ¿estás ahí?
- Sí, estoy acá.
- Bueno, esto que voy a decirte es mío, ¿está claro? No hablo más que por mí, ¿de acuerdo?, y si no te lo digo de una vez creo que muero asfixiada.
Sonreí, meneando la cabeza como si ella pudiese verme.
- Róo, bolas, ¿me oíste?
- Sí, Mariana, te escuché perfectamente, ¡dale, decime!
- ¿Te acordás cómo me gustaba cantar a mí?
Lo pensé una décima de segundo, y la recordé claramente, guitarra en mano, torturándonos con sus interpretaciones de cuanta balada hubiese conseguido sonsacarle al pobre instrumento.
- Claro que me acuerdo... - contesté dubitativo, ignorando hacia dónde se dirigía.
- ¿Ah, sí? No te imaginás cómo mejoré... cuando nos veamos... - se entusiasmó, luego se detuvo brevemente y continuó, apresurada. - El tema es que mi marido, mis hijos y la mayoría de los que conozco no opinan lo mismo, pero a mi me gusta hacerlo de todos modos, ¿entendés? Al principio me mortificaba, no te voy a mentir a vos... tantos años estudiando y practicando como una loca, para qué carajo, me preguntaba... después me hice la superada, convenciéndome de que tampoco era tan importante cantar después de todo, si al fin y al cabo yo no le gusto a nadie, ¿me seguís? - no esperó mi respuesta. - Ahí, precisamente A - HI fue cuando algo adentro mío me hizo saltar... No le gusto a nadie cantando, pensé, excepto a mí misma... entonces descubrí, chá-chánnn, algo que hasta ese momento no me había dado cuenta, ¡qué ciega boluda, no se puede creer!... algo que era lo único que me hacía seguir adelante aún cuando tenía a todos en contra... Sí, podría ser lo cabeza dura que soy, pero no, no es eso, sino el mismo hecho de cantar, nada más y nada menos. Yo soy otra persona cuando canto, Ro, yo soy feliz, FELIZ, cantando, aunque nadie me ovacione ni me felicite ni muchísimo menos, y, ¿sabés por qué? Porque no necesito todo eso. Me importa un carajo llenar teatros o estadios con público aplaudiendo a rabiar... No busco la aprobación ajena, no canto para eso ahora. Canto porque me hace muy bien, y punto.
Una enorme gota bañó el centro de la hoja del informe que tenía en mis manos. Me pregunté de dónde habría caído.
- Así como cuando a veces, y no vayas a reirte, me hago la Cher, sola en el living de casa, micrófono en mano y todo, no significa que sea ella ni que alguna vez vaya a serlo... - prosiguió. - ...que yo no haya hablado ni hable de ciertas cosas tampoco quiere decir que no vea o no haya visto o que no me dé cuenta... - se detuvo una décima de segundo para enseguida agregar secamente. - No hagas más pelotudeces, Ro querido.
Una segunda gota, más grande, arrugó el papel y borroneó la tinta, catapultada, descubrí, por mi párpado inferior.
- Y- yo no... - intenté decir.
- Estás más cerca de lo que pensás. - repuso, cortante. - Hasta la vuelta, guachito lindo. Te quiero. - agregó con ternura y cortó la comunicación sin más.
Agaché la cabeza para que nadie reparara en mi estado, buscando desesperado mi caja de pañuelitos de papel. Cuando logré encontrarla enjugué las lágrimas que, asomando, delatoras, amenazaban fluir sin freno devastando lo poco que todavía quedaba de mí.
- Leiva, acá te dejo los diagramas que me pediste. – anunció al pasar, sin mirarme, Esteban, el encargado de plataformas, en tanto que depositaba una pequeña pila de folios sobre el escritorio.
- Ah, sí, gracias. – respondí, con voz temblorosa.
Levanté la pila para comenzar a revisarla y, al hacerlo, quedó al descubierto la contratapa del periódico local que él mismo me había alcanzado muy temprano. Mi vista se quedó fija en el mapa que, poblado de pequeños íconos y datos informaba lo relativo a la meteorología para la región, mientras, como cuando de niño seguía, uno a uno, para no extraviar la mirada del bloque de texto, los renglones del libro de lectura, mi dedo índice recorría la línea que demarca el límite entre la provincia de Mendoza y su vecina al sur.
Resoplé ruidosamente al tiempo que me lanzaba sobre el teclado de la computadora y escribía, fervoroso, la dirección de un sitio de la red. Abrí un nuevo explorador, y otro, y otro, hasta que, satisfecho con lo que me mostraba la pantalla del monitor, imprimí varias páginas con la información que me haría falta, y las uní abrochándolas por el margen en tanto que mi pulgar presionaba, decidido, la tecla de llamada sobre el nombre de Juanjo Iriarte.
Continúa.
8 comentarios:
Sabes... te he leído y una sola palabra acude, digamos a mis dedos, y de mis dedos al teclado. ¡Admiración!; por la forma en que escribes, porque pienso que lograr que otros sientan a los personajes como seres reales, con los que te alegras y sufres, es algo fundamental para quien escribe.
Y la misma admiración por Cecilia; que mujer tan intuitiva y noble y por Mariana, me encanta cuando dice que ella canta porque le gusta, y no le importa que la ovacionen y con ello le da a entender que poco le importa la aprobación de los demás para lo que hace. Y cuándo le dice que ella "se da cuenta".
Sabes amigo mío, he sentido ganas de abrazar a estas dos mujeres... son tus amigas, abrazalas tu por mí.
........ tu fuiste el primero en el mio, y la Rosita me ha ganado en el tuyo!!!!.... oyeme, que apenas voy en la mitad porque debo irme para el banco, pero en cuanto pueda regresaré a terminar esta historia que me tiene pegado del techo... o mejor, del monitor...
Un abrazo mi dulce vaquero...
volveré desde mi lejana galaxia!
Pd.... tambien me encanta la Ceci.
Cada vez que llego aquí, me viene a la mente la letra y la melodía de "No One's Gonna Love You Like Me". ¿Por qué será?, je, je, je...
Aquí seguimos, un abrazo vaquero.
¡Más te vale que continúe Vaquero! ja ja ja!!!
Te quiero mucho y... te extraño también, pero al encontrarte al menos en estas palabras... te tengo un poco más.
Un beso Enorme!
la leche... el angel se quedó en la segunda parte, me parece... tengo que hacer un flash-back, perdona...
Un abrazo
he regresado... sabes... a mi tambien me gusta cantar... y escribir canciones que aun estan simplemente en letras... pero con lo de cantar es algo raro. Hay gente que me dice que es genial, hay gente que no lo puede soportar... pero asi es como debe ser verdad?... apoyo a Mariana, yo tampoco espero llenar un estadio, ni siquiera un bar, yo simplemente espero cantar...
espero que continues!!!!
Ay madre mía!!!!
Bueno yo ya no sé nada, esto me tiene enganchada y en vilo y cavilando.......
Agarra esa furgoneta azul, joder, Rodrigo tío!!!!
Pero venga ya hombreeeeeee!!!!
No busco la aprobación ajena...
¿Comprenderá Ro estas palabras?
¿Cómo haces para que me sienta como si estuviera en un rincón de la habitación del hotel de Ro?...
Un beso
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