El Chaltén es llamada la "capital" del trekking en Argentina. Enclavada justo a los pies del cerro Fitz Roy, en ella confluyen todos los senderos habilitados para caminantes de montaña. Poseedora de un clima propio, las temperaturas aquí pueden variar de un momento a otro, así como los vientos, que pueden alcanzar ráfagas de velocidades atemorizantes.
La actividad en este rincón del país se reduce a la temporada de verano y parte del otoño, pues a partir de mayo los comercios y establecimientos hoteleros cierran sus puertas, y sólo continúan los servicios básicos para las pocas familias que residen allí.
Era una mañana diáfana, y los vaqueros se despertaron temprano. Sólo el soñador era conciente, y no todo lo que él pensaba, de la exigente caminata que realizarían. La meta sería la Laguna de los Tres, el clásico de todos los trekkings que se practican en El Chaltén. Los folletos indican que el camino de ida toma cinco horas, y advierten que es del tipo difícil.
Cargaron en sus mochilas exclusivamente lo necesario, cualquier peso superfluo sería grandemente lamentado por los devenidos andinistas.
La larga caminata comienza al final del pueblo, en dirección noroeste. Los primeros pasos ya les anticipan que no será cosa fácil. El soñador consigue un gran palo que usará como bastón. Ascienden atravesando un frondoso bosque, la respiración se vuelve agitada
, el frío matinal va cediendo. El primer alto es al borde del peñasco desde donde se aprecia el verde valle del río Las Vueltas.
El sendero se angosta luego, a la izquierda se extiende un cerro rocoso, a la derecha un desfiladero cubierto por una alfombra de flores silvestres.
Ingresan nuevamente en el bosque, y alcanzan el primer primer punto panorámico frente al cerro Fitz Roy. En este primer encuentro el coloso se les muestra esquivo. Un espeso manto de nubes blancas cubría sus cimas. Alguien había comentado a los vaqueros que sólo durante poco más de ochenta días
al año el cerro se desnuda completamente ante los ojos de q
uien lo visita.
El soñador estaba seguro de que
ese sería uno.
El sendero se bifurcó un poco más allá, invitando a seguir o desviarse un poco hasta la laguna Capri. Los vaqueros eligieron ésta alternativa, un pequeño descanso no estaría nada mal.
En apenas minutos estaban recostados sobre la arena gris de la orilla. La laguna Capri es un espejo de agua absolutamente inmóvil, rodeada de angostas y boscosas playas, enormes peñascos profusamente arbolados y la cordillera algo más allá. La soledad y la sensación de calma eran tales que por un momento los vaqueros se creyeron únicos en el mundo. El soñador propuso un pequeño ejercicio de abstracción; pensar en lo que sería el centro de la infernal Buenos Aires a esa hora. El contraste los hizo gritar espantados.
Volvieron a la senda principal, que en el siguiente tramo bordeaba un arroyo rocoso. El bosque fue quedando atrás, enormes arbustos cubrían los lados del sendero. Atravesaron claros, mallines, y otra vez el bosque. Cruzaron a otros caminantes, las circunstancias de tiempo y lugar hace que resulte natural saludarse, o detenerse a conversar animadamente, en español o inglés. Los vaqueros comprobaron que en ocasiones el entusiasmo y la naturaleza pródiga en belleza rompen algunas barreras.
Llegaron arroyo arriba, cruzaron por un estrechísimo puente hecho de troncos blancos y aprovecharon para abastecerse de agua, que aquí tiene una apariencia lechosa, al ser producto del deshielo de glaciares. Un río de rocas gris blanquecino fue el umbral de una inminente travesía en duro ascenso.
Luego de pasar un refugio de madera el sendero se vuelve empinada subida. Esquivan
do filosas y grandes piedras, con el corazón a punto de salirse y la respiración entrecortada, los vaqueros de montaña recorrían el tramo final. El cerro parecía querer dejar bien en claro dónde se encontraban. El agotamiento se hizo sentir con cada paso, las piernas latían, los doloridos pies ardían. Tanto, que obligaron a los vaqueros a detenerse a un costado de la senda, donde el suelo no era tan pedregoso. Uno quiso desistir, al cansancio se sumaba el peso de las mochilas, que en ese punto se había multiplicado varias veces. Sus compañeros se encargaron de alentarlo a seguir.
Con el resabio de sus fuerzas continuaron la marcha. La escarpada pared que trepaban había ocultado al Fitz Roy, y al llegar a su fin aún quedaban una hondonada y otra pequeña ascención. Para su desazón, densas nubes aún cubrían las cimas.
Preparado para la emoción de todos modos, el soñador tomó la delantera.
Mágicamente, como en una película de grandes epopeyas, al avistar la llegada del vaquero soñador, el cerro desplegó su inigualable belleza disipando el blanco manto que lo cubría. La escena lo estremeció. Enseguida, una sonrisa radiante iluminó su fatigado rostro. Lo saludó, guiñándole un ojo.
Tres años habían pasado desde la primera vez que se habían visto. Tres años en los que el soñador y Su vaquero habían olvidado completamente lo duro y largo de la marcha, incluso a pesar de que el soñador había hecho todo el camino de regreso cojeando.
Pero habían regresado, y la montaña recompensa a quienes le rinden tributo.
Y, sin duda, Dios también.