miércoles, 28 de febrero de 2007

7610 Instantáneas II (Séptima parte)





La meta final del viaje, el glaciar Perito Moreno, ante los ojos de los maravillados Vaqueros...



... Un mismo día, tres condiciones de luz distintas...

... Millones de años de ciclos naturales retratados en una fracción de segundo...

... Y tatuados en su memoria por el resto de sus días.

martes, 27 de febrero de 2007

7610 - Instantáneas ( Sexta parte)



Camino al Lago del Desierto, casi en la frontera con Chile...





... Comienzo del sendero al glaciar Huemul...






... Atravesando un bosque increíblemente húmedo...






... El Huemul, glaciar en evidente retroceso...





... La paz del Lago del Desierto...


... El fiel Corcel azul y un alto en el largo camino.

martes, 20 de febrero de 2007

7610 - BROKEFEET MOUNTAIN - ( 5a parte )


El Chaltén es llamada la "capital" del trekking en Argentina. Enclavada justo a los pies del cerro Fitz Roy, en ella confluyen todos los senderos habilitados para caminantes de montaña. Poseedora de un clima propio, las temperaturas aquí pueden variar de un momento a otro, así como los vientos, que pueden alcanzar ráfagas de velocidades atemorizantes.
La actividad en este rincón del país se reduce a la temporada de verano y parte del otoño, pues a partir de mayo los comercios y establecimientos hoteleros cierran sus puertas, y sólo continúan los servicios básicos para las pocas familias que residen allí.

Era una mañana diáfana, y los vaqueros se despertaron temprano. Sólo el soñador era conciente, y no todo lo que él pensaba, de la exigente caminata que realizarían. La meta sería la Laguna de los Tres, el clásico de todos los trekkings que se practican en El Chaltén. Los folletos indican que el camino de ida toma cinco horas, y advierten que es del tipo difícil.
Cargaron en sus mochilas exclusivamente lo necesario, cualquier peso superfluo sería grandemente lamentado por los devenidos andinistas.
La larga caminata comienza al final del pueblo, en dirección noroeste. Los primeros pasos ya les anticipan que no será cosa fácil. El soñador consigue un gran palo que usará como bastón. Ascienden atravesando un frondoso bosque, la respiración se vuelve agitada, el frío matinal va cediendo. El primer alto es al borde del peñasco desde donde se aprecia el verde valle del río Las Vueltas.

El sendero se angosta luego, a la izquierda se extiende un cerro rocoso, a la derecha un desfiladero cubierto por una alfombra de flores silvestres.
Ingresan nuevamente en el bosque, y alcanzan el primer primer punto panorámico frente al cerro Fitz Roy. En este primer encuentro el coloso se les muestra esquivo. Un espeso manto de nubes blancas cubría sus cimas. Alguien había comentado a los vaqueros que sólo durante poco más de ochenta días al año el cerro se desnuda completamente ante los ojos de quien lo visita.


El soñador estaba seguro de que ese sería uno.
El sendero se bifurcó un poco más allá, invitando a seguir o desviarse un poco hasta la laguna Capri. Los vaqueros eligieron ésta alternativa, un pequeño descanso no estaría nada mal.
En apenas minutos estaban recostados sobre la arena gris de la orilla. La laguna Capri es un espejo de agua absolutamente inmóvil, rodeada de angostas y boscosas playas, enormes peñascos profusamente arbolados y la cordillera algo más allá. La soledad y la sensación de calma eran tales que por un momento los vaqueros se creyeron únicos en el mundo. El soñador propuso un pequeño ejercicio de abstracción; pensar en lo que sería el centro de la infernal Buenos Aires a esa hora. El contraste los hizo gritar espantados.
Volvieron a la senda principal, que en el siguiente tramo bordeaba un arroyo rocoso. El bosque fue quedando atrás, enormes arbustos cubrían los lados del sendero. Atravesaron claros, mallines, y otra vez el bosque. Cruzaron a otros caminantes, las circunstancias de tiempo y lugar hace que resulte natural saludarse, o detenerse a conversar animadamente, en español o inglés. Los vaqueros comprobaron que en ocasiones el entusiasmo y la naturaleza pródiga en belleza rompen algunas barreras.
Llegaron arroyo arriba, cruzaron por un estrechísimo puente hecho de troncos blancos y aprovecharon para abastecerse de agua, que aquí tiene una apariencia lechosa, al ser producto del deshielo de glaciares. Un río de rocas gris blanquecino fue el umbral de una inminente travesía en duro ascenso.
Luego de pasar un refugio de madera el sendero se vuelve empinada subida. Esquivando filosas y grandes piedras, con el corazón a punto de salirse y la respiración entrecortada, los vaqueros de montaña recorrían el tramo final. El cerro parecía querer dejar bien en claro dónde se encontraban. El agotamiento se hizo sentir con cada paso, las piernas latían, los doloridos pies ardían. Tanto, que obligaron a los vaqueros a detenerse a un costado de la senda, donde el suelo no era tan pedregoso. Uno quiso desistir, al cansancio se sumaba el peso de las mochilas, que en ese punto se había multiplicado varias veces. Sus compañeros se encargaron de alentarlo a seguir.
Con el resabio de sus fuerzas continuaron la marcha. La escarpada pared que trepaban había ocultado al Fitz Roy, y al llegar a su fin aún quedaban una hondonada y otra pequeña ascención. Para su desazón, densas nubes aún cubrían las cimas.
Preparado para la emoción de todos modos, el soñador tomó la delantera.
Mágicamente, como en una película de grandes epopeyas, al avistar la llegada del vaquero soñador, el cerro desplegó su inigualable belleza disipando el blanco manto que lo cubría. La escena lo estremeció. Enseguida, una sonrisa radiante iluminó su fatigado rostro. Lo saludó, guiñándole un ojo.
Tres años habían pasado desde la primera vez que se habían visto. Tres años en los que el soñador y Su vaquero habían olvidado completamente lo duro y largo de la marcha, incluso a pesar de que el soñador había hecho todo el camino de regreso cojeando.
Pero habían regresado, y la montaña recompensa a quienes le rinden tributo.

Y, sin duda, Dios también.


lunes, 19 de febrero de 2007

7610 Al suroeste del Sur - (Cuarta parte)


Quinientos kilómetros por delante.

A esta altura el vaquero soñador había tomado consciencia real de la magnitud de las distancias al sur del sur. Inabarcables es otra palabra que las pinta casi literalmente, los tiempos no coincidían con sus cálculos.


Desde Río Gallegos, luego de aprovisionarse para un sustancioso desayuno a bordo, tomaron dirección oeste. Recorrerían una diagonal que los llevaría a los pies de la cordillera de los Andes. Era un día frío, con el cielo cubierto por un espeso manto de nubes muy grises. Humeante café con leche, medialunas y pasteles reconfortaron a los joviales vaqueros.
La geografía fue cambiando sutilmente. La estepa se pobló de amarillentos pastizales y matorrales ocreamarronado. Valles y quebradas, sinuosos ríos de poderoso cauce, guardaganados, algún puesto de estancia de techo rojo fueron el paisaje de ese largo tramo. La naturaleza, sin duda enterada de la llegada de los vaqueros, había adornado las orillas del camino con montículos de profusas margaritas blancas.
Por segunda vez en el viaje el vaquero soñador maldijo la deficiente señalización santacruceña. Habían pasado por alto el cruce con la ruta provincial que debían tomar. El descuido, sin embargo, resultó ser salvador, como muchas equivocaciones que se cometen en la vida. De haber tomado el camino correcto, sin seguir hasta El Calafate, los vaqueros no hubiesen llegado muy lejos. Esa ciudad y El Chaltén, su destino final en esta etapa, están separadas por 200 kilómetros en los que no existen estaciones de combustible.
El soñador ignoraba ese dato, y esta vez agradeció su distracción, y sobre todo el habitual despiste de sus tripulantes, que seguía incólume.
El trayecto demandó más tiempo porque el camino presenta un tramo importante de un ripio que no perdona ni a los corceles más bravíos. Piedras que se sentían como disparadas por un cañón golpeaban el piso del R9, y el polvo ingresaba por los cuatro costados.
A 60 kilómetros de El Chaltén el parabrisas se transformó en una pantalla que proyectaba un gran lago a la izquierda y al fondo una azul cordillera de los Andes. El sol brillaba ahora destacando la silueta del majestuoso monte Fitz Roy. Se detuvieron por motivos humano-técnicos y aprovecharon para registrar digitalmente la escena.
La llegada les cortó el aliento, el cerro fue cobrando su real dimensión con cada kilómetro. Una última pendiente les regaló la imagen de su grandiosidad coronando el minúsculo caserío que conforma el pueblo de El Chaltén.
El vaquero soñador, emocionado secretamente por su hazaña, enfiló hacia el hostel donde se alojarían.
Después de registrarse y bajar el equipaje, había tiempo de sobra para un paseo cercano: El Chorrillo del Salto, una hermosa cascada a la que se llega después de una corta caminata por un bosque de verdes intensos, poblado de ñires y otros árboles de inmensa altura, y tapizado de hierba salpicada de flores blancas.
El torrente de agua choca contra las rocas desde una altura considerable, para convertirse en un cristalino arroyo de manso cauce. Poco antes de llegar a verlo, ya se percibe su frescura, el aire allí es intensamente frío y húmedo. Al no haber nadie en aquel momento, los vaqueros disfrutaron al sentirse inundados por la fuerte sensación de paz y energía del lugar.
Esa fría noche celebraron el cumpleaños de uno de los viajeros, compartiendo alegremente una exquisita pizza de jamón y cordero, en un sitio muy acogedor.
Una dura prueba física los aguardaba al día siguiente.

jueves, 15 de febrero de 2007

7610 - Al sur del Sur (Tercera parte)


El vaquero se aprestó a salir temprano, el trayecto para ese día sería muy largo. Los preparativos para la partida no fueron complicados como cuando dejó su ciudad, empacar y seleccionar lo necesario demandó poco tiempo.
El vaquero soñador se encargaría de montar su corcel color cobalto con responsabilidad y destreza. El camino era un surco profundo trazado en su mente. Sólo faltaba recorrerlo.
Los otros dos vaqueros se ocuparían del servicio de bufet y música ambiental.
Realizarían paradas para reaprovisionarse de combustible únicamente.


El primer tramo los llevó a la ciudad de Comodoro Rivadavia, la más grande y pujante de la provincia de Chubut, gracias a los beneficios de la explotación petrolífera. 380 km la separan de Trelew, cerca de donde partieron los vaqueros, y no se cruza ninguna población en toda esa distancia. Y unos pocos del límite con la provincia vecina.
Ingresaron a Santa Cruz por el noreste, a mediodía de una jornada brillante, con un sol que no perdonaba. La ruta nacional 3, que cruza toda la Patagonia de norte a sur por el este, atraviesa en esa instancia la pequeña ciudad de Caleta Olivia. Tanto ésta como la antes mencionada se encuentran a orillas del Océano Atlántico.
Primera vez allí para el curioso jinete, pasó por alto el cartel indicador del camino a seguir para internarse en una ciudad algo laberíntica y sin información a la vista para los recién llegados. Maldijo soezmente al intendente (alcalde) hasta que, luego de andar y desandar calles y una carretera equivocada por varios kilómetros, encontró un local de buen corazón que se ofreció a ayudarlos, guiándolos en su auto deportivo. Para ello, atravesó la ciudad desafiando los límites de velocidad con los vaqueros pisándole los talones, temerosos de perderse nuevamente. En cada cuneta el leal corcel del soñador se elevaba unos cuantos centímetros del pavimento. El brioso y hospitalario samaritano los condujo, jadeantes y acalorados, de nuevo a la ruta.
Esta los llevó a viajar pegados a las olas del mar durante un buen tramo, y al vaquero le fascinó la desolación de esas playas tanto como el azul turquesa del océano. La carretera de a poco se fue alejando de la costa del mar para llevarlos a la inmensidad de la árida y despareja estepa. Grupos de guanacos salvajes, choiques y algunas ovejas aparecían esporádicamente. No hay ciudades que rompan con la monotonía del paisaje en esa parte del país, todas se encuentran a kilómetros de la ruta, sobre las rías características de la geografía santacruceña.
Los vaqueros se apartaron escasos cinco kilómetros de su rumbo para visitar Puerto San Julián. Pueblo de casas bajas, quedadas en el tiempo, con un gran boulevard central que termina en la mansa ría. Todo en esa región de la Patagonia es blanco, marrón grisáceo o azul. Al vaquero se le ocurrió que se debe tener una dimensión del tiempo muy diferente de la suya en aquellos lugares. Poco debe ser tan urgente.
Comandante Luis Piedrabuena es la única ciudad que se divisa claramente desde la ruta. Frente a la entrada a ésta, una oficial de policía regordeta detuvo la marcha de los viajeros. Inclinóse para estudiarlos a través de la ventanilla izquierda con el ceño fruncido. Con voz aflautada y tono de discurso de manual comenzó a hacer las preguntas de rigor.
"Cuántos son los que viajan, señor?", le espetó, y la cabeza del vaquero giró hacia sus acompañantes mirándolos con complicidad. Debía cerciorarse de que hubiese contado bien cuántos iban con él, la oficial evidentemente dudaba de lo que tenía ante sus ojos. Se tomó unos instantes para hacer la cuenta mentalmente.
"Tres!", exclamó en irónica sonrisa. La oficial escribió algo en la carpeta que llevaba consigo.
Uno de los vaqueros hizo un chiste que todos festejaron en ruidosa carcajada al retomar el viaje, que no sería correcto publicar.

Arribaron a la ciudad de Río Gallegos, capital de la provincia, cuando el sol todavía no había desaparecido por completo. Eran las 10 pm y debían buscar un lugar donde dormir. Lo consiguieron en el centro. El frío se hizo notar de inmediato, el vestuario cambió de veraniego a invernal en minutos.
Comieron rico, caminaron un poco por la ciudad y durmieron muy cómodamente.
Estaban más cerca ya de su destino final.


martes, 13 de febrero de 2007

7610 (Segunda parte)


El vaquero recordaba que ni bien uno se apeaba del auto, debía estar atento a su pisada. Años atrás los nidos estaban por todos lados, y no hubiese sido nada extraño recibir un picotazo como gesto de bienvenida al atreverse a estacionar junto a la entrada de alguno de los tantos.
Hoy, la reserva de pingüinos de Punta Tombo, distante 107 km de la ciudad de Trelew, en la provincia de Chubut, es un lugar seriamente protegido y organizado.
Alrededor de medio millón de pingüinos de Magallanes anidan cada año allí, hasta que sus crías crecen lo suficiente y entonces emprenden viaje rumbo al norte, con destino incierto para los científicos que estudian su comportamiento.
Intruso se sintió el vaquero en medio de esa serena comunidad blanquinegra a orillas del mar, sólo habitada por ellos y manadas de pacíficos guanacos, al andar los senderos curioseando los hoyos abiertos en el durísimo suelo. El cómo podían abrir semejantes cuevas se lo respondió uno de estos simpáticos seres, al que pescó recostado sobre su panza blanca dando atemorizantes patadas que levantaban furibundas nubes de tierra seca. Los admirables pingüinos son animalitos amistosos, que no temen la presencia humana, al contrario. El vaquero, enternecido, comprobó con asombro que varios posaban, y algunos hasta se habían unido en afectuoso abrazo antes de ser retratados por su cámara fotográfica.

No serían las únicas sorpresas que le tenía reservada su extensa travesía patagónica...

lunes, 12 de febrero de 2007

7610 (Primera parte)


Siete mil seiscientos diez kilómetros.

Pocos para quien navega océanos, vuela cielos o circunda el planeta. No así para el vaquero soñador montado en su fiel corcel. Corcel que cualquiera hubiera confundido con un viejo auto de marca francesa.
Completarlos resultó poco menos que una odisea.
Eso sí, una odisea maravillosa.

Patagonia es tierra de magnitudes inmensas. Lejos es una palabra que resulta algo vaga para describir las distancias que separan a una ciudad de otra. Para llegar a su meta final, él y sus compañeros debieron atravesar cuatro provincias argentinas, cada una del tamaño de un país de Europa. Buenos Aires, la primera. Allí, sembradíos, llanuras de mansas vacas y pasturas se extendían resplandecientes a los costados de la cinta de asfalto gris azulado que, infinita, este vaquero veía desaparecer bajo el capot de su coche. Capot que a la manera de fauces de apetito insaciable devoraba sin cesar las distancias que lo separaban, o que lo unían.

Más tarde, sierras tapizadas de hierba verde y salpicadas de pinos que son oasis en el largo camino le daban la bienvenida una vez más. El calor no daba tregua. Impasible, el vaquero, algo debilitado por una inusual noche de insomnio a causa de la excitación por la travesía era propulsado por la energía que le produciría ver a sus sobrinos a su llegada. Aunque fuese por un par de horas nada más. Su osadía al conducir se confundió con imprudencia, a la que respondió con mirada cómplice. Camiones de gran porte y otros automóviles de marcha más lenta que la suya eran sólo estorbos que el vaquero sorteaba exigiendo el máximo de su leal Renault 9. Siempre tuvo la firme idea de que es sólo es posible conseguir lo que uno quiere con todo el corazón, y ahí estaba, poniéndola a prueba una vez más.

La llanura se transformó en desolada estepa. El verde desapareció por completo y la paleta de colores más allá del parabrisas se redujo al azul del cielo y a algunos tonos tierra y verde parduzco. Cercano puede a partir de allí equivaler a doscientos cincuenta kilómetros.

Cuando cayó la noche, la entrañable playa que era su lugar de destino parecía poseer la capacidad de desplazarse a voluntad. Los últimos kilómetros debieron querer burlarse volviéndose interminables, desafiando la poca resistencia física que le quedaba al vaquero. La recompensa llegó ni bien, algo maltrecho, bajó del auto. Su sobrino mayor, cual bólido salido de potente cañón, se abalanzó sobre él en potente abrazo. Con eso no necesitaba más, sin embargo el "Tío, te quiero un montón!" pronunciado por esa vocecita que es capaz de todo en el vaquero, le confirmó que el esfuerzo había valido la pena. Y, sonriendo tiernamente y con lágrimas de alegría asomando a sus ojos, mientras lo ayudaba a bajar el equipaje este vaquero le contó que había alcanzado velocidades increíbles sabiendo que su sobrino lo esperaba ansioso.

Los primeros 1500 estaban hechos.

Durante el largo viaje, la mente del vaquero había volado y sin quererlo llegado a los tiempos de su niñez. Se detuvo sin saber por qué en los gigantes arco iris que aparecían luego de alguna infrecuente lluvia, de esas que dejan su inconfundible olor. Lo mencionó y lo olvidó poco después. Un fuerte e inusual aguacero los sorprendió en el aeropuerto de la ciudad al día siguiente recibiendo al compañero que se unía en esa escala. Para cuando emprendieron el regreso a la playa, algunas gotas caían todavía. Grandiosa fue la sorpresa cuando un triunfante e inmenso arco iris coronaba el cielo a su izquierda. Se emocionó. La escena tenía algo de irreal, de fantasía. Un fuerte sabor a infancia lo inundó. Convencido de que era una excelente señal, el vaquero lanzó aullidos de júbilo que contagiaron a sus acompañantes.

El viaje real no comenzaría sino hasta unos días más tarde. Los pingüinos de la reserva natural de Punta Tombo lo esperaban antes.