lunes, 19 de febrero de 2007

7610 Al suroeste del Sur - (Cuarta parte)


Quinientos kilómetros por delante.

A esta altura el vaquero soñador había tomado consciencia real de la magnitud de las distancias al sur del sur. Inabarcables es otra palabra que las pinta casi literalmente, los tiempos no coincidían con sus cálculos.


Desde Río Gallegos, luego de aprovisionarse para un sustancioso desayuno a bordo, tomaron dirección oeste. Recorrerían una diagonal que los llevaría a los pies de la cordillera de los Andes. Era un día frío, con el cielo cubierto por un espeso manto de nubes muy grises. Humeante café con leche, medialunas y pasteles reconfortaron a los joviales vaqueros.
La geografía fue cambiando sutilmente. La estepa se pobló de amarillentos pastizales y matorrales ocreamarronado. Valles y quebradas, sinuosos ríos de poderoso cauce, guardaganados, algún puesto de estancia de techo rojo fueron el paisaje de ese largo tramo. La naturaleza, sin duda enterada de la llegada de los vaqueros, había adornado las orillas del camino con montículos de profusas margaritas blancas.
Por segunda vez en el viaje el vaquero soñador maldijo la deficiente señalización santacruceña. Habían pasado por alto el cruce con la ruta provincial que debían tomar. El descuido, sin embargo, resultó ser salvador, como muchas equivocaciones que se cometen en la vida. De haber tomado el camino correcto, sin seguir hasta El Calafate, los vaqueros no hubiesen llegado muy lejos. Esa ciudad y El Chaltén, su destino final en esta etapa, están separadas por 200 kilómetros en los que no existen estaciones de combustible.
El soñador ignoraba ese dato, y esta vez agradeció su distracción, y sobre todo el habitual despiste de sus tripulantes, que seguía incólume.
El trayecto demandó más tiempo porque el camino presenta un tramo importante de un ripio que no perdona ni a los corceles más bravíos. Piedras que se sentían como disparadas por un cañón golpeaban el piso del R9, y el polvo ingresaba por los cuatro costados.
A 60 kilómetros de El Chaltén el parabrisas se transformó en una pantalla que proyectaba un gran lago a la izquierda y al fondo una azul cordillera de los Andes. El sol brillaba ahora destacando la silueta del majestuoso monte Fitz Roy. Se detuvieron por motivos humano-técnicos y aprovecharon para registrar digitalmente la escena.
La llegada les cortó el aliento, el cerro fue cobrando su real dimensión con cada kilómetro. Una última pendiente les regaló la imagen de su grandiosidad coronando el minúsculo caserío que conforma el pueblo de El Chaltén.
El vaquero soñador, emocionado secretamente por su hazaña, enfiló hacia el hostel donde se alojarían.
Después de registrarse y bajar el equipaje, había tiempo de sobra para un paseo cercano: El Chorrillo del Salto, una hermosa cascada a la que se llega después de una corta caminata por un bosque de verdes intensos, poblado de ñires y otros árboles de inmensa altura, y tapizado de hierba salpicada de flores blancas.
El torrente de agua choca contra las rocas desde una altura considerable, para convertirse en un cristalino arroyo de manso cauce. Poco antes de llegar a verlo, ya se percibe su frescura, el aire allí es intensamente frío y húmedo. Al no haber nadie en aquel momento, los vaqueros disfrutaron al sentirse inundados por la fuerte sensación de paz y energía del lugar.
Esa fría noche celebraron el cumpleaños de uno de los viajeros, compartiendo alegremente una exquisita pizza de jamón y cordero, en un sitio muy acogedor.
Una dura prueba física los aguardaba al día siguiente.

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