viernes, 1 de junio de 2007

Marcas

Misteriosamente, ciertos hechos del diario vivir nos transportan a vivencias del pasado, algunas olvidadas, otras no tanto. Y esos recuerdos se encadenan con momentos del presente, se funden y retroalimentan y nos permiten rearmar y tener una mejor perspectiva del rompecabezas que constituye la vida de cada uno. A la distancia, la marca dejada por Brokeback me hizo reflexionar sobre otras marcas, aquellas de cuando era un niño y no alcanzaba a comprender la verdadera dimensión de la profundidad de ciertos aspectos de la vida, tal vez porque los aceptaba con naturalidad o no había nada que pensar entonces, no estoy muy seguro.



Una revista que devoraba con ansioso placer en aquellos años, la legendaria Billiken, me brindó la oportunidad de conocer un personaje que se convirtió en el favorito de mis tantos héroes de entonces. Con él vi plasmada mi sed de aventura, de viajar por el mundo, de hacer amigos donde quiera que fuese, de vivir a corazón batiente. Tintín reflejó en cada cuadrito, en cada página, como ninguno, la clase de vida que quería tener. El descubrir cada uno de sus libros, que mi madre nos compraba muy de cuando en cuando a mi hermano y a mí, era un festín inigualable, una travesía por un mundo fascinante que creía posible y cercano. Sus aventuras lo llevaban siempre lejos, a regiones inexploradas, bordeando riesgos enormes, desentrañando enigmas, enfrentando maleantes y bandas de delincuentes, haciendo justicia por doquier, con un excelso sentido del bien y el respeto, del deberse al otro, sin importar costos ni sacrificios. Todo un paladín, un héroe ejemplar, un boy scout.



Una de sus aventuras tatuó indeleblemente mi corazón algo débil e inocente en aquellos días de alegría irresponsable. Tintín en el Tíbet resume con exquisita sensibilidad e increíbles dibujos, que admiraba fervientemente y trataba de imitar trabajosamente con trazos y líneas inexpertas, los elementos esenciales para una de las más bellas historias que haya leído o visto jamás:





Un amigo entrañable viaja para encontrarse con él en Europa desde China, pero el avión se estrella contra un pico en los Himalayas. Un sueño vívido le revela a Tintín que su amigo Tchang sobrevivió al accidente y espera que lo rescate. La historia relata las innumerables peripecias que debe enfrentar hasta llegar, finalmente, al lugar donde el avión se estrelló, acompañado por su fiel perro Milú, su amigo el capitán Haddock y el guía sherpa, Tharkey, ya que los demás integrantes de la expedición huyen despavoridos al encontrarse frente a frente con las huellas del abominable Hombre de las Nieves.
Ni el ver allí confirmados los pronósticos de todos aquellos que se oponían a su pálpito de hallar a Tchang en medio del frío atroz y la desolación abatieron el indómito y tesonero corazón de Tintín, pues señales concretas, una bufanda enganchada en la piedra entre ellas, alimentaron y fortalecieron su espíritu intuitivo para continuar la riesgosa búsqueda. Una tormenta furiosa barre con las pocas fuerzas restantes y Tintín acepta lo imposible de su meta. A punto de partir del monasterio donde se habían recuperado él y sus compañeros, en pleno Tíbet, un monje Lama que tiene visiones mientras levita ve a Tchang débil, enfermo y en poder del Migou, el Yeti. Guiado por semejante revelación, una vez más, Tintín emprende, esta vez solo, el viaje hasta la gruta en la montaña Ojo de Yack. Encuentra allí a Tchang volando de fiebre pero vivo... Adivinen quién lo había abrigado y alimentado todo ese tiempo y quién lloró cuando partió con Tintín y Milú?

Esta inolvidable historia está llena de magia, amor y redención, convirtiéndose en un himno para aquellos que, guiados por su espíritu, actúan y viven con convicción soportando los más duros y agoreros vendavales, además de honrar y celebrar la amistad y su verdadero significado.


Entrando ya en la preadolescencia vi en el cine una película que jamás olvidé: Lollipop, amigos inseparables. Recuerdo caminar de regreso a casa con mis hermanos y unos amigos de ese entonces en absoluto trance. No podía dejar de pensar que alguien había filmado la historia que, descubrí fascinado, siempre había querido ver, el relato que simbolizaba los sentimientos y emociones, secretos e ingenuos, y hasta algo utópicos, desde ya, que gobernaban mis actos en esos tiernos días. Y con eso, también, la triste confirmación de que el mundo real que me esperaba sería muy distinto al que soñaba... Aquel verano en casa de mis abuelos en la Patagonia volví a ver la película, creo, unas cuatro o cinco veces más, gracias a que el dueño del cine era un sobrino de mi abuelo, así que asistíamos a las funciones la cantidad de veces que se nos antojara. Extrañamente, o no, tanto mi hermano como dos amigos, compañeros de andanzas y travesuras y vecinos de mis abuelos, jamás se opusieron a mis enormes ganas de ver la historia una y otra vez...




En la lejana Sudáfrica, más precisamente en Lesotho, un niño negro, llamado Tsepo, y uno blanco, huérfano, Jannie, se hacen amigos inseparables. Un accidente durante un juego obliga a Jannie a trasladarse hasta EE.UU. para ser operado con urgencia. Durante su estadía allí, familiares de sus padres se ponen en contacto con él, pero una vez recuperado, éste vuelve al colegio donde vivía en Africa. Tiempo después, sus parientes aparecen allí dispuestos a llevarse al niño con ellos. Jannie y Tsepo se enteran de esto y deciden huir a donde no pudieran encontrarlos. Así llegan hasta las montañas donde el frío los obliga a refugiarse en un estrecho agujero entre las piedras. Jannie no estaba curado por completo aún, y tanto él como su entrañable amigo recordaban que los médicos les habían advertido que las bajas temperaturas podían poner en peligro su vida. Comienza a nevar, el tremendo frío adormece a Jannie. Tsepo decide desnudarse para cubrir con su ropa a su amigo y así darle el calor que necesita. Recuerdo no haber derramado una lágrima pero si sentir mi garganta fuertemente anudada cuando las imágenes que siguieron a esas escenas mostraron una pradera verde donde, bajo un cielo gris y una lluvia persistente, tenía lugar un funeral. Entre el grupo de gente que lloraba con desconsuelo se encontraba Jannie, con la cabeza gacha y escoltado por sus familiares norteamericanos.

Semanas atrás decidí navegar la web rastreando datos de ésta, para mi, bellísima historia. Para mi sorpresa, encontré mucho más de lo que esperaba, ya que la industria cinematográfica sudafricana no ha sido muy extensa y E´Lollipop (ese es el nombre original) es uno de sus productos más representativos. Lo más lindo fue saber que Norman Knox (nunca olvidé sus nombres reales), el Jannie de la historia, decidió localizar a Muntu N´dbele, Tsepo, del que había perdido todo contacto, pero sabía que después de convertirse en estrella local había llevado una vida de excesos, droga y delincuencia. Le llevó más de dos años dar con él, convencerlo de volver y darle la ayuda que necesitaba. Se reunieron recientemente en una conmemoración en Cannes, treinta años después del estreno de la película, en 1975.




Ah, aquellos días en que todo parecía posible y el mundo era tan fantástico! El tiempo aquel cuando aún no se tiene una idea cabal de lo oscuro en la naturaleza humana, de la magnitud de los errores que se cometerán, del tiempo que habrá que esperar... de todo cuanto hay aún por saber, por experimentar, por llorar, por arriesgar, por errar, por celebrar, por vivir.

Y, sin embargo, de algo estaba muy seguro en esa niñez culposa y anhelante. Dos historias sublimes me lo habían demostrado. La clase de vida que ya había elegido iba a vivir era posible. No sería nada fácil, de hecho, resultaría ser mucho más difícil de lo que hubiese podido imaginar. Las distancias a recorrer serían enormes, los riesgos a sortear, innumerables, los puentes a construir requerirían de toda la ingeniería humana posible y más, los accidentes me harían tambalear y caer malherido, las esperas serían muchas veces torturantes, matadoras casi. Pero había un deseo. Un ferviente deseo. Y cuando éste se pone en marcha, en mi caso, es muy difícil que se detenga hasta concretarse. A medias, por un tiempo corto, da igual. Así funciona conmigo.

Fueron muchos los deseos que, gestados en mi niñez, se hicieron realidad. Los medios para que resultara así, fueron una verdadera aventura, algo así como una historia digna de ser filmada.


11 comentarios:

Anónimo dijo...

Dulce no sabía nada de esta película, pero me encantó su esencia, es propia de ti y de tu forma de ser que te guste....es parte de ti la misma, te envío un sinfin de cariños.


Ro

Ana dijo...

Me has dejado de una pieza. La capacidad para hacerme emocionar rememorando mis recuerdos de infancia, parecidos a estos tuyos.

Yo también he leído a Tintín mil veces. Es mi cómic favorito desde siempre junto con Mafalda. Yo pedía los libros prestados en la biblioteca y hace unos años los compré para que mis hijos pudieran disfrutar de ellos. De vez en cuando leo alguno y siempre me vuelven a gustar. Yo si sé quien llora cuando Tintín se marcha, es grandote y peludo pero no diré más por si alguien no lo ha leído.

La historia de los niños me ha encantado aunque no he visto la peli. Hay veces que una película te deja marcado y recuerdas una época por por esa misma causa.

Cuando era pequeña me dejó marcada la historia de Lassie, más tarde ya crecidita Tomates verdes fritos, luego fueron Los puentes de Madison y La vida es bella. La última ya sabes cuál es verdad?

Me ha encantado esta entrada, W.
Un beso enorme

Arquitecturibe dijo...

.... Hey.... no recordaba a Tintín y lo reviviste para mi!!!!.... Gracias enormes desde mi lejana galaxia!!!!

pon dijo...

Recuerdo leer "Los tres mosqueteros" del tirón y releerlos dos o tres veces seguidas. Y los tebeos de "El príncipe Valiente" de Hal Foster, cómo me gustaban, me metieron en la Edad Media y aún no he salido.
Una peli que de niña me marcó mucho fue "Farenheit 451", ver como quemaban libros......

Anónimo dijo...

Uffffffff con los recuerdos...,

¿Te reirás si te digo que mi favorita era el Gato con Botas?

Hace tanto ya...,

gracias por trasladarme a mi infancia

Un abrazo enorme

George Hazard dijo...

¡Uf...! Es mucho lo que cuentas en el post. A mí Tintín me gustaba, pero cuando era preadolescente me fascinaron los libros de "Los cinco", de Enyd Blyton. Los leía una y otra vez sin descanso.

Por cierto que Mafalda, como a Ana, también me fascina.
Tu artículo rezuma sueños, esperanza y positivismo.
Un abrazo desde España, che!

Ana desde el Sur del Mundo dijo...

¿Desde el 1º de junio que está esto aquí? ¿no has hecho trampa con el blogger? no me hagas sentir tan mal..! ja ja ja!!!
Nuevo método... imprimo y luego regreso... así leo en mis ratos libres... ¡¿cuándo?! ya sabés... madrugadas de hada...

Besos!!!

Anónimo dijo...

Hola George. Llegué aquí por otro blog, y mucho me han gustado tus pensamientos, cuestionamientos y andanzas por la vida.
Felicitaciones, tenés un don con las palabras. Si viste y te gustó Brokeback Mountain, sos muy bienvenido en mi casa....
NO SEAS BOLUDO CHE, NO HAY QUE CHUPAR MEDIAS PARA RECIBIR VISITILLAS JAJAJAJA

JfT dijo...

Qué trabajo te has tomado, Anónimo, cortar y pegar aquí mi comentario en otro blog...
Chupar las medias? Puede ser.. Gracias por dejar tan hermoso comentario, volvé pronto, che!
JAJAJAJAJAJAJAJA

JfT

Max dijo...

Que bien cuentas esos recuerdos de la niñez.
Es verdad que en esa etapa de la vida se vive con la ilusión de que los sueños son posibles. Luego la experiencia se encarga de demostrar lo contrario. En tu caso, afortunado que has convertido en realidad muchos de tus anhelos.
Un abrazo.

Unknown dijo...

Lei tus frases, hechas por mi en mi mente. Esa pelicula marco mi vida y cada recuerdo me ha llevado a decidir la persona que soy hoy. Por sobre todo gracias por darme esperanzas y no estoy tan loca si mas como yo.