martes, 26 de junio de 2007

Nadie te amará como yo - Segunda parte




Antes no lo creía, o directamente no reparaba en ese tipo de cosas. Ahora me sorprende, y en muchas ocasiones me asusta ver cómo, ciertos hechos, pequeños e insignificantes a simple vista, desatan toda una serie de acontecimientos encadenados entre sí de tal manera que, vistos a distancia temporal, se pueden deducir como una asombrosa señal de que aquello que tiene que ser, será, hagas lo que hagas para ocultarlo o negarlo. Algo así como una fuerza invisible con un poder extraordinario que lucha y no se detiene hasta hacerse real, y que te atrapará, no importa cuánto hagas por distraerla o a qué ardides recurras para camuflarte allí a donde hayas huído a negarla.
Supongo que sería diciembre, un par de semanas antes de la conversación con mi padre. Los viejos de Dardo tenían una casa de fin de semana en la zona de Escobar, próxima a un arroyo serpenteante muy quieto y marrón. Me invitaban de vez en cuando y cuando eso ocurría me sentía feliz, o lo más parecido a esa palabra, porque yo amaba ir allí. Los dos éramos muy fantasiosos, cada experiencia diferente que vivíamos nos parecía una aventura, cada riesgo un peligro mortal, y eso nos acercaba y nos hacía añorar la presencia del otro. Teníamos mucho de niños todavía, aunque ya el vello nos había crecido por todo el cuerpo, a mi más que a él. Dardo era único hijo, consentido y centro absoluto del universo familiar, lo cual me fastidiaba con frecuencia, aunque él no lo demostrara conmigo. Sus viejos jamás me gustaron demasiado, supongo que yo a ellos tampoco, si no jamás hubieran escatimado las invitaciones a esos fines de semana tan deseados por mi como lo hacían. Dardo me había comentado alguna vez que le habían dicho que se cuidara, porque creían que yo le estaba metiendo ideas raras en la cabeza. Qué gracioso, si hubiesen sabido la verdad. Con Dardo lo de "de tal palo, tal astilla" no se cumplía. Era lo opuesto a ellos en muchos sentidos, pero eso, ellos lo ignoraban, y a mi me encantaba que fuese así.
Ese día era muy gris, y me extrañó, pero celebré desde luego, que fueran igual a Escobar. La casa con techo a dos aguas se encontraba al final de una calle de tierra que terminaba en un campo enorme, lleno de cardos, arbustos, arbolitos y hormigueros, los cuales investigábamos con curiosidad científica y algo morbosa. Aquel imborrable día, después de almorzar, Dardo anunció que iríamos hasta el almacén por algo dulce. Recuerdo que la pesada de su madre me miró con odio mientras intentaba, suavemente, disuadirlo. A través del gran ventanal el cielo gris violáceo confirmaba que llovería en cualquier momento. Dardo no le dio tiempo a reaccionar, salió corriendo, y yo tras él, al tiempo que le gritaba que volveríamos enseguida. Rodeamos las casas de enfrente, para engañarlos por si vigilaban nuestra huida, y, saltando la alambrada, ingresamos al campo, riendo y gritando como forajidos. Caminábamos hablando tonterías cuando, a un trueno que nos estremeció, le siguió una lluvia torrencial que en cuestión de segundos nos empapó de arriba abajo. Mis piernas se movieron ágiles siguiendo a Dardo, que había salido disparado y, hábilmente, esquivaba a toda carrera unas plantas enormes y amarillas que abundaban por todo el campo. No corría en dirección a la casa, sino, según divisé por encima suyo, hacia una especie de torreta abandonada que, brumosa, se erguía cercana en uno de los tantos recodos del arroyo. El suelo ya se había convertido en un inmenso lodazal pegajoso atravesado por pequeños surcos de agua correntosa. Sorprendentemente, pude frenar a tiempo cuando de pronto Dardo aterrizó de bruces tras patinar en una hendidura. No reí, sino que me desgañité, y, ahogado por mis ruidosas carcajadas, trastabillé y fui a dar de traste a un charco a mis espaldas. Al verme, Dardo rompió a reír también con esa risa contagiosa, aguda, que mostraba sus dientes parejos y muy blancos y que tanto me gustaba. Nos levantamos, completamente embarrados y sin parar de reír, dándonos la mano, y caminamos a paso ligero hasta la torreta. Alguien utilizaba ese lugar como refugio para pescar o algo así, porque adentro había trozos de cartón, papeles y envases viejos. Extendimos un trozo grande de cartón sobre el piso y nos sentamos. Nos miramos, cómplices y estallamos en carcajadas nuevamente al ver nuestro aspecto. Dardo era apenas más bajo que yo, de cabello castaño claro muy lacio y llovido, algo que siempre le había envidiado porque jamás se despeinaba, así arreciaran los vientos más huracanados. En aquellos tiempos, el pelo se había convertido en un tema muy importante, y yo debía luchar denodadamente, y en todo momento, por darle a mis indomables rulos oscuros una apariencia más o menos aceptable. Cuando lo conseguía, debía evitar a toda costa cualquier corriente de aire que pusiera en peligro mi trabajo de horas frente al espejo en el baño de casa. Jamás abría las ventanillas de ningún vehículo en los que me tocara viajar, ni aún en el sofocante calor del verano. Qué ridículo. Ese día no había chicas presentes, así que no me importó en absoluto cuando Dardo, entre lágrimas y agarrándose la panza me gritó entrecortadamente que se me había desarmado la peluca. Festejé la ocurrencia riendo más y revolcándome sobre mi espalda. Cuando calmaron las risas recuerdo que giré la cabeza hacia él y quedamos mirándonos, ya no divertidos o chistosos sino cómplices de algo difícil de definir, que yo intuía se estaba cerniendo sobre nosotros poco a poco. Sus labios esbozaban una semisonrisa y sus ojos me contemplaban con intensidad y con algo que, para mi espanto, detecté como deseo. Asustado y fascinado a la vez, el descubrimiento me obligó a rechazar sus ojos y mirar en dirección a la entrada.
- Parece que está parando... - comenté con forzada naturalidad.
- Msí... - observó el cielo gris furioso y sin mirarme, como al pasar, me dijo: - Rodri, vos te hacés mucho la paja?
Enrojecí a la velocidad de los relámpagos que encendían el horizonte de tanto en tanto. Sentí como si su pregunta me hubiese vuelto transparente y pudiera ver todo de mí. Me chocó. Pero debo confesar que también me fascinó su desenfado. Como la turbación me impidió responder se volvió hacia mi y me miró fijamente.
- Yo sí. Muchísimo.- Y, sugerentemente, siguió.- Casi todos los días. Y sabés en quién pienso mientras lo hago?
No necesité de espejo para representar la peor cara de pánico posible frente a lo que estaba seguro iba a escuchar de su boca.
- En vos, Rodrigo. - Dijo sin que le temblara la voz. - Sólo en vos.
- Ah... - conseguí pronunciar mientras tragaba sonoramente.
- A vos no te pasa lo mismo? - Sus ojos ansiosos ahora me escrutaban sin dejarme escapatoria. Se me acercó en un movimiento felino y sutil. Yo me sentía incapaz de moverme, aturdido como si alguien de pronto hubiese arrojado una poderosa bomba alrededor nuestro. Mi boca se abrió finalmente pero no pude llegar a modular sonido alguno porque un grito seco nos heló la sangre.
- Dardo, estás ahí? - No fue necesario contestar, la cabeza de su padre cubierta por una ridícula capucha amarilla ya se recortaba contra el fondo en la entrada de la torreta. - Pero, son inconscientes ustedes dos? Cómo se les ocurre...? - No terminó la frase, me clavó la mirada fulminándome. - Háganme el favor de salir ya de ahí adentro! - nos ordenó con furia. - Cuando te vea tu madre en el estado en que estás... Caminá, por favor. - Se dirigió a él pero a quien empujó fue a mi. En ese preciso instante confirmé lo que ya pensaba: qué poco le importaba yo a su padre. Me dolió, creo, no tanto su evidente indiferencia sino la convicción en sus ojos y sus palabras de que había sido yo el autor de la travesura.
Lo que ocurrió después borraría de un plumazo ese sentimiento, y traería otros, tan desconocidos como perturbadores de mi, hasta ese momento, serena adolescencia.
Continuará.

9 comentarios:

Arquitecturibe dijo...

.... inquietante.... simplemente me envuelves con esos relatos de una manera!!!.... es un placer venir a visitarte y te invitó a que te pases por mi casa... ultimamente he estado algo solito .....
un abrazo desde mi lejana galaxia

un hombre virtuoso dijo...

Te leí despacio. Me dejé capturar por el cielo violaceo cargado de lluvia, el camino de plantas amarillas y los dos adolescentes jadeantes y mojados mirándose a los ojos sin encontrar palabras para expresar la tempestad de sentimientos que llevaban dentro, tanto como sentí el sentimiento de culpa del protagonista alquilando la película. Como nos tendemos trampas y nos ahogamos a nosotros mismos...
Gracias por compartir esto con nosotros, un abrazo.

MentesSueltas dijo...

Agradeciendo tu visita y el hermoso comentario, paso a dejar un abrazo.

Luego con más tiempo te leo detenidamente.
MentesSueltas

Instinto del Pasado
ArguMentes
Pistóricas Internas

Anónimo dijo...

mmnmmmmmm totalmente conmovedor su despertar sexual.....impecable la forma de describirlo, pero esta a cuenta gotas...ufff....que nervios amigo...que nervios!!! Un beso y y TQM

Ro

Anónimo dijo...

No tardes, espero impaciente...

Un beso

Max dijo...

Mountain se queda corta... EN ASCUAS, nos deja este chico!

Rosa dijo...

Amigo mío,me he leído los dos capítulos sin darme tregua. Parece que Brokeback, fue como una llave secreta que abrió muchas puertas... creo foros, bloggers, y aún ahora sigue vigente. Y el despertar a la adolecencia de Rodrigo; lleno de confusiones, de dudas sobre su sexualidad, sobre sus sentimientos.

Por favor continua en cuanto te sea posible.

Escribes muy bien, mis felicitaciones.

Ana dijo...

Mmmmmmmmm

devezencuando dijo...

Deseos, miedos, confesiones y confusiones...Así es la adolescencia...Sigo leyendo.