Al canto de un gallo desde el corral vecino al granero siguió un largo mugido que cortó con la ensoñación de Rafael. El catre bajo sus espaldas crujió al rodar. Entreabrió un ojo. Aún era de noche, malditos animales. Golpes bruscos sobre el chapón del portón lo arrancaron de un mundo de impresiones descoloridas y palabras huecas.
- ¡Eh, Sheeler! ¡Prepara los caballos, el desayuno estará listo para cuando termines! – aulló la señora Flynn. Creyó oírla mascullar “holgazanes” y “del sur” cuando sus pasos se arrastraron hacia el rancho, pero no estaba seguro.
Se estiró todo lo que daba su cuerpo alargado, reprimiendo un alarido. El catre no estaba mal, pero era demasiado angosto para su contextura. Se vistió y lavó su cara restregándose bien los ojos. El aire afuera tenía resabios de la tibieza de la noche anterior. Escrutó los picos que descendían hacia el este. El horizonte parecía abrirse como fauces de una boca encendida de naranja rojizo. Caminó hacia la caballeriza con paso endeble. Se aseguró de ajustar bien cada montura, de enrollar debidamente cada lazo.Sólo las dos niñas respondieron a su saludo tímido. El señor Flynn gruñó algo por el costado de su boca mientras devoraba un plato que rebalsaba de huevos revueltos y papas. Joshua, los ojos entrecerrados, oscuras ojeras, giraba la cuchara dentro de un cuenco con leche y cereal. El pequeño dormía todavía. Un generoso tazón humeaba sobre la mesa que le correspondía a Rafael. Las niñas lo contemplaban cuando se sentó y metió una pieza de pan en su boca. Les sonrió con la dentadura llena de miga. Rieron con complicidad.
- ¡Terminen su desayuno de una vez! – gritó Madge Flynn. – No quiero más demoras, no cada bendita mañana. ¡Josh, deja de jugar con tu cereal y métetelo en la boca! Stan, apura esos huevos, y alístate.
Rafael sonrió para sí y tragó su café sin más. No serían más que unas pocas semanas allí. Conroy y Harlow llegaron en medio de una nube de polvo cuando con Joshua se encaminaban hacia la caballeriza. Su oxidada camioneta tiraba de un trailer con una decena de ovejas apretujadas. El que carecía de uno de sus dientes levantó la mano, el otro inclinó su sombrero al descender.
- Debemos esperarlos. Ve a buscar a los perros. – ordenó Josh con desgano.
- ¡Eh, Sheeler! ¡Prepara los caballos, el desayuno estará listo para cuando termines! – aulló la señora Flynn. Creyó oírla mascullar “holgazanes” y “del sur” cuando sus pasos se arrastraron hacia el rancho, pero no estaba seguro.
Se estiró todo lo que daba su cuerpo alargado, reprimiendo un alarido. El catre no estaba mal, pero era demasiado angosto para su contextura. Se vistió y lavó su cara restregándose bien los ojos. El aire afuera tenía resabios de la tibieza de la noche anterior. Escrutó los picos que descendían hacia el este. El horizonte parecía abrirse como fauces de una boca encendida de naranja rojizo. Caminó hacia la caballeriza con paso endeble. Se aseguró de ajustar bien cada montura, de enrollar debidamente cada lazo.Sólo las dos niñas respondieron a su saludo tímido. El señor Flynn gruñó algo por el costado de su boca mientras devoraba un plato que rebalsaba de huevos revueltos y papas. Joshua, los ojos entrecerrados, oscuras ojeras, giraba la cuchara dentro de un cuenco con leche y cereal. El pequeño dormía todavía. Un generoso tazón humeaba sobre la mesa que le correspondía a Rafael. Las niñas lo contemplaban cuando se sentó y metió una pieza de pan en su boca. Les sonrió con la dentadura llena de miga. Rieron con complicidad.
- ¡Terminen su desayuno de una vez! – gritó Madge Flynn. – No quiero más demoras, no cada bendita mañana. ¡Josh, deja de jugar con tu cereal y métetelo en la boca! Stan, apura esos huevos, y alístate.
Rafael sonrió para sí y tragó su café sin más. No serían más que unas pocas semanas allí. Conroy y Harlow llegaron en medio de una nube de polvo cuando con Joshua se encaminaban hacia la caballeriza. Su oxidada camioneta tiraba de un trailer con una decena de ovejas apretujadas. El que carecía de uno de sus dientes levantó la mano, el otro inclinó su sombrero al descender.
- Debemos esperarlos. Ve a buscar a los perros. – ordenó Josh con desgano.
El sol ya calentaba cuando los cuatro montaron sobre sus caballos. Escoltaron el rebaño hacia un prado que se extendía más al oeste del que habían estado el día anterior. La hierba de ese lado conservaba todavía la humedad de los vientos del Pacífico. Fue un día duro para Rafael Sheeler. Curó a numerosas crías, desparasitó el hocico y los genitales de otros tantos animales adultos, reparó una larga alambrada caída. Conroy y Harlow se ocuparon de las vacas, siempre a considerable distancia de los muchachos. Rafael los observaba cada vez que se juntaban a fumar y reír. Josh apenas si levantaba la mirada para otear el cielo de vez en cuando. Poco después de mediodía, cuando el sol fundía la piel, se largó sin decir nada. Regresó a media tarde con una vianda para Rafael.
- Esto es para ti. Puedes tomarte unos minutos. – concedió en un murmullo, extendiendo un pequeño paquete envuelto en papel madera. – Pero no descuides el rebaño.
“Así será, mi teniente”, pensó Rafael para sí. “Condenada familia de mandones, deberían estar todos en la maldita milicia.” Joshua debe haberlo adivinado en su expresión porque lo miró casi de soslayo, y esa fue la primera vez que tuvo la oportunidad de apreciar el manso rostro del joven. La mirada huidiza del mayor de los hijos de los Flynn tenía sin embargo, detrás de la docilidad impostada de su celeste acuoso, un dejo felino. La delicada nariz en punta coronaba los altos pómulos cubiertos de pecas, los labios rugosos y anchos. Un flequillo rubio ceniciento asomaba bajo el ala del sombrero. La nuez de Rafael se movió, nerviosa, por su cuello. Josh pareció alarmarse súbitamente por alguna razón que ninguno de los dos alcanzó a comprender. Se puso inmediatamente de pie y se perdió entre el rebaño. Rafael pudo ver que se había ruborizado furiosamente.
Esa tarde, durante la cena en el rancho, tuvo lugar una fuerte discusión. Una de las niñas lloriqueaba cuando Rafael tomó asiento frente a un plato de humeantes verduras hervidas.
- No van a decirme a mí lo que debo hacer con mis hijos. – resoplaba la señora Flynn. – Escúchame bien, Sue Ann, porque si no lo haces voy a lavar tus orejas con lejía, ¿me oyes? No quiero volver a ver salir de labios de tu padre una queja más de la maestra Stewart. Ni una sola más. ¡Megan no te rías o tendrás lo mismo!
- Pero mam... – intentó decir la niña a la que llamaban Sue Ann.
- ¡Mamá nada! No soy tu madre cuando me decepcionas de este modo. Y tu padre tampoco es papá esta noche. Y tu familia tampoco lo es. ¿Ves qué logras cuando te portas mal? ¿Lo ves? – Se interrumpió para voltear y dirigirse a Rafael que engullía un bocado. – Sheeler, en esta casa se ora a las siete en punto, ¿de acuerdo? Los Flynn somos gente de palabra y respeto, y pretendemos lo mismo. Espero no tener que repetirlo. – por detrás de los gruesos hombros de la mujer un asustado Josh lo miraba de reojo.
- No tendrá que hacerlo, señora. – musitó el muchacho, sin dejar de masticar.
Ella lo miró con ojos de “más te vale.” Al cabo añadió: - Mis hijos conocen la palabra del Señor. Y saben bien cómo espero que se comporten frente a los demás. ¿Joshua?
- Sí, mamá, así será. – tartamudeó el joven.
- ¿Stanley? – consultó la mujer.
- Ya escucharon a su madre. Todos. Una falta más y ya saben lo que les espera. – recitó el señor Flynn con voz cansina.
Rafael repitió el rito de la noche anterior. Fumó un par de cigarrillos sentado sobre un fardo frente al granero canturreando suavemente y luego se lavó con agua del barril que había estado al sol. Quitó la humedad en su piel con la toalla raída y luego se echó pesadamente sobre el catre. Estaba cansado pero le costaría dormir, el aire conservaba aún mucho del calor del día. Cerró los ojos. Se incorporó como si alguien le hubiera vaciado un cubo de agua helada, metió sus pies en las botas y casi corrió hacia el montículo de fardos de heno. La toalla se deslizó por sus piernas y cayó al suelo. Maldiciendo, volvió a cubrir su desnudez cuando oyó claramente el rumor de pasos acelerados. Una silueta se alejaba rauda cuando asomó a las puertas del granero y se perdía en las sombras del rancho. No pudo identificarla, pero no dudó de que se trataba de un hombre.
Los días, después, se sucedieron sin variantes. El señor Flynn debió permanecer en reposo víctima de una artrosis crónica que solía dejarlo inmóvil de vez en cuando. Conroy y Harlow parecieron tomar su lugar, supervisando cada pisada que daba Rafael. Josh apenas si dijo más que un par de órdenes que le dio, y uno que otro gracias a desgano cuando lo invitaba con un cigarrillo. Era sábado por la tarde cuando Rafael quitaba las espinas de las patas de un cordero y Joshua desmontó con su comida.
- ¿Qué se hace por aquí los sábados en la noche? – inquirió luego de agradecerle.
Josh lo miró con gesto esquivo en tanto apoyaba la vianda sobre un tronco.
- Pensaba tomar una cerveza, podemos ir juntos si tienes ganas. – invitó Rafael, sin sacar la vista del cordero que chillaba lastimosamente.
- No tomo cerveza. – repuso Joshua secamente.
- De acuerdo, puedes tomar un vaso de leche si quieres. Yo iré al pueblo de todos modos.
La cortina se meció levemente cuando Rafael se acercó al rancho después de la faena. Anunció a la señora Flynn que no cenaría con ellos esa noche. Joshua pareció sobresaltarse mientras apilaba la vajilla sobre la mesa.
- Haz el favor de avisar con más anticipación la próxima vez. Esto no es una fonda. – espetó la mujer.
Se acicaló rápidamente sin desnudarse por completo esta vez. La brisa soplaba desde el sur, con calientes remolinos. El motor de su camioneta se encendió en el tercer intento, cuando hundió el pie en el acelerador y la carrocería se sacudió con un bramido. Aguardó unos instantes hasta que levantara un poco de temperatura, la mirada clavada en el espejo retrovisor que torció apuntando al rancho de los Flynn. La dueña de casa merodeaba por la cocina aún, el resplandor en las ventanas de un lado indicaba que el señor Flynn y sus hijos miraban la televisión. Rafael decidió esperar un poco más fumando un cigarrillo. Luego decidió que era estúpida su espera y arrancó lanzándose al camino que llevaba a la interestatal. No le costó nada ubicar el bar del que ya le habían hablado, el Wandering Horse. Cerró la pesada puerta con un estrépito al apearse. Una figura de sombrero negro, acurrucada en las sombras de los bártulos de la caja de la camioneta, lo hizo maldecir de susto.
- Esto es para ti. Puedes tomarte unos minutos. – concedió en un murmullo, extendiendo un pequeño paquete envuelto en papel madera. – Pero no descuides el rebaño.
“Así será, mi teniente”, pensó Rafael para sí. “Condenada familia de mandones, deberían estar todos en la maldita milicia.” Joshua debe haberlo adivinado en su expresión porque lo miró casi de soslayo, y esa fue la primera vez que tuvo la oportunidad de apreciar el manso rostro del joven. La mirada huidiza del mayor de los hijos de los Flynn tenía sin embargo, detrás de la docilidad impostada de su celeste acuoso, un dejo felino. La delicada nariz en punta coronaba los altos pómulos cubiertos de pecas, los labios rugosos y anchos. Un flequillo rubio ceniciento asomaba bajo el ala del sombrero. La nuez de Rafael se movió, nerviosa, por su cuello. Josh pareció alarmarse súbitamente por alguna razón que ninguno de los dos alcanzó a comprender. Se puso inmediatamente de pie y se perdió entre el rebaño. Rafael pudo ver que se había ruborizado furiosamente.
Esa tarde, durante la cena en el rancho, tuvo lugar una fuerte discusión. Una de las niñas lloriqueaba cuando Rafael tomó asiento frente a un plato de humeantes verduras hervidas.
- No van a decirme a mí lo que debo hacer con mis hijos. – resoplaba la señora Flynn. – Escúchame bien, Sue Ann, porque si no lo haces voy a lavar tus orejas con lejía, ¿me oyes? No quiero volver a ver salir de labios de tu padre una queja más de la maestra Stewart. Ni una sola más. ¡Megan no te rías o tendrás lo mismo!
- Pero mam... – intentó decir la niña a la que llamaban Sue Ann.
- ¡Mamá nada! No soy tu madre cuando me decepcionas de este modo. Y tu padre tampoco es papá esta noche. Y tu familia tampoco lo es. ¿Ves qué logras cuando te portas mal? ¿Lo ves? – Se interrumpió para voltear y dirigirse a Rafael que engullía un bocado. – Sheeler, en esta casa se ora a las siete en punto, ¿de acuerdo? Los Flynn somos gente de palabra y respeto, y pretendemos lo mismo. Espero no tener que repetirlo. – por detrás de los gruesos hombros de la mujer un asustado Josh lo miraba de reojo.
- No tendrá que hacerlo, señora. – musitó el muchacho, sin dejar de masticar.
Ella lo miró con ojos de “más te vale.” Al cabo añadió: - Mis hijos conocen la palabra del Señor. Y saben bien cómo espero que se comporten frente a los demás. ¿Joshua?
- Sí, mamá, así será. – tartamudeó el joven.
- ¿Stanley? – consultó la mujer.
- Ya escucharon a su madre. Todos. Una falta más y ya saben lo que les espera. – recitó el señor Flynn con voz cansina.
Rafael repitió el rito de la noche anterior. Fumó un par de cigarrillos sentado sobre un fardo frente al granero canturreando suavemente y luego se lavó con agua del barril que había estado al sol. Quitó la humedad en su piel con la toalla raída y luego se echó pesadamente sobre el catre. Estaba cansado pero le costaría dormir, el aire conservaba aún mucho del calor del día. Cerró los ojos. Se incorporó como si alguien le hubiera vaciado un cubo de agua helada, metió sus pies en las botas y casi corrió hacia el montículo de fardos de heno. La toalla se deslizó por sus piernas y cayó al suelo. Maldiciendo, volvió a cubrir su desnudez cuando oyó claramente el rumor de pasos acelerados. Una silueta se alejaba rauda cuando asomó a las puertas del granero y se perdía en las sombras del rancho. No pudo identificarla, pero no dudó de que se trataba de un hombre.
Los días, después, se sucedieron sin variantes. El señor Flynn debió permanecer en reposo víctima de una artrosis crónica que solía dejarlo inmóvil de vez en cuando. Conroy y Harlow parecieron tomar su lugar, supervisando cada pisada que daba Rafael. Josh apenas si dijo más que un par de órdenes que le dio, y uno que otro gracias a desgano cuando lo invitaba con un cigarrillo. Era sábado por la tarde cuando Rafael quitaba las espinas de las patas de un cordero y Joshua desmontó con su comida.
- ¿Qué se hace por aquí los sábados en la noche? – inquirió luego de agradecerle.
Josh lo miró con gesto esquivo en tanto apoyaba la vianda sobre un tronco.
- Pensaba tomar una cerveza, podemos ir juntos si tienes ganas. – invitó Rafael, sin sacar la vista del cordero que chillaba lastimosamente.
- No tomo cerveza. – repuso Joshua secamente.
- De acuerdo, puedes tomar un vaso de leche si quieres. Yo iré al pueblo de todos modos.
La cortina se meció levemente cuando Rafael se acercó al rancho después de la faena. Anunció a la señora Flynn que no cenaría con ellos esa noche. Joshua pareció sobresaltarse mientras apilaba la vajilla sobre la mesa.
- Haz el favor de avisar con más anticipación la próxima vez. Esto no es una fonda. – espetó la mujer.
Se acicaló rápidamente sin desnudarse por completo esta vez. La brisa soplaba desde el sur, con calientes remolinos. El motor de su camioneta se encendió en el tercer intento, cuando hundió el pie en el acelerador y la carrocería se sacudió con un bramido. Aguardó unos instantes hasta que levantara un poco de temperatura, la mirada clavada en el espejo retrovisor que torció apuntando al rancho de los Flynn. La dueña de casa merodeaba por la cocina aún, el resplandor en las ventanas de un lado indicaba que el señor Flynn y sus hijos miraban la televisión. Rafael decidió esperar un poco más fumando un cigarrillo. Luego decidió que era estúpida su espera y arrancó lanzándose al camino que llevaba a la interestatal. No le costó nada ubicar el bar del que ya le habían hablado, el Wandering Horse. Cerró la pesada puerta con un estrépito al apearse. Una figura de sombrero negro, acurrucada en las sombras de los bártulos de la caja de la camioneta, lo hizo maldecir de susto.
Continúa.
Fotos: www.stockxchange.com
10 comentarios:
¿Joshua?...
Algo se cuece por este rancho y la señora Flynn como se huela algo, despelleja a Rafael a tiras.
Esto empieza a ponerse serio e intrigante.
Ahora a esperar demonios!!!
Un besote enorme vaquero.
¿Quién era? ¿qué quería? ¿qué hacía allí?....aaaaaaggggggg
quiero seguir leyendooooooo :))
Vaquero, pero qué historias!
Ud. sigue viajando?
Le mando un saludote y pase a visitarme bajo el mar, que si le falta aire le doy una burbuja!
Besos mil
Aquí hay más Aguirres que en Riverton. Cuidadín........
La palabra del señor... Qué miedo...
Las miradas de Josh, las de Rafael. Eso que comentas que tras los ojos tranquilos del primero se esconde algo de felino. Y qué esperaba Rafael o mejor dicho a quién, antes de marcharse al pueblo. La atracción entre estos jovenes se hace cada vez más intensa. Pero... en una familia como esa... es para aterrarse.
Please, no tardes mucho.
POR DIOS!!! HISTORIA NUEVA Y YO MIRANDO LA LUNA DE VALENCIA!!!
Te imprimo y me pongo en temaaaa!!!
Besotes!
¡pero Walt, historia nueva y yo ni idea!...te quiero empezar, pero hoy estoy en turno de noche, que me condiciona la perspectiva de las cosas...te imprimo y te leo en un momento luminoso. como mereces, amigo mio.
Un abrazo.
Apreciado Vaquero, siento profunda melancolía al ver que tu casa se renueva, que tus palabras fluyen... y yo sumergido en un mundo racional de trabajo...
Desde Rodri y Dardo no he vuelto por aquí... en ocasiones les veo en lugares muy próximos.
Deseo tener más tiempo para leer tus relatos, que seguro serán tan maravillosos como los anteriores.
Por lo pronto te cuento que he dejado un pequeño mensaje para tí en mi blog. Por favor pasa a leerlo.
Abrazos
Hasta pronto
Caramba!!! esto se pone de todos los colores.... me gusta mucho y ya quiero saber qué sucede. En Bogotá son las 23:57, y tengo muhco sueño, pero esta historia me haría seguir derecho si ya estuvieran los otros capítulos... estoy impaciente.
Abrazos vaquero
Publicar un comentario