jueves, 15 de febrero de 2007

7610 - Al sur del Sur (Tercera parte)


El vaquero se aprestó a salir temprano, el trayecto para ese día sería muy largo. Los preparativos para la partida no fueron complicados como cuando dejó su ciudad, empacar y seleccionar lo necesario demandó poco tiempo.
El vaquero soñador se encargaría de montar su corcel color cobalto con responsabilidad y destreza. El camino era un surco profundo trazado en su mente. Sólo faltaba recorrerlo.
Los otros dos vaqueros se ocuparían del servicio de bufet y música ambiental.
Realizarían paradas para reaprovisionarse de combustible únicamente.


El primer tramo los llevó a la ciudad de Comodoro Rivadavia, la más grande y pujante de la provincia de Chubut, gracias a los beneficios de la explotación petrolífera. 380 km la separan de Trelew, cerca de donde partieron los vaqueros, y no se cruza ninguna población en toda esa distancia. Y unos pocos del límite con la provincia vecina.
Ingresaron a Santa Cruz por el noreste, a mediodía de una jornada brillante, con un sol que no perdonaba. La ruta nacional 3, que cruza toda la Patagonia de norte a sur por el este, atraviesa en esa instancia la pequeña ciudad de Caleta Olivia. Tanto ésta como la antes mencionada se encuentran a orillas del Océano Atlántico.
Primera vez allí para el curioso jinete, pasó por alto el cartel indicador del camino a seguir para internarse en una ciudad algo laberíntica y sin información a la vista para los recién llegados. Maldijo soezmente al intendente (alcalde) hasta que, luego de andar y desandar calles y una carretera equivocada por varios kilómetros, encontró un local de buen corazón que se ofreció a ayudarlos, guiándolos en su auto deportivo. Para ello, atravesó la ciudad desafiando los límites de velocidad con los vaqueros pisándole los talones, temerosos de perderse nuevamente. En cada cuneta el leal corcel del soñador se elevaba unos cuantos centímetros del pavimento. El brioso y hospitalario samaritano los condujo, jadeantes y acalorados, de nuevo a la ruta.
Esta los llevó a viajar pegados a las olas del mar durante un buen tramo, y al vaquero le fascinó la desolación de esas playas tanto como el azul turquesa del océano. La carretera de a poco se fue alejando de la costa del mar para llevarlos a la inmensidad de la árida y despareja estepa. Grupos de guanacos salvajes, choiques y algunas ovejas aparecían esporádicamente. No hay ciudades que rompan con la monotonía del paisaje en esa parte del país, todas se encuentran a kilómetros de la ruta, sobre las rías características de la geografía santacruceña.
Los vaqueros se apartaron escasos cinco kilómetros de su rumbo para visitar Puerto San Julián. Pueblo de casas bajas, quedadas en el tiempo, con un gran boulevard central que termina en la mansa ría. Todo en esa región de la Patagonia es blanco, marrón grisáceo o azul. Al vaquero se le ocurrió que se debe tener una dimensión del tiempo muy diferente de la suya en aquellos lugares. Poco debe ser tan urgente.
Comandante Luis Piedrabuena es la única ciudad que se divisa claramente desde la ruta. Frente a la entrada a ésta, una oficial de policía regordeta detuvo la marcha de los viajeros. Inclinóse para estudiarlos a través de la ventanilla izquierda con el ceño fruncido. Con voz aflautada y tono de discurso de manual comenzó a hacer las preguntas de rigor.
"Cuántos son los que viajan, señor?", le espetó, y la cabeza del vaquero giró hacia sus acompañantes mirándolos con complicidad. Debía cerciorarse de que hubiese contado bien cuántos iban con él, la oficial evidentemente dudaba de lo que tenía ante sus ojos. Se tomó unos instantes para hacer la cuenta mentalmente.
"Tres!", exclamó en irónica sonrisa. La oficial escribió algo en la carpeta que llevaba consigo.
Uno de los vaqueros hizo un chiste que todos festejaron en ruidosa carcajada al retomar el viaje, que no sería correcto publicar.

Arribaron a la ciudad de Río Gallegos, capital de la provincia, cuando el sol todavía no había desaparecido por completo. Eran las 10 pm y debían buscar un lugar donde dormir. Lo consiguieron en el centro. El frío se hizo notar de inmediato, el vestuario cambió de veraniego a invernal en minutos.
Comieron rico, caminaron un poco por la ciudad y durmieron muy cómodamente.
Estaban más cerca ya de su destino final.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Ay que nos llevas en el corcel color dobalto.
Un diario de viaje realmente fascinante, curioso y muy estimulante. Sigamos.

Ana desde el Sur del Mundo dijo...

Me despaché los tres relatos juntos!!!
Excelentes aventuras ¡y las que faltan aún! ¿verdad?
Besotes!!!

Ana dijo...

Chiste, chiste, chiste!!!.....

Bonito viaje, amigo