martes, 3 de julio de 2007

Nadie te amará como Yo Cuarta parte


- Dardo... - musité.
Mis labios se movieron en sincronía con mis párpados, y me despabilé lentamente, como descendiendo de un torbellino astuto y selectivo, en el que giraban alocados los asuntos irresueltos de mi vida, y me depositaba en la misma situación, veinte años después. Tardé un momento en enfocar la vista. El espejo me revelaba ahora una mirada cansina de brillo casi ausente, rodeada de sombras profundas, en un gesto que encarnaba lo bueno obtenido pero lo mucho perdido también, que sólo yo podía clasificar. Y, el único resabio físico de aquel adolescente rebelde de a ratos: mi pelo, igual de revuelto pero algo menos indomable, con más canas de las que me hubiese gustado.
¿Era posible que no hubiese pensado en aquella experiencia en todo este tiempo? ¿Podía ser tan poderosamente negadora la mente que un hecho así podía ser borrado de cuajo y no quedasen, casi, rastros? Sí, claro que podía. Y la mente no había actuado sola, el juicio ajeno había completado el trabajo. Hasta la noche anterior, al menos. Miré el recorrido de mis lágrimas resbalando por las paredes del lavabo. Cubrí mi cara con las manos y volví a llorar, tragando mis lamentos. Me senté sobre el piso frío, sintiéndome débil y exhausto. Una buena parte de mi debe haber muerto en aquel preciso momento, porque miles de imágenes de mi vida se fueron sucediendo, entremezclándose unas con otras, en orden extrañamente cronológico.
Decidí darme un buen baño. Necesitaba purificarme, dejarme llevar, no sabía bien. Me incorporé trabajosamente, me saqué toda la ropa y puse el agua caliente a correr. Iba a meterme bajo la lluvia cuando, sin pensarlo demasiado, me dirigí, descalzo, al cuarto. Abrí las puertas del armario de Cecilia y me observé de cuerpo entero en el espejo donde a diario ella consultaba su aspecto con minuciosidad obsesiva. Me estudié con detenimiento, trabado como si posara ante un fotógrafo exigente. Hombros y brazos lucían el resultado de mis tantos años de gimnasio, mis pectorales lucían algo más caídos, creo, pero debía quitar algo de vello para comprobarlo, el vientre, zona donde mi cuerpo no se afinaba, seguía, sin embargo, siendo mi orgullo de cada verano en la pileta del club, porque, increíblemente, se conservaba liso y marcado. Mis piernas se habían vuelto anchas y fuertes gracias a los años de fútbol con mis compañeros del trabajo. Los treinta y siete años no me sentaban tan mal después de todo. Qué gracioso, durante veinte largos años pensé que pasar tiempo frente al espejo era algo de putos. Me daba cuenta ahora que era, en verdad, algo del puto que escondí todo ese tiempo. Suspiré, resignado. Me gusté y el hecho me animó un poco. Inmediatamente pensé en Pablo. Un estremecimiento recorrió todo el largo de mi espina dorsal y me hizo temblar.
Tomé una larga ducha. El agua deslizándose a raudales por la piel me serenó. Al terminar miré el reloj. Tenía tiempo suficiente de ver la película una vez más antes de devolverla. Envuelto en mi bata vieja y mullida, me preparé un café con leche gigante y me recosté frente al televisor nuevamente. Las escenas, de a poco, me transportaron en el tiempo, desenredando toda la gran madeja de recuerdos.
La experiencia con Dardo convulsionó cada instante de la semana que siguió. No lograba pensar en otra cosa, y recuerdo que me masturbé con más frecuencia que nunca, llegando a las ocho veces en un solo día, con intervalos. Mis hermanos me preguntaban qué me pasaba cada vez que entraba en el baño y salía un rato después. Recuerdo cómo me ruborizaba y cuánto los detesté por metidos. Odié mucho en esa época. Amé, también, por primera vez. Como un barco que suelta amarras y se lanza al mar abierto, el descubrimiento del placer sexual había logrado, por fin, desembarazarme del niño que era y lanzarme a la vida real.
Ni Dardo ni yo mencionamos, en toda esa semana, una palabra de lo que nos había pasado. Habíamos convenido en que sería nuestro secreto mejor guardado y lo que nos mantendría unidos, siempre. Me doy cuenta que fuera del contexto de libertad en que se desarrolló todo, y que nosotros le asignamos, nuestro encuentro físico, en el fondo, nos abochornaba y nos llenaba de sentimientos encontrados, la mayoría culposos y, algunos, hasta repulsivos. Sin embargo, la tentación de repetirlo, a mi, me llenaba de deseo.
Tampoco nos vimos fuera del horario de colegio, fue semana de exámenes así que las tardes debíamos dedicarlas al estudio exclusivamente. Concentrarme entre el continuo bombardeo de ideas y fantasías lujuriosas fue una verdadera odisea que sólo calmaba con mis descargas en el cuarto de baño. Ambos obtuvimos muy buenas notas, éramos destacados alumnos en realidad, y el viernes por la noche recibí mi premio. La excitada voz de Dardo en el teléfono me anunció que pasaríamos otro fin de semana en su casa de Escobar.
Esta vez, los padres no se nos separaron ni por un instante. Ni siquiera pudimos caminar solos hasta el almacén, como nos gustaba. Tuvimos que ir en el auto, conducidos por el latoso de su viejo, obviamente. Pero Dardo no dejaría de salirse con la suya. La casa estaba rodeada de un gran terreno cubierto de césped y salpicado de árboles de todo tipo que terminaba en el arroyo. Casi pisando la orilla, detrás de unos arbustos, fue donde decidió armar la tienda, aprovechando que sus padres, viendo que no nos movíamos de los límites de la casa, decidieron concentrarse en la preparación de un asado. Luego de comer, vimos una película, que aburrió a sus viejos y por eso, antes del final, decidieron ir a dormir. Esperamos hasta ver la luz apagarse, y, en puntas de pie, munidos de lo necesario, e iluminados por una pequeña linterna, saltamos por la ventana y corrimos hacia la carpa. De esa noche, extrañamente, no conservo más que recuerdos difusos, algunos más claros, otros muy lejanos. El cielo rebosante de estrellas blanquecinas, el cantar de los grillos y el vuelo de las luciérnagas. Las dudas pulverizadas por el coraje que nos infundió la cerveza que Dardo había conseguido nunca supe cómo, el sello implacable de la primera vez que hice, hicimos, realmente, el amor, y la cara de Dardo mientras dormía plácidamente, acariciada por el anaranjado sol del amanecer que inundaba la carpa. Esa mágica noche fue la última que pasé en aquella casa.
Después de nuestro fortuito encuentro en la librería no volví a saber nada de Dardo. Como no tuvimos materias que rendir, el final de clases fue también el último día que pisé el colegio. Jamás lo crucé en mis escasos paseos por el barrio, nuestros amigos en común no lo nombraron. Y yo no intenté preguntar o cambiar nada. La prohibición de mi padre me había paralizado en más aspectos de los que llegaba a imaginar, y, entonces, de a poco, mansamente, fui olvidando.
El comienzo de mi último año de escuela secundaria fue devastador. Juanjo Iriarte, buen amigo de los dos, fue quien me dio la noticia que me destrozó el corazón. Dardo había cambiado de colegio, los viejos lo habían inscripto en uno de escolaridad doble, en la zona norte de la ciudad, al parecer, porque querían para él una mejor preparación para la universidad. Le extrañó que yo no lo supiera y no supe qué decirle. Sí supe, en seguida, que todo eso era una mentira grande como mi propia estupidez y ceguera.
Su ausencia me regresó al mundo seguro. Juanjo se convirtió en mi mejor amigo, y a papá él le caía muy bien. Frecuenté los innumerables bailes y fiestas, salí con muchas chicas, y no me costó nada hacerme de mi primera novia. Qué curioso. De ella, ahora me doy cuenta, recuerdo apenas su cara, su nombre se me había borrado.
No tuve tiempo para nuevos duelos. Sintiéndome un Ennis del Mar sin rumbo, a toda prisa me vestí con mi peor sweater y pantalón de gimnasia y salí hacia el alquiler de videos. Después caminé a la deriva, soportando el peso de mi alma quebrada. Todo a mi alrededor se me antojaba agresivo y conspirador. Cuando volví a casa, Cecilia y los chicos ya habían llegado. Su abrazo caluroso y sus chillidos de alegría disiparon el empecinado torbellino que me acorralaba.
Pero sólo por un corto tiempo.
Continúa

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Que pena, vivir con quien no deseas..., amar sólo porque toca.

¿Porqué los amores prohíbidos son los más hermosos y al mismo tiempo los más dolorosos?

¿Porqué lo qué no "es correcto" nos llega tan hondo que rompe nuestras entrañas?

Besitos

Ana dijo...

Rodri a sus 37 se empezaba a dar cuenta de todo...
Y ahora qué?

Un besito, vaquero

Arquitecturibe dijo...

...estas historias me amarran... y se me van quedando acumulados los documentos en mi mesa de trabajo mientras mi mente divaga en esos escritos fabulosos!!!!...
un besote desde mi lejana galaxia

Rosa dijo...

"Tengo miedo del encuentro
con el pasado que vuelve
a enfrentarse con mi vida;
tengo miedo de las noches,
que pobladas de recuerdos,
encadenen mi soñar;
pero el viajero que huye
tarde o temprano detiene su andar.
Y aunque el olvido, que todo destruye,
haya matado mi vieja ilusión,
guardo escondida una esperanza humilde
que es toda la fortuna de mi corazón".

Así reza la segunda estrofa de ese precioso tango "Volver". Nadie escapa a su pasado; y por mucho que queramos esconder nuestros sentimientos, tarde o temprano afloran.

Rodrigo, no seas otro Ennis, no te niegues la oportunidad de ser feliz. Treintisiete años... es tan poco. Aún es tiempo de dar vuelta al timón y retomar el camino.

Ana desde el Sur del Mundo dijo...

Mi querido Vaquero:
Lei el relato en dos tirones de 1ero./2do. y 3ro./4to.
Y debo dejar este comentario en dos enfoques: contenido y técnica...
Sin orden de prioridades te digo que en ambos aspectos estás haciendo un GRAN RELATO... el contenido es atrapante, una historia excitante y emotiva... ME EMOCIONA Y SEDUCE. MUCHO.
En cuanto a la técnica... te has superado y en gran medida de lo anterior...
Amigo mío... el límite es el cielo y el cielo no tiene fronteras... SEGUI, SEGUI, SEGUI... me encanta acompañarte en este largo vuelo!

devezencuando dijo...

El efecto Brokeback apenas comienza...Mucha suerte.