viernes, 27 de julio de 2007

Nadie te amará como Yo - Octava parte




El enorme edificio del colegio ocupa gran parte de una manzana en la zona norte de la ciudad, a diez calles del río. Llevaba bastante tiempo sin pasar por allí, pero cada vez que lo hacía me producía una sensación semejante a lo que una vez leí llaman déjà vu. Advertí que los frentes habían sido remodelados y se había agregado un ala lateral que conservó bastante bien el estilo de la construcción original. Las sombras que proyectaban los frondosos árboles sobre los recovecos de su arquitectura neogótica la hacían parecer algo fantasmal, tal como se me antojaba en los primeros años de la escuela primaria. Recordé mi primer grado, cuando todo me atemorizaba y el colegio era para mi un castillo embrujado lleno de seres siniestros. Los recuerdos fueron sucediéndose dentro de mi mente alborotada.
La calle estaba atestada de coches detenidos y gran cantidad de gente se arremolinaba en torno a la entrada. Era una noche fresca, surcada por ráfagas que llegaban desde el río. Tardé en encontrar un lugar donde dejar el auto, lo conseguí finalmente a tres cuadras de la escuela.
Sudé al desandar el camino y el viento se empecinó en jugar con mi pelo atestado de gel. Me detuve a arreglarlo mirándome en la ventanilla de un auto estacionado. Sonreí contemplando mi tenue reflejo. Mis cabellos siempre arremolinados, la gran obsesión de todos aquellos años. Consultaba toda superficie que reflejara mi imagen antes entrar a clase, cada coche, cada vidriera, cada charco de agua. Un mechón fuera de lugar significaba el insoportable escarnio de mis compañeros y la perdición para mi, pero más esto último. Meneé la cabeza, mordiéndome el labio inferior, incrédulo ante mis preocupaciones de aquella época. Alguien me hacía señas desde la vereda opuesta y me paré en seco. Una mujer cruzó a grandes zancadas, sacudiendo sus brazos y lanzando un chillido agudo.
- ¡Rooo, qué alegría! - gritó mientras se trepaba de mi. - ¿Cómo estás? - me estampó un beso sonoro y se apartó para observarme. - ¡Ah, pero no tenés derecho vos! ¡No cambiaste nada!!
La estudié, mientras mi memoria fingía identificarla. Sus mejillas brillaban y sus labios esbozaban una sonrisa desaprobadora. Entorné los ojos en señal de confusión.
- ¡Entiendo que esté oscuro, y... - se aclaró la garganta - ... yo, un poquito cambiada, pero tampoco es para tanto! - me gritó, entre divertida e indignada - ¡Ro, bolas, soy Mariana!
- ¡Marianita! - reí. - ¿Cómo no voy a recordarte? - La abracé con fuerza.
- ¡Pelotudo, me lo creí! - me golpeó cariñosamente. - No te imaginás cuánta alegría me da verte...
Mi última novia del secundario lucía muy distinta. Había cortado su cabello, que ahora era de un rubio ceniciento, y su cara se había hinchado un poco en las mejillas y debajo de la barbilla. Su voz y su frescura, comprobé en seguida, las conservaba inalteradas. Resultó curioso para mi naturaleza acostumbrada a poner distancias que se comportase como si el tiempo no hubiese pasado, expresándose con confianza cómplice, por momentos burlona. Rodeándola con mi brazo, caminamos pegados hasta el colegio, mientras ella hablaba profiriendo chillidos ansiosos. Me contó que había estado años fuera del país con su marido e hijos, y recién en los últimos cinco había echado raíces.
- ... así que vos te casaste, finalmente, guacho! ¡No me digas que con Marcela porque te mato!
- No, nada que ver... - me hacía reir con sus comentarios. - Se llama Cecilia, nos conocimos trabajando y...
- ¡Ah, miralo vos al señor! ¡De picaflor de la clase a donjuan de oficinas! - exclamó. - Bueno, yo no puedo hablar mucho... Sabés, a mi...
No pudo terminar la frase, al aproximarnos a la entrada del colegio Juanjo surgió de entre la multitud que se agolpaba con sus brazos abiertos. Me dio un fuerte apretón de manos mientras nos estudiábamos sonrientes. Me chocó un poco ver en él ya los signos de madurez. En los tres o cuatro años que habían pasado sin vernos había perdido mucho de su otrora abundante cabellera, y su cuello y abdomen lucían abultados.
- ¡Rodrigo Leiva, carajo! - Me abrazó con fuerza, balanceándome con afecto. - ¿Cómo andás? - me susurró palmeándome la cara - Se te ve bien, viejito...
- No sabés las ganas que tenía de verte... de verlos. - Carraspée, luego solté una carcajada y entonces Juanjo dio la vuelta para encontrar a Mariana teatralizando su impaciencia con los brazos apoyados en su cadera, resoplando airadamente.
- ¡Claaaro, los señores hablen, que total yo estoy de adorno acá! - espetó.
Al oir nuestras risas pronto otros se nos unieron, y la vereda se pobló de exclamaciones y alaridos, carcajadas y aullidos. Pronto éramos alrededor de veinte personas hablando al unísono, joviales y nostálgicas. Salvo algunas excepciones, la mayoría había cambiado significativamente. A algunos compañeros me fue difícil reconocerlos, de otros su cara me resultó familiar al instante, no así su nombre. Juanjo en algún momento pudo relatar las peripecias de lo que fue una búsqueda de meses hasta dar con el paradero de algunos. Casi todos los asistentes nos habíamos visto diez años atrás, en la primera celebración, pero durante ese lapso, muchos se habían mudado sin dejar rastro. Como ocurre siempre.
Alguien se acercó para invitarnos a pasar al salón de actos donde se daría inauguración al evento. Allí nos dirigimos, sin dejar de hablar como loros, en una larga fila conformada también por ex compañeros de las otras divisiones del año 86.
Hubo un discurso inicial del actual director y de dos profesores, de los que yo no conservaba casi registro. Aproveché ese momento para mirar en derredor. Juanjo esperaba su turno en una fila frente a mi para decir también unas palabras en nombre de nuestra división. A su lado estaba Lalo Cárdenas con su mujer, Virginia Laurenzi, la única, de las tantas parejas que se formaron en esos años, que había formalizado y seguía unida, y, en seguida, Raúl Storm, el pintón de la clase. Más atrás, Fer Márquez, Marcela Auregui, mi primera novia, guiñándome un ojo, las chismosas eternas de Lucía Pintos y Paulita Segredo cuchicheando y conteniendo la risa, Tolo Benítez, el tragalibros de la clase, Marcelo, Luis y Alfredo, el trío inseparable, y justo en ese punto mi reconocimiento se interrumpió cuando un mínimo tumulto a espaldas de Juanjo atrajo mi atención hacia donde él estaba ubicado. Varios de los que se encontraban rodeando a Juanjo también voltearon sus cabezas hacia alguien de cabello atado en una colita. Intrigado, seguí con la mirada fija en el grupo, que se abrazaba y sonreía, hasta que Juanjo me señaló con el dedo, Lalo y Raúl se hicieron a un lado y entonces mi corazón dio un salto. Un par de ojos color miel que reconocí de inmediato me taladraron a través de un par de gafas pequeñas, mientras su dueño levantaba su mano, saludándome con timidez. Tardé en reaccionar, y cuando lo hice comencé a transpirar y la garganta se me anudó impidiéndome el paso de aire. Mi corazón latía como queriendo salirse del pecho. Esbocé una mueca que quiso ser una sonrisa, pero una oleada de ira hacia Juanjo me lo impidió. ¿Por qué no me había avisado?
Uñas filosas se clavaron en mi brazo izquierdo, y acto seguido Marianita, excitadísima, me susurró al oído:
- ¡Ro, mirá quién vino! ¡Dardo! ¡Dardo Davese, qué increíble!, ¿no? ¡También está hecho un pendejo el hijo de perra!
Yo apenas podía mover los labios. Era verdad, casi no había modificado su aspecto, salvo por el pelo largo. Volví a menear la cabeza asintiendo.
- Este Juanjo es de película... ¿Cómo habrá hecho para localizarlo? Hacía años que nadie sabía de él...
Carraspée nerviosamente, y pude decir: - ¿Ah, no?
- No. Se había borrado totalmente... - volvió a tomarme del brazo - Che, pero qué genial, ¿no te parece? Ahora sí que estamos todos... aunque Dardito no haya egresado de acá, qué importa? Hizo con nosotros toooodos los años anteriores... - y con misterio agregó - Yo jamás entendí por qué cambió de colegio, faltando un año nada má...
Alguien a nuestras espaldas espetó un cortante "Shh", Marianita miró de reojo como para decir algo pero calló. Volvimos a concentramos en los discursos. Juanjo tomó la palabra.
La rabia había dejado ahora su lugar a la culpa. ¿Cómo lo enfrentaría, qué le diría?... "¿Perdoname, Dardo, por tirar por la borda todos nuestros hermosos años de amistad, pero me cagué todo cuando mi viejo me prohibió tener de amigo a un marica?" Para luego agregar, conciliador, "Y fijate qué gracioso, porque, al final, el más marica resulté siendo yo. ¿Me perdonás?" Me merecía un buen gancho de derecha por haber actuado con tan poca hombría, y todo su rencor por haberlo negado como lo hice. Me estremecí, inquieto.
Por el rabillo del ojo atisbé nuevamente hacia donde estaba parado Dardo. Parte de su perfil era lo único visible. Marianita se quedaba corta con su apreciación, no había cambiado prácticamente nada en veinte años. El cabello, sin canas, le caía en mechones desordenados sobre la cara. Lucía una barba crecida, pero de contornos prolijamente delineados, y la piel de su cara se veía bronceada. La señal del paso del tiempo parecía sólo estar representada por los anteojos de marco negro que llevaba. Con la velocidad de un ave de rapiña desvié la mirada al verlo girar. Algo como un suspiro o un espasmo de congoja me sacudió con fuerza, haciéndome tambalear levemente.
- Ro, ¿qué pasa? ¿Estás bien? - inquirió Mariana, preocupada.
- Sí, creo... está algo viciado el ambiente, voy afuera a tomar un poco de aire.
- ¿ Te acompaño? - me miraba ansiosa.
Negué con la cabeza, le sonreí y me abrí paso entre la muchedumbre. Cuando llegué al patio interno me di cuenta de que respiraba entrecortadamente. El aire limpio alivió en algo mi estado pero me hizo estremecer, la temperatura había descendido notoriamente ahora. Un ruido seco me asustó, obligándome a levantar la vista. La bandera flameaba con fuerza en lo alto del mástil, iluminada por dos reflectores que emitían una fuerte luz blanca. Pasée la mirada por los balcones que rodeaban el patio con impaciencia, asaltado por pensamientos que giraban en mi cabeza como burbujas de agua en ebullición. ¿Qué carajo me pasaba? Mis emociones se empeñaban en manifestarse libres, decidiendo expresarse espontáneamente, y eso estaba bien, pero no entendía por qué necesitaban hacerlo todas a la vez, y a la vista de todo el mundo. Necesitaba beber algo fuerte. Di media vuelta resuelto a conseguirlo. Dardo estaba parado bajo la arcada de la entrada, observándome fijamente, sus labios unidos en una mueca parecida a una semisonrisa. Me sobresalté, boquiabierto. Lo pude ver bien ahora. La luz del patio resaltaba los rasgos de su cara angulosa y, la barba, el pelo lloviéndole sobre la frente y las pequeñas gafas le daban un aire de científico salido de un documental de National Geographic. Completaban el efecto un sweater de cuello de tortuga gris muy gastado, con dibujos incaicos, pantalones cargo color chocolate dos talles más grande y borceguíes que hacía tiempo no lustraba.
- Hola Rodri. - me dijo suavemente, con gesto serio.
Tragué ruidosamente antes de poder corresponderle. - Dardo... - hice una pausa y agregué - ¿Qué tal? - Me detesté. No era mi voz habitual la que le hablaba. Me ruboricé.
El asintió con lentitud. Me estudió con detenimiento y dijo, por fin: - Se te ve bien.
- Gracias. A vos también. - Fui incapaz de sostener la mirada. No supe qué diablos agregar. Finalmente, él volvió a quebrar el silencio.
- Ha pasado mucho tiempo desde aquel año. - dijo, dubitativo.
Afirmé con la cabeza. Quise comenzar a disculparme pero mis labios temblaron y se me humedecieron los ojos. Incliné la vista para que no reparara en ello.
- ¡Estás tiritando! Vení, vamos para adentro. - Avanzó hacia mi con la intención de rodearme con su brazo, pero me aparté bruscamente. No sé por qué actué de esa forma tan brutal. Me limité a salir sin apartar mis ojos del piso, reprimiendo un escalofrío. Su presencia me había conmovido, pero no podía demostrárselo. La desilusión, lo sabía, me mataría. Odié mi actuada indiferencia, mi falta de seguridad y mis constantes temores. Mariana nos interceptó cuando ingresábamos en el ancho pasillo.
- ¡Ah, ahí están ustedes dos! - nos retó.- ¡Dardito!¿Cómo andás, lindoooo? - Se tiró sobre él abrazándolo con ternura y estampándole un beso sonoro en los labios. - ¡Tantos años, picarón! ¿Dónde te habías escondido? - Le estrujó con fuerza la mejilla y luego se dirigió a mi. - Ro, ¿cómo te sentís?
- Ya estoy mejor, gracias, Mariana. - pude contestarle. Dardo no sacaba sus ojos de mi, con gesto perplejo.
- Genial, entonces, porque ya pasamos al ágape. ¿Vamos, mis soles? - anunció y nos tomó del brazo, ubicándose en el medio de los dos, como en las viejas épocas, y sin darse cuenta de nada, afortunadamente.
Marianita, Dardo y yo conformábamos el segundo trío inseparable de la división. No hubo cosa que no hiciéramos juntos en los alegres días del secundario. Ella supo ser el contrapeso que equilibraba nuestra pegajosa relación y la confidente de nuestras quejas hacia el otro. Después que Dardo cambió de escuela, gracias a mi perseverante insistencia, nos pusimos de novios. Ella había sido su novia el año anterior, y sentía que, si aceptaba, salir conmigo sería una traición. Yo sólo deseaba lo que no me atrevía ni a confesar para mis adentros: besar los únicos labios que Dardo había besado, además de los míos. No se me ocurrió mejor forma de aferrame a él, de mitigar el espantoso peso de su ausencia. Marianita, ajena completamente a nuestra verdad, pensó que la partida de Dardo me había dejado vía libre para poder, finalmente, estar con ella.
Debo decir que aceptó ser mi novia a regañadientes. Jamás consiguió ver en mi otro más que el amigo que siempre había sido, así que la relación no duró más que dos cuatrimestres.
Una muchedumbre colmaba el bullicioso salón contiguo al de actos. Una larga mesa ocupaba el centro atiborrada de vasos, platos con comida y jarras con jugos y refrescos. Mariana se separó de nosotros abruptamente para zambullirse sobre la enorme pila de sandwichs. Dardo y yo nos servimos un vaso de Seven Up que nos invitó un mozo. Lo vacié de un solo trago. El gas se acumuló en mi garganta obligándome a toser convulsivamente. Enrojecí y los ojos se me llenaron de lágrimas. Dardo me palmeó la espalda, sin dejar de estudiarme, turbado. Respiré hondo y aclaré mi garganta. Me llevó unos minutos calmarme. Tolo Benítez se nos unió justo en el momento en que había elegido comenzar a hablar. Detrás aparecieron Lucía, Paulita y Raúl riendo cómplices. Los maldije por dentro. Marianita regresó exhibiendo un plato lleno de comida y, en tono de broma, dió un empellón a Raúl, que salpicó algunas gotas de su bebida sobre Tolo. Rieron con ganas, y, al ver a Dardo hacerlo, me forcé yo también. Atrapé un trago de una bandeja que pasó a mi lado. Marianita abrió el fuego, interrogándolo filosa y suspicaz.
- Bueno, misterioso, ¿nos vas a contar en qué has andado todo este tiempo de una vez?
Dardo sonrió, como era su costumbre, mostrando sus dientes grandes y muy blancos. - Digamos que he andado por ahí... Veamos. - repasó mentalmente y prosiguió - Estudié ingeniería hasta que me di cuenta de que no era lo mío, casi comenzando el cuarto año... después decidí viajar un poco. Me quedé unos años en Costa Rica, recalé en Perú un tiempo más y cuando regresé al país ya sabía lo que quería: - se detuvo unos segundos, disfrutando de nuestra expectativa. - Ser guardaparques. Así es que estudié, me recibí, y, desde entonces, mi trabajo me ha tenido andando de una punta a otra del país. Sólo vuelvo, muy de vez en cuando, para ver a mis viejos. - Hizo otra pausa. Mariana lo miraba sin pestañear, interrogadora. - Y en todo este tiempo no ha habido matrimonios, ni hijos, ni nada... lo siento. - agregó, dirigiéndose a ella, al tiempo que se encogía de hombros.
Una tenue sensación de júbilo me entusiasmó y serenó lo que palpitaba dentro mío con invasiva ansiedad. Dardo no se había casado. Dardo NO se había casado.
- Matrimonio puede que no, pero alguien siempre hay, ¿o no? Los parques esos deben ser muy solitarios... - inquirió, sugerente, Paulita Segredo.
Dardo se limitó a sonreirle, enigmático. Pensé en Pablo y mi ánimo se nubló, angustiándome. Llevé el vaso a la boca para ocultar mi gesto descorazonado. Mi teléfono celular sonó, y todos me miraron. Lo había hecho antes y no le había prestado atención, así que ahora me aparté del grupo para atender el llamado. El encargado de proyecto me anunciaba, con voz seria, que habían surgido complicaciones en la última fase del desarrollo, así que debería volver a Mendoza a hacer los ajustes necesarios cuanto antes. Me volvería a llamar cuando tuvieran mi billete de avión listo. Corté la comunicación muy molesto con la noticia. Miré el reloj. Puteé por lo bajo.
- ¿Problemas? - preguntó Tolo al ver mi cara. Dardo me miraba desde un poco más allá.
- Sí... ¡no!... - dudé.- ...algo del trabajo, nada grave. - balbuceé, resoplando.
Hizo un gesto comprensivo y se volvió hacia el grupo, que conversaba a grito pelado. Recordaban anécdotas, bromas de todo tipo, travesuras y personas de nuestros tiempos jóvenes y felices. Se interrumpían constantemente, corrigiéndose o desmintiéndose, y cada acotación traía renovados chillidos y carcajadas. Ellos rieron hasta las lágrimas, yo sólo tenía capacidad para sonreír. El resto de los integrantes de aquel lejano quinto año B no tardó en unírsenos, para intervenir con frenesí adolescente. Yo, estúpidamente distante, parecía el pájaro de mal agüero observando la jovial escena desde su puesto en lo alto. Lúgubre, así era mi sentir, y, muy para mi pesar, no pude hacer nada para evitarlo.

Lalo Cárdenas se encargó de retratar nuestra unión disparando su minúscula camarita a mansalva. Para la fotografía grupal, en medio del caos que la propuesta generó, Dardo se apresuró a ubicarse pegado a mi. Segundos antes del fogonazo del flash me rodeó con su brazo.
Ese brevísimo instante, que el cosmos jamás registró, fue para mi un mundo conquistado, la ansiada condonación de la imperdonable falta cometida en mi juventud. Logró hacerme sonreir naturalmente y, con ello, disipar mi aflicción.
Pude entonces, ahora sí, disfrutar de los últimos momentos de la particular celebración.
Continúa.

7 comentarios:

devezencuando dijo...

El súbito encuentro con un amor pasado y además, un momento en el tiempo que ha sido capturado.

Lo que más me ha gustado de todo el relato es verte sonreír.

pon dijo...

No one else, can you see.....

Que bien escribes, qué gustazo leerte, qué precisa descripción de personajes, qué bien sabes lo que cuentas......y qué bien juntas las letras.

Chapó JFT, te admiro profundamente. Y espero la próxima entrega con ansia.

Anónimo dijo...

Y Dardo regresó, ¿el pasado vuelve para poner las cosas en su sitio?

¿o para profundizar más en la herida que sigue abierta?

Me tienes en ascuas!!!

Vaquero...
Un besote

AnCris dijo...

Ya te lo he dicho todo personalmente, pero no está demás decirlo una vez más... ESTO ESTA ESPECTACULAR...
ME ENCANTA!

Un beso grandísimo y sigo aleteando, esperando la continuación...

Max dijo...

De un trago me lo tomé, que maravilla que bien lo has relatado; me quedé todavía más enganchada...
Como dice Pon, se sienten el palpitar de los personajes.
Un abrazo.

Arquitecturibe dijo...

... y pasa que caigo y caigo en la lectura que me envuelve y me entrego en cuerpo y alma y quiero saber mas y seguir... y me entregas la palabra mas odiada de todas... continuará!!!
jejejej
un beso enorme desde mi lejana galaxia, mi amigo vaquero, el narrador de historias.

Rosa dijo...

Dardo regresa; nuestro pasado siempre regresa en algun momento. Qué pasara ahora, reanuduran su relación, tendrá Rodrigo el valor para aceptar sus sentimientos... no sé, sus vidas estan en tus manos.

¡Esperamos pronto la próxima entrega!